Cultura
La revolución de la plástica y las letras
A partir de un programa cultural implementado por José Vasconcelos, las expresiones artísticas no reconocieron clases sociales
“En las celebraciones culturales de la alta alcurnia se brindaba con whisky, coñac, champán… prácticamente todo era una imitación del mundo europeo. El pueblo, los pelados, los desarrapados, tenían una cultura que chocaba violentamente con la cultura dominante, ya que se alzaba la copa con el tequila, el mezcal, el pulque, el aguamiel, y todas esas bebidas espirituosas, que ahora están de moda, pero que en aquella época eran vistas de soslayo por la clase oficial”, explica Efraín Franco Frías, jefe del Departamento de Artes Escénicas del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD) de la Universidad de Guadalajara.
La narrativa
En México, donde la tradición narrativa desde Fernández de Lizardi a principios del siglo XIX había tenido algunos valores y cierto vigor, la lucha de 1910 trajo consigo el subgénero conocido como “novela de la Revolución”.
El núcleo principal de dicho género lo conforman obras que presentan la fase histórica y política del movimiento, con carácter generalmente autobiográfico. De aquí se desprenden novelas de preocupación social, indigenistas, rurales o de inspiración provinciana.
“En esta propuesta el autor trata de fijar una realidad cruda que lo ha conmovido directa y fuertemente y para ello no necesita más que un estilo sobrio y rápido, y una estructura basada en la presentación de cuadros o episodios, que son valiosos como testimonios. Esta realidad épica y la expresión de anhelos populares dan a la novela un carácter original de afirmación nacionalista”, explica Franco Frías.
Del género destacan Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, quienes vivieron personalmente el conflicto.
“Con Andrés Pérez maderista (1911) y Los de Abajo (1915), Mariano Azuela tuvo la capacidad creativa de generar toda una propuesta en la que aparece el pueblo mexicano en plena revolución. Esta novelística tiene la suerte de darle la voz al pueblo, por lo tanto el lenguaje popular se eleva a niveles estéticos, a través de la pluma del jalisciense”, añade el investigador de la UdeG.
Su narrativa refleja el desencanto de los primeros meses de la lucha revolucionaria, cuando las aspiraciones políticas del mismo Azuela se vieron frustradas. Parte de su obra la escribió cuando era médico de las tropas de Pancho Villa.
Por su parte, Martín Luis Guzmán presenta El Águila y la serpiente, una obra documental que compila sus memorias de entre 1913 y 1915, y relata la historia un joven que pasa de las aulas universitarias al movimiento armado.
Al igual que Azuela, Luis Guzmán también fue seguidor de Madero y no concordaba totalmente con las posiciones de Villa, Carranza, Obregón o Calles. Este título, escéptico desde el punto de vista ideológico, ha influido como pocos en la percepción que generaciones posteriores han tenido de la Revolución Mexicana.
Su siguiente novela, La sombra del caudillo (1929), es una dura crítica al régimen de Plutarco Elías Calles y una de las exploraciones literarias más profundas del impulso autoritario; incluso, ha sido considerada como una de las mejores novelas de ambiente político escrita en México.
El académico Efraín Franco agrega a un tercer novelista de la época: Gregorio López y Fuentes, de menor calidad que Azuela y Guzmán, pero que constituyó un lazo importante entre la novela de la Revolución y otros géneros posteriores con Campamento (1931), donde presenta la psicología de masas, propia de la época. Otras novelas son Tierra (1932), que trata sobre la lucha agraria encabezada por Zapata. En El Indio (1935) hace una condena del maltrato a las comunidades indígenas.
“En términos generales, la Revolución produjo una literatura que por primera vez, desde mediados del siglo XIX, trató la historia no como algo remoto, sino como una realidad palpable que además movilizaría y fijaría la percepción de eventos sociales, políticos y económicos”, resalta Efraín Franco.
Otros representantes de esta corriente literaria dignos de mencionar son José Vasconcelos, José Rubén Romero, Rafael Muñoz, Nelly Campobello, Francisco Rojas González y Agustín Yáñez.
Las artes plásticas
Un artista que destaca del periodo de la Revolución Mexicana es José Guadalupe Posada, quien sin una educación formal y a través de su trabajo en periódicos, se convirtió en el ilustrador natural de la realidad de su época. La mayoría de sus grabados revelan una increíble intuición.
Para algunos artistas, el estilo de Posada fue un claro ejemplo de cómo llegar al público sin ser vulgar ni condescendiente. Su obra más conocida es la Catrina, que ilustraba para acompañar los versos populares dedicados a las figuras políticas del momento y que circulaban el 1 y 2 de noviembre, días de Todos los Santos y de Muertos.
Efraín Franco agrega que “el muralismo mexicano es incuestionablemente el movimiento artístico latinoamericano de mayor repercusión en el continente y de gran importancia en el resto del mundo en el siglo XX. Sus principales representantes son José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. José Vasconcelos también jugó un papel importante en el desarrollo del movimiento: al ser nombrado secretario de Educación, invitó a varios artistas jóvenes a ejecutar grandes murales en edificios públicos, con la idea de representar temas populares y hechos cotidianos”.
La importancia de esta “escuela muralista” radica en que estos artistas trabajaron como una generación, teniendo así una mayor influencia en la opinión pública que si lo hubieran hecho individualmente.
Sin embargo, aunque esta expresión alcanzó reconocimiento internacional, “las masas mexicanas no lograban descifrar estos murales, a pesar del objetivo utópico de sus autores de llegar al pueblo para contribuir en su educación cívica”, resalta el titular de Artes Escénicas de la UdeG.
En este contexto se consideraba que el buen arte mural debía ser, por definición, marxista y revolucionario, nacionalista e indigenista. En el muralismo las fuerzas del bien se enfrentan a las del mal, este último representado por España, el catolicismo, los conquistadores y el capitalismo. Esta fue la línea ideológica seguida por Rivera y Siqueiros, mientras que Orozco la seguía de forma más general y abstracta.
“El legado cultural de la Revolución Mexicana es único, pues el país surgió como una gran potencia en artes plásticas y literatura. Los grandes cambios políticos y sociales que resultaron de esta época crearon un ambiente propicio para que los artistas tomaran conciencia de su propia identidad y volvieran a la esencia de lo mexicano”, concluye el investigador.
El proyecto cultural de Vasconcelos
El escritor, abogado y político José Vasconcelos, quien rechazaba el positivismo de los científicos de Porfirio Díaz, fue nombrado secretario de Educación del Gobierno Federal, por el entonces presidente Álvaro Obregón.
Vasconcelos había sido rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y reinstaló la Secretaría de Educación Pública que había sido suprimida por Venustiano Carranza.
Para ello estudió el programa de Anatoly Lunacharsky y elaboró un plan de salvación o regeneración de México a través de la cultura. Para lograr su objetivo, propuso un plan que consistía en crear misiones rurales que predicaran la alfabetización, despertaran una mínima conciencia cultural en la población rural y enseñaran actividades manuales como el cultivo de la tierra.
Otro de los objetivos era la difusión y promoción de las artes, por lo que se fundó el Departamento de Bellas Artes (ahora Instituto Nacional de Bellas Artes).
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