Cultura
La poesía siempre es desobediente
Ésta 'se para en la duda, cuestiona los discursos autoritarios, y se convierte en un espacio de resistencia'
“Es ahí donde la poesía aparece como una especie de conciencia de que no hay equivalencia entre el mundo y las palabras, y la poesía se para en la duda, cuestiona los discursos autoritarios, y se convierte en un espacio de resistencia”, asegura –vía telefónica- la escritora argentina radicada en Nueva York desde 1985.
En este tenor, cada que un autor hace una afirmación en la poesía, “es una derrota en ese mundo literario, porque lo poético se sostiene en la pregunta, en el cuestionamiento, y en ese sentido cumple una función social y política muy importante. Por eso no va a desaparecer nunca, porque es una especie de farol que está custodiando, de manera que cuando se dice ‘esto es así y no se discute’, la poesía cuestiona, ¿dónde está escrito que eso es así?”.
La ensayista, poeta, narradora y traductora María Negroni (1951, Rosario, Argentina) charla vía telefónica, pausada, cuidando la precisión de sus ideas, previo a su participación en el Salón de la Poesía de la Feria Internacional del Libro de este año.
--¿Cuándo siente la necesidad de la poesía porque comienza a dudar de las palabras?
-- En mi caso es un poco interesante, porque cuando tenía 18 años, recuerdo que escribí mis primeros poemas, pero coincide con una de mi vida en la que tuve una participación política muy fuerte, entonces fue una época muy interesante porque seguía escribiendo, pero nunca encontré una forma de legitimarlo, se veía como una pérdida de tiempo porque tenía que estar en la lucha política y no escribiendo. Después de la derrota política, cuando vino la dictadura militar, digamos que… la poesía fue casi como mi salvación, porque estaba en una etapa de crisis vital muy fuerte. Entonces llegó en un sentido tarde en mi vida, tarde de lo que normalmente hubiera llegado si no hubiera vivido aquella época tan rica y tan terrible a la vez.
-¿Cómo es su isla literaria, su isla de creación?
-La creación siempre es solitaria, la creación es una isla, la literatura es una isla, también el cuerpo es una isla porque hay muerte por todos lados... Entonces, la creación es siempre solitaria. En mi caso, que viví la dictadura militar y salí de Buenos Aires después de 10 años de asfixia cultural, fue una experiencia extraordinaria salir de Argentina para vivir Nueva York, una ciudad muy interesante de lo que podría explorar y ver, y que se convirtió en una especie de isla pero llena de posibilidades. Es algo que he vivido como un regalo.
-¿Cuáles son las huellas de Nueva York en su escritura?
-La ciudad ha sido durante mucho tiempo una fascinación muy grande para mí, creo que en la época de esa fascinación escribí Islandia, un libro que se revisará ahora en la FIL, donde reescribo una saga nórdica, de finlandeses, que eran los personajes que amaba Borges, o sea que es una especie de viaje al Norte, para llegar al Sur donde está Borges, para volver a mí que soy argentina viviendo en el Norte… Y digamos que esta situación de estar fuera, de escribir una literatura para el país, estuvo muy presente en este título.
--Ha citado a Sade para hablar de la poesía como un lugar de encierro, donde toda libertad es posible. ¿Su poesía es una búsqueda de profunda libertad?
--Esta cita es interesante porque estamos hablando de dos cosas paradójicas, el encierro y la libertad, son como opuestos, sin embargo, creo que la búsqueda de la poesía es empujar los límites de lo decible, porque como decía Ludwig Wittgenstein, los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje. Y cuando uno puede empujar lo que quiere decir, se amplía la posibilidad de lo que puede ocurrir. Para mí el trabajo con el lenguaje tiene que ver con una especie de insumisión casi personal, como de desacato; tiene que ver con establecer espacios donde puedo hacer lo que quiero o lo que puedo, y se convierte en un espacio de libertad muy grande, pero no de cualquier libertad, sino de la que tiene que ver con lo más profundo y desconocido de mí misma.
-¿Cómo ha sido la búsqueda del deseo del que hablas en los ensayos sobre literatura gótica?
-El deseo es lo más difícil de atrapar, es lo que más se escabulle siempre, incluso fuera del territorio de la literatura. El deseo siempre es insumiso, no se puede controlar, por eso las revoluciones políticas siempre tienen problemas con el deseo. Y lo que me llama la atención de la literatura gótica es que surge en pleno iluminismo, en medio de la luz, como un cono de sombra, que yo interpreto como un lugar de resistencia en el que cabe todo lo que se escapa del mundo de la razón. En ese sentido me interesa este movimiento literario porque se para en el mismo punto que la poesía, como un espacio para lo que no se sabe dónde poner… en ese sentido la poesía siempre es desobediente, insumisa, explora lo desconocido.
-En sus ensayos dice que la literatura fantástica hereda elementos de la gótica ¿cuáles son esos elementos?
-La literatura mundial es como una especie de red de intercambios, de laberintos en los que todo se conecta con todo. Entonces la literatura fantástica, latinoamericana, como un movimiento enorme, es una especie de heredera del mundo de la novela gótica del siglo XVIII, en el mismo sentido de la oposición entre la razón y el deseo. Hay corrientes que no cuestionan tanto, hay libros que se venden bien, que narran una historia de forma realista, pero que no cuestionan sobre el instrumento sobre el que se hace, no complejizan en nada. Los autores de la literatura fantástica se paran en un lugar donde la escritura juega un papel primordial y todo el tiempo cuestionan la convención de la representación, como siempre lo hacía Julio Cortázar. Es, pues, una literatura que se para en la vereda opuesta del realismo e impulsa todo lo que es difícil de narrar, como el deseo, que es más difícil de contar que una anécdota. Y bueno, en lo gótico y lo fantástico hay elementos nocturnos, dobles, científicos, casas abandonadas, extrañas… En Aura (de Carlos Fuentes), por ejemplo, hay deseo, hay muerte, hay elementos como escalones, oscuridad, muñecas, una doble.
-¿En esta etapa qué está leyendo y qué está escribiendo?
-Te vas a reír. Desde hace un año estoy muy metida estudiando la Biblia y el Antiguo Testamento. Estoy fascinada con todas las lecturas alrededor de este libro, y aunque conocía partes, nunca había hecho una lectura-estudio… y estoy fascinada, estoy en una etapa en la que me gusta irme atrás, a los clásicos, y me acuerdo de Borges que decía que no leía a sus contemporáneos. Bueno, yo sí los leo, pero en realidad me gusta más lo otro. Y lo que estoy escribiendo es un libro sobre el artista norteamericano Joseph Cornell (1903-1971), y una obra que se llama Interludio en Berlín, que es una especie de híbrido de poemas en prosa, pero que no sé muy bien en qué va a terminar.
EL INFORMADOR / ALEJANDRA GUILLÉN
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