Cultura

''La pintura o la muerte'': Enrique Oroz

El Museo de Arte de Zapopan presenta una retrospectiva del pintor. La inauguración será mañana, a las 21:00 horas

ZAPOPAN, JALISCO (10/MAY/2012).- Enrique Oroz puede convertirse en los personajes de sus cuadros cuando se trata de posar para la cámara. En la postal, él está sentado en una silla, y tiene como fondo sus óleos, con su mirada reta al fotógrafo, pero sus ojos no son tan perturbadores como sus obras, en especial las 15 recientes, que fueron realizadas para la retrospectiva A mano armada, que organiza el Museo de Arte de Zapopan (MAZ) con la curaduría de la pintora Martha Pacheco.

“El pincel es mi arma y mis pinturas mi ejército”, dice el pintor en su estudio, ubicado en la colonia Moderna. Son las siete de las tarde del lunes y hace unos minutos llegó del MAZ, donde este viernes, a partir de las 21:00 horas, presentará su trabajo, el cual permanecerá en las salas de la planta bajo del espacio expositivo hasta julio.  

Enrique Oroz (Sonora, 1965) enciende un cigarro para acompañar así su cerveza. No es un hombre que hable con facilidad sobre sus procesos creativos o de su infancia, pero, poco a poco, cede y comparte sus recuerdos, los de su adolescencia, cuando tomó la decisión más importante de su vida: “la pintura o la muerte”.

Ahora, la muerte es la escena presente en sus pinturas. Para A mano armada, Oroz realizó 15 cuadros en gran formato, que son la prueba de que este artista está en su mejor momento, como lo señala el escritor Guillermo Fadanelli, quien realizó el texto que acompaña la exposición.

Oroz se considera un pintor autodidacta, que aprendió al oficio en el taller de un vecino pintor “de floreros y bodegones”. Ahí estudió la técnica para crear su paleta, basada en los tres colores primarios.

Desde 2007, el pintor radicado en Guadalajara no exhibía su trabajo en la ciudad y con esta retrospectiva, “atípica” como la califica el pintor, realiza un repaso por sus cuadros fechados a finales de los años noventa, principios de 2000 y lo más reciente.   

En su obra nueva está presente la violencia, un ejemplo es Paisaje mexicano, un cuadro en gran formato tiene como fondo el Valle de la Ciudad de México, pintado por José María Velasco, una cabeza manchada de sangre está sujeta por una mano que sale del cielo. “Si ellos –los criminales— nos las muestran –las cabezas— porque nosotros no vamos a ponérselas enfrente”, comenta el pintor durante un recorrido por la exhibición un día después, la mañana del martes, cuando esté medio lo acompañó al MAZ.  

En los cuadros de Enrique Oroz nadie se salva de la crítica, y menos los políticos o los jerarcas católicos. “No me considero un protestante porque sería una especie de persona que hace las cosas por algún motivo, pero no es así. Mis cuadros nacen como una reacción al entorno”, expresa Enrique Oroz, quien ya en MAZ es más abierto, ríe y bromea frente a la pieza Historia breve de la sucesión presidencial en México narrada por pájaros.

“Se me olvidó poner un agujero para los candidatos”, señala y ríe, quien radicó un tiempo en Los Angeles, California, y ahí se encontró con la música y con el arte pop.

“Regresé a Guadalajara en 1991 a cumplir la decisión que había tomado: la pintura o la muerte”.

—¿Frente a sus cuadros se siente vulnerable?

Trato de no pensar en ello, porque cuando lo hago sí me siento vulnerable, me siento muy frágil. Pero, eso lo atribuyo a mi seguridad porque cuando me siento sólido me siento armado, porque todos los cuadros son mi armamento.

—¿La música dialoga con su trabajo?

Sí, hay un aspecto musical en la pintura. Hay composición en la pintura, igual que en la música, hay matices, colores, armonías. Y si nos venimos al aspecto punk también hay distorsión. Creo que mis cuadros tienen algo musical, elementos que también posee la música.

Eso lo entendí porque cuando comencé a pintar. Descubrí que eran actividades que tenían mucho en común. De represente, escuchar a Tom Waits me motivaba a pintar, y se lo recomendaba a mis cuates en los ochenta, nadie lo conocía aquí, y fui de los primeros que lo pinté. Era mi manera de decir escuchen a este cabrón, hacía un retrato, pero no me limitaba en el retrato, sino que hacía un discurso  del personaje de acuerdo a lo yo quería decir.

—¿Cómo sería una fotografía de su infancia?

Estaría yo con los zapatos raspados, desfajado de un lado como estoy ahorita. Con el cariño de una madre preocupada, pero yo muy desinteresado por las atenciones e interesado por el desorden.  

—¿Ahora cómo sería la imagen?

—La noche profunda con un foco eléctrico, y a la mejor una grabadora sonando, yo sentado en una banca.

—¿Cree en la inspiración?

Desde luego que creo que en la inspiración. Hay momento donde existe este furor y se presenta una imagen poderosísima, pero lo mejor es que la inspiración te llegue cuando estés ocupado con tus manos. No dependo de ella porque la mayor parte de las veces no espero a estar inspirado para hacer algo. Cuando estoy en momentos muchos más depresivos, cuando tengo la menor energía es cuando me pongo a hacer cosas y una vez que empiezo comienzo a fluir.

—¿En una dualidad en su proceso: creación—destrucción?

—Pienso que la parte destructora también es la parte creadora. En los cuadros siempre me tomó las cosas con mucha calma porque cuando hago un cuadro siempre tengo la posibilidad de transformarlo, de destruir. La destrucción es algo muy importante en mis cuadros, de ahí ha surgido mi manera de expresarme de ver algo que considerado terminado, creerlo firmemente, y dentro de mí, identificar esa voz: ‘no cabrón eso no está bien, si crees que eso se asemeja a lo que sientes estás mal’. Entonces entra la actitud que permite acercarme al sentimiento.

—¿El país está en ruinas?

—Sí. El país está viviendo una situación terrible.

—¿Las nuevas piezas se reflejan el país en ruinas?

Es como si viviera en un país en ruinas. Las cosas, que para mí tenían sentido en ese lugar en el que me encuentro, ya no lo tienen. Se terminó. Ahora están en el basurero, pero sirven para hacer una pintura nueva a partir de estos fragmentos, de las situaciones, que perdieron su significado, pero que a partir de la nueva imagen toman sentido. Ése es el tema de los 15 cuadros —que se trabajaron en el pasillo de su casa—.

—¿Qué le ha dejado la pintura?

—La pintura me ha dado ese espacio, donde dialogo. Es el espacio que me permite ser. La pintura se ha convertido, desde siempre, en el lugar donde me refugio y me encuentro. Es el lugar donde ejerzo mi libertad y el poder de ser.  

—¿Y como espectador?

Como espectador me atrae muchísimo lo abstracto, pero también lo figurativo, pero me gusta lo que me traslada afuera del lugar común, pintores que tienen el poder de expresar su mundo interior y que ese mundo interior es convulsivo, te confronta, eso me gusta de la pintura. Me seducen, eso espero de mis cuadros: seducir, más que molestar a la gente.

PARA SABER
La charla


El pintor Enrique Oroz y el escritor Guillermo Fadanelli charlarán mañana viernes, a las 20:00 horas, en el MAZ. Y al concluir será la inauguración de la muestra. La entrada es libre.

PALABRA DE FADANELLI *

“El soporte de algunas escenas lo crea Oroz añadiendo paisajes decimonónicos o estampas religiosas, como la asunción o la resurrección cristianas. El tenebrismo de Caravaggio, las escenas sombrías de José de Ribera y los paisajes tristones de José María Velasco podrían ser en los cuadros de Enrique secreto revelado y atmósfera sombría. Su iconografía es consecuencia de una visión totalmente inédita y de una manía que hace coincidir dentaduras, anátidas, pelucas y botellas de cerveza con rostros de las más diversas etnias, todo ello dentro de un pastiche colosal cuyo motor esencial es el desorden creador y la necesidad de hacer hablar al mundo soterrado.

En La caída en el tiempo, E. M. Cioran escribió: ‘Odiamos a cualquiera que espera alguna cosa de nosotros... la única concesión que podemos hacerle a estas personas es decepcionarlas’. Cioran no se equivocaba: es un verdadero descanso encerrarse en uno mismo y ser olvidado por los otros, aun cuando nuestra obra continúe creciendo (el escándalo de la batalla permite, a veces, conciliar el sueño). Esta impresión de retiro me asalta cuando veo a Enrique Oroz concentrarse en sus obsesiones y volcarse en la creación de una obra que lo sobrepasa y que lo domina en más de un sentido.

Cuando la pasión humana rechaza toda orientación que no provenga de su propia naturaleza entonces se torna enfermedad que añade vida a la muerte: enfermedad que es salud. No otro es el sentido del pensamiento de Arthur Schopenhauer que viene bien a propósito de la pintura de Oroz: es el arte, más que la razón crítica, lo que nos da a conocer la maldad o el abismo de donde procede todo lo que tiene vida: el artista se convierte en su propio dios sin necesidad de acudir a la orientación racional o al cuento religioso: lo que tiene que ser se manifiesta cuando uno es sensible a esa voluntad de poder que lo arrasa todo a cambio de mostrar por un momento la nada, el vacío o el horror que da sustento a un mundo habitado por seres mortales e intrascendentes.”

*Guillermo Fadanelli, escritor mexicano. Estos son fragmentos del texto de presentación de la exposición de Enrique Oroz.



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