Cultura

La ficción es otra forma de narrar la realidad

Diego Petersen presenta 'Los que habitan el abismo', una novela en la que el oficio del periodismo se lee en cada página

GUADALAJARA, JALISCO (28/JUL/2014).- Para un periodista experimentado como Diego Petersen Farah, la ficción no ha sido extraña a lo largo de su carrera —más de 25 años en el oficio— pues, comenta, “llega un momento en que los propios cánones del periodismo nos limitan para retratar la realidad”, por ello se hace necesario recurrir a ella “para narrar lo que a través del periodismo no se puede”.

Lo anterior representa un contexto latente en Los que habitan el abismo (Editorial Planeta, 2014), primera novela de Petersen en la que, a través del género negro, cuenta una historia que estuvo “revolotéandome en la panza” por años.

En la novela se relata cómo el subdirector de un periódico tapatío, tiene en las manos la primicia de una nota exclusiva, se trata de una investigación por fraude en que se descubre que el ataúd de una viuda carece de cadáver y, como el hijo de la muerta aparente es su amigo, termina involucrado en los hechos más de lo aconsejable; así, ayudado por un reportero de nota roja, entre otros personajes memorables —todos “construidos a partir de elementos que se toman de la realidad”—, este periodista enfrentará no sólo a una red de complicidades entre autoridades policiacas y militares con el narcotráfico, sino su propio pasado y sus consecuencias en el presente.

Reflexionar sobre el oficio

Diego Petersen asegura que “en periodismo debemos estarnos revisando en lo que hacemos de manera permanente; es una profesión muy demandante (y divertida), por eso tuve que inventar un personaje (Eduardo) para decirme todo lo que no me había podido decir a mí mismo, porque cuando uno está metido en esta dinámica existe muy poca reflexión sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos”; así, la anécdota hizo necesario cuestionar cómo se aborda el involucramiento personal en una investigación periodística porque en ese contexto “las decisiones que tomamos tienen efectos siempre”.

Ahora bien, detalla, “el periodismo es ante todo un oficio, por eso hay otro personaje (Beto Zaragoza) que encarna eso, que lo ejerce y punto, no lo cuestiona, no implica dilemas éticos. Uno más, el subdirector del diario El Matutino (Manuel Reza), está involucrado con el sentido social que tiene este ejercicio y la crisis actual de las redacciones”; de aquí se desprende la necesidad de “un escenario” en el que viven “los personajes que padecen este momento de crisis en el periodismo, una situación compleja que no es para nada un lecho de rosas”.

Pero hay otro ámbito descrito a través de un personaje femenino (Ana), que “a su manera, como los otros, manifiesta la soledad y la falta de sueño, dinámicas que tienen que ver con las sociedades urbanas contemporáneas”, algo que explica en cierta medida el carácter “azotado” de sus protagonistas, que mantienen mucha interacción con otros “pero también aislamiento”, de modo que reflejan “una dualidad que oscila entre el convencimiento y la manera en que enfrentan, cada cual, sus fantasmas”.

La ciudad-personaje

Gracias a la lección de algunos de sus maestros —como Juan Gelman o Tomás Eloy Martínez—, para el autor queda claro que “el periodismo y la narrativa son un mismo camino” para dar cuenta de la realidad; así, no sólo se trataba de “una buena historia”, sino, además, de una que tenía que contar: “Desde que la viví hasta que la conté pasaron 20 años y, tenía claro, periodísticamente se había dicho lo que se debía y no había cómo acercarnos más a los hechos. Por otro lado, tenía que contármelo también a mí mismo”.

Originalmente, una versión “pura y dura” de esta historia apareció por entregas en el periódico EL INFORMADOR —de enero a mayo de 2011—, pero después hubo que “trascender el papel de los involucrados para convertirlos en personajes de una novela”; así, Petersen la dejó “enfriar un rato” y, cuando fue retomada, requirió “rehacerla totalmente”.

De acuerdo con el escritor, su novela se estructuró “en tres capas”; una primera que se relaciona con la historia misma, otra con “la recreación del mundo del periodismo” y una tercera que sitúa los eventos en Guadalajara; “porque tenía la intención de retratar a los tapatíos, parte de lo que concibo como la tarea de un escritor es el retratar a tu comunidad. Pudo ser en cualquier lado, pero decidí de manera consciente que fuera aquí, porque se trata de la realidad que puedo y me interesa retratar”.

Inventar lo posible

Ante la “generosa” recepción que hasta ahora ha tenido el libro —“se lee fácil y ha generado interés”—, el autor no descarta incursionar de nueva cuenta en la ficción, sea o no, como en este caso, a partir de una experiencia personal, puesto que “crear un mundo, después de todo, es una experiencia satisfactoria” y, como “extensión de la carrera periodística”, la ficción permite “dejar de contar lo que sabemos para inventar lo que es posible”.

Finalmente, afirma Petersen, “la realidad es suficientemente irónica como para inventarle cosas alrededor; muchas anécdotas que se relatan en el libro así acontecieron, sólo tuve que ponerlas en situación. Para mí la ficción es otra forma de narrar la realidad; por lo menos la que yo hago”.

Disciplina gratificante


Durante el proceso de escritura, reconoce Diego Petersen, lo más complejo fue “dejar que los personajes crecieran y desarrollaran su propia personalidad; una vez que pasaron de ser una obsesión —porque se traen en la cabeza todo el tiempo— los personajes comenzaron a demandar y decir cosas. Fue muy complicado y demandó una enorme disciplina, más de lo que podría haber imaginado; pero también fue gratificante, me divertí horrores escribiendo”.

En un principio, destaca el autor, “no tenía pensado que sería una novela negra, pero necesitaba contar y me pregunté cómo debía hacerlo. Una vez que lo decidí, me dediqué los últimos tres años a leer mucha novela negra para entender el género, sin buscar imitarlo”; esto, por fuerza, se vinculó con el periodismo, porque “los personajes me permitían recrear ese mundo” y porque el género elegido implica “ir más allá de la anécdota, tiene la función de retratar igualmente lo que pasa en una comunidad”.
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