Cultura
La correspondencia entre Freud y su hija Anna ve la luz por primera vez
Se evidencia que más allá del lazo familiar había un objetivo terapéutico
La estrecha relación que el austríaco guardaba con la más pequeña de sus hijos refleja también que el psicoanálisis trazó el vínculo entre padre e hija, de la que Freud se convirtió en su analista en dos ocasiones entre 1918 y 1924.
Esas cartas, que la editorial Fayard califica de "documento histórico preciado", resultan igualmente una crónica de la vida de esa familia de Viena durante los primeros decenios del siglo XX.
Y con ellas se comprueba cómo el psicoanálisis marcó a la menor, que se implicó en la Asociación Psicoanalítica Internacional, se dejó cortejar por algunos alumnos de su padre y acabó dedicada a la terapia de menores, llegando a ser en ese campo la principal representante de la escuela vienesa.
"Mirándote me doy cuenta de lo viejo que soy, porque tienes exactamente la misma edad que el psicoanálisis. Los dos me habéis causado preocupaciones, pero en el fondo espero de tu parte más alegrías que de la suya", le dijo Freud a Anna a finales de 1920.
El libro "Sigmund Freud, Anna Freud. Correspondance 1904-1938" se pone a la venta mañana, y permite según su editorial descubrir detalles de ese doctor en medicina e investigador, considerado el padre del psicoanálisis, tanto en su vida cotidiana como en su faceta profesional.
Las cartas van encabezadas de un "Mi querida Anna" o "Querido papá", y dejan vislumbrar igualmente cómo en los inicios del psicoanálisis esa práctica se probaba en los círculos de los iniciados y en familia.
Aunque Anna fue la única analizada por su padre, la referencia moral que ejercía sobre el resto de sus descendientes encuentra su propio hueco en otro libro que llega mañana a Francia, "Lettres à ses enfants", con una recopilación de las cartas que se envió con Mathilde, Martin, Olivier, Ernst y Sophie entre 1907 y 1939.
En ellas Freud manifestaba "una humanidad profunda y palpable", en las que según se adelanta sobre las mismas parece evitar actitudes moralizantes y da prioridad a la comprensión y la escucha.
"Ha sido para mí una experiencia preciosa aprender cuánto puede recibir uno de sus propios hijos", le dijo a Ernst en noviembre de 1928, lo que para la editorial Aubier no hace sino engrandecer su figura.
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