Cultura
La artista de las mil caras
El MoMA se rinde al enigmático talento de la fotógrafa Cindy Sherman, célebre por sus turbadores autorretratos
Humor, representación, crítica, misterio, dramatismo, farsa y juego se funden y confunden en las 171 imágenes de Sherman que el MoMA ha reunido en la espectacular retrospectiva de su trabajo que abrió sus puertas ayer domingo, hasta el 11 de junio. Si el año pasado la muestra de Marina Abramovic fue el hit de la temporada, con Sherman el museo, que ha encargado el catálogo en español a La Fábrica, vuelve a poner el foco en una gran creadora. “Hemos querido ofrecer una perspectiva fresca y nueva de su obra”, explica la comisaria Eva Respini.
Intérprete en el más amplio sentido del término, en las últimas cinco décadas Sherman se ha encarnado con esmero —como heroína de películas de los cincuenta, como chica angustiada por un desamor, como dama de la alta sociedad, como grotesco payaso o como una madonna del Renacimiento—. Ha disparado su cámara y así ha reinterpretado el complicado mundo de la imagen, las capas que sobre él se superponen y cuanto nos rodea. “No son autorretratos. Es verdad que ella es la modelo, pero eso está fuera de lugar”.
Una de las primeras series que abre la muestra del MoMA, Untitled #479, descubre el proceso de transformación que subyace en la obra de esta fotógrafa: como si hubieran sido tomados en un fotomatón en blanco y negro, 23 retratos retocados con pintura, presentan a una jovencísima Sherman en las distintas fases que separan a una estudiante con gafas de una seductora maniquí moderna. En el poliédrico retrato de la exposición del MoMA están también las míticas Untitled Stills, que Sherman comenzó a disparar a los 23 años, en el otoño de 1973, inspirándose en las películas en blanco y negro de los años cincuenta y sesenta, adoptando los papeles clásicos femeninos en cerca de 80 escenarios; un trabajo que lanzó su carrera.
A finales de los ochenta arrancó la fase más oscura de Sherman con descarnadas imágenes en las que por primera vez ella no aparecía: con muñecas, maniquíes y prótesis de plástico, se zambulló en lo repelente y grotesco. “Son imágenes incómodas, pero te ponen a pensar”, apunta el director del MoMA, Glenn D. Lowry. Luego llegaron las réplicas de cuadros clásicos y la serie de retratos de damas de sociedad o los deformados payasos.
Sherman nunca ha titulado sus obras. Su método de trabajo tampoco ha variado, aunque ahora se vale de photoshop para alterar sus rasgos o añadir fondos. La artista trabaja sola. Como un hombre orquesta, ella compra todo el atrezo, se peina y se maquilla, cuida hasta el más mínimo detalle y salvo en los primeros años —cuando su padre o su novio de entonces, el artista Robert Longo, dispararon la cámara— controla el temporizador para capturar las imágenes.
El País
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