Cultura
La Mezquita vista piedra a piedra
Tras 30 años de trabajos de restauración, el arquitecto Gabriel Ruiz Cabrero dibuja en toda su inmensidad el monumento cordobés por primera vez en 12 siglos
Su piel de granito parece tersa, pero siglos de sombra y esquinazo han agriado su carácter, "no es de las acariciables", remata el arquitecto. Ruiz Cabrero (Madrid, 1946) acaba de reunir en el libro Dibujos de la Catedral de Córdoba. Visiones de la Mezquita (editado por This side Up y el Cabildo Catedral de Córdoba) todas las secciones, plantas y alzados del monumento tal y como lo conocemos hoy.
Por primera vez en su historia aparece cada piedra, "las que se ven y las que no", afirma el arquitecto. "He dibujado el edificio para conocerlo de verdad. Solamente si lo haces con absoluta precisión puedes responder a determinadas preguntas y sobre todo puedes llegar a las preguntas adecuadas. Hemos visto cosas que sencillamente, si no las dibujas, no las ves".
Rafael Moneo, que en el prólogo del libro analiza la historia y la función del dibujo de arquitectura, se sorprende por la precisión de las "hermosas láminas" de Ruiz Cabrero, a quien define como un guía privilegiado de un monumento que resume como ningún otro la historia de España y, por lo tanto, la de su arquitectura. "Y nuestro guía", añade Moneo, "cuenta con buenos mapas para que nos adentremos en la intrincada selva arquitectónica que es la Mezquita Catedral".
Una selva cuyos secretos son infinitos. Lo asegura Ruiz Cabrero que, sin admitir respiros, entra en la laberíntica historia de la Mezquita para salpicarla de anécdotas, intrigas y batallas. De Abderramán I al eunuco Chafar; de Alfonso X el Sabio al obispo Alonso Manrique -hermano de Jorge Manrique y el hombre que encargó nuevos trabajos al arquitecto goticista Hernán Ruiz-; de los mármoles que llegaron de Siria, Egipto, Grecia e Italia a la piedra franca (así la llaman los albañiles de la zona) con la que está construido la mayor parte del monumento. "Hoy es una catedral, pero ayer fue una mezquita y antes de mezquita fue un conjunto de templos y edificios cristianos".
Ruiz Cabrero defiende el carácter mestizo del lugar y como precisamente su cruce de tradiciones, técnicas arquitectónicas y construcciones la ha salvaguardado de las cornadas de la historia. La Mezquita -o Catedral- de Córdoba es sagrada y lo es por muchos motivos.
La teoría de que la primera Mezquita (construida por Abderramán I) se alzó sobre la basílica de San Vicente es crucial para entender una de esas fotos de las que no se libra ni un solo manual escolar: el arco de herradura. Pues bien, los famosos arcos de herradura (admirados, imitados y reinterpretados hasta el delirio en templos, mansiones y, por desgracia, hoteles de supuesto lujo de medio mundo) son un invento tan romano como musulmán.
"Dónde, cuándo y por qué aparece el arco de herradura es una cuestión ardua y apasionante sobre la que se ha escrito mucho y sobre la que se escribirá mucho más", explica Cabrero. "Lo que está claro es que las técnicas y soluciones constructivas de la primera Mezquita fueron romanas, como la alternancia de ladrillo y piedra. Los musulmanes construían con material de derribo, reciclaban, y además lo hacían con gran sabiduría.
Ellos no admiten esta teoría pero no es una cuestión nacionalista porque nada es de nadie. El arco de herradura es una técnica romana a la que jamás hubiera llegado un romano. Tuvo que ser una mirada exótica, libre y desinhibida la que llega a la solución que encontramos en la Mezquita".
Los musulmanes reciclaban tanto que la Mezquita, bromea el experto, es hoy uno de los mejores museos de columnas romanas del mundo. La simetría no les obsesionaba. No les hacía falta con su alto sentido de la decoración.
Ruiz Cabrero echa mano del cuaderno y el bolígrafo del periodista para ilustrar esta idea y otras que acaba de exponer. Un dibujito y un esquema y tan contento. "¡Cómo me gusta una clase!", admite con sorna. Adereza sus teorías con una "hermosísima" carta de Falla a Gerardo Diego o un detalle "fantástico" de la Biblia y así retomar con energía renovada el camino de las baldosas amarillas.
"Yo no creo que detrás de la Mezquita exista la figura de un arquitecto genial. Yo creo que aquí confluyeron hombres de poder, artesanos, arquitectos, albañiles, carpinteros... la obra y sus hallazgos nació de unos y de otros. Eran cristianos, musulmanes, judíos... Trabajaban juntos porque siempre estuvo muy presente la idea de que este edificio les trascendía a todos. Hace años escribí un artículo sobre la Mezquita que titulé La gran Mestiza, me lo prohibieron, y con razón, sonaba a la jefa del burdel".
Durante los últimos 30 años Ruiz Cabrero ha viajado a Córdoba desde Madrid al menos una vez a la semana. Al principio en un tren que salía después de cenar y que llegaba a las cinco de la mañana a la ciudad andaluza. "He llegado al andén hasta en pijama, y no es broma. Al principio solía parar en un bar, pero resultó no ser muy buena idea, así que durante años me dediqué a caminar y caminar de madrugada".
Él y su colega Gabriel Rebollo -conocidos en la ciudad de Manolete y el salmorejo como Los Gabrieles- lograron el pasado mes de diciembre el Premio Ciudades Patrimonio de la Humanidad por sus 30 años de trabajo de restauración. El premio destacaba "un modelo de intervención que ha servido de ejemplo internacional".
A Ruiz Cabrero el primer encargo le llegó con 33 años.
Tenía que rehabilitar el Patio de Naranjos. "Enrique Perea, mi antiguo socio, y yo habíamos ganado con 29 años el concurso para el Colegio de Arquitectos de Sevilla. Entonces fue muy sonado porque en el jurado estaban Aldo Rossi, Rafael Moneo y José Antonio Coderch. El edificio era muy moderno y por eso cuando me encargaron la restauración hubo muchas críticas, era joven, inexperto y con ese edificio tan moderno como obra conocida.
Fue entonces cuando llegó Dionisio Hernández Gil como director General de Bellas Artes, que tenía ideas muy claras e innovadoras sobre lo que debía ser la restauración de monumentos". Hernández Gil recuerda desde su casa del Viso de Madrid cómo aquél fue el momento de romper con los criterios de restauración que habían prevalecido hasta entonces. "Gabriel y Rafael Moneo fueron elegidos para restaurar juntos la Mezquita. Gabriel era más joven pero ya contaba con trabajos reconocidos.
Sin duda, fue una buena elección". Moneo dejó entonces España para instalarse en la Universidad de Harvard, pero las bases de cómo debía ser la restauración del monumento quedaron asentadas.
Ruiz Cabrero empezó a dibujar a mano la Mezquita hasta que decidió pasar a ordenador su trabajo de años. "Nadie ha dibujado así la Mezquita", señala Bruno Lara, editor y diseñador del libro que ahora se publica. "Quizá son demasiado fríos y técnicos para un profano, pero su valor está en la minuciosidad, en el detalle".
El libro no sólo reproduce cada alzado y sección del edificio en láminas desplegables, sino que cuenta su apasionante historia y las conjeturas que todavía hoy la rodean. La segunda ampliación llegó con Abderramán II, en el año 833, en la que no se introdujeron grandes variaciones sobre la solución original. Las grandes innovaciones llegaron con Alaquén II y su ministro, el eunuco Chafar. "Los eunucos eran muy poderosos en aquella época", cuenta Ruiz Cabrero.
"Los había de distintos tipos y los califas confiaban enormemente en ellos porque no podían dejar embarazadas a sus mujeres. Los había sin testículos, que eran grandes amantes porque tenían pene pero nunca eyaculaban y luego estaban los que perdían sólo el pene, que lo tenían más complicado para aplacar la testosterona. Además, no era lo mismo los que castraban de niños que de adultos. Ser eunuco garantizaba poder y buena posición social así que muchos padres sacrificaban a sus hijos. No nos debería sonar tan extraño.
Ellos soñaban con un hijo eunuco como hoy se sueña con un hijo futbolista".
No se sabe qué tipo de eunuco era el poderoso Chafar, pero sí se sabe que con él llegaron los aires de Bagdad ("la Nueva York de la época") que trajeron poetas, escritores y artesanos de Bizancio que, bajo el mandato del emperador Nicéforo Focas ("¡qué gran nombre!") contribuyeron a la incomparable belleza del mihrab de la Mezquita y el paraíso que ofrece sólo con contemplarlo.
Fue en esta época cuando las columnas de la Mezquita se forman con el sutil entramado de un tejido y cuando las variaciones del arco de herradura llegan a su mayor esplendor. Y, además, tímidamente, entra la luz. Y con ella, las metáforas y el sentido del espacio.
"El cristiano reza hacia arriba mientras que el musulmán reza en dirección horizontal. Cristo dice 'yo soy la luz, la verdad y la vida'. Dios te ilumina y eso relaciona la práctica de la religión cristina con la verticalidad. Los musulmanes no tienen el sentido de la luz que tiene los cristianos, no la necesitan". Por eso el juego de sombras de la Mezquita resulta tan estremecedor.
La luz blanca irrumpe en los ventanales góticos frente a la penumbra del resto. "A cambio de la pérdida de pureza se obtiene la riqueza. La belleza está en el contraste. Ésa es una de las grandes lecciones que nos da este lugar y que nos da la historia. No estamos ante un monumento, estamos ante un documento extraordinario".
Cuando el templo era musulmán estaba lleno de cálidas alfombras. Pero hoy el frío cala por los pies de manera implacable. 1236 es el año de la reconquista cristiana de Córdoba y el de su dedicación como catedral. Alfonso X exige que no se toque una piedra. En 1489, bajo el reinado de los Reyes Católicos, se construye la nave gótica. Es la primera intervención cristiana.
En 1526, comienza la construcción del crucero que encarga el obispo Alonso Manrique (aliado de Felipe el Hermoso y Juana la Loca y hombre de confianza de Carlos V) al arquitecto Hernán Ruiz. Las bóvedas góticas las termina su hijo Hernán Ruiz II sobre unos muros renacentistas. Ruiz Cabrero invita a levantar la mirada para descubrir un san Gabriel dorado que parece volar encima de uno de los órganos, un san Jorge de una sencillez pasmosa o una Virgen María demasiado lejana para la vista de un mortal. "La hemos restaurado hace poco, es la cara de una niña, de una hermosura absoluta".
Según el arquitecto, los años no han erosionado su relación con este lugar. "El edificio me ha poseído, me ha dominado de tal manera que ya no soy el arquitecto desprejuiciado que era antes. De alguna manera he pagado un precio, me he vuelto más conservador, pero no me importa. Me dejo dominar. No me resisto". Asegura que tampoco se ha cansado de contar piedras, y mucho menos de hablar con ellas. "Cuando llegué aquí la primera vez pensé que a lo mejor no había visto todas las mezquitas del mundo, como los grandes sabios, pero que al menos sacaría piedra a piedra la mía".
CON INFORMACIÓN DE ELPAIS.COM
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