Cultura
La FIL y sus tangos 'jazzeros'
Con piano y contrabajo, el dueto argentino muestra su talento en el Foro FIL
GUADALAJARA, JALISCO (03/DIC/2014).- Su primera vez en México valió la pena. Los tangos en su versión de jazz se dieron cita en el Foro FIL tras concluir el cuarto día de actividades de la Feria Internacional del Libro (FIL).
Adrián Iaies y Horacio Fumero dieron una muestra de su talento, con un piano y un contrabajo que acogieron a los cerca de 300 invitados que alcanzaron silla. Y a pesar del clima festivo, siguen estando presentes las 43 sillas vacías que representan a cada uno de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, Guerrero.
En la más cálida de las noches desde que inició el festival, el público ovacionó el talento de dos argentinos que igual tocaron tangos como Vida mía, de los hermanos Frasedo; como música en honor al yucateco Armando Manzanero.
Adrián, con su piano de cola y de un negro reluciente, marcaba el ritmo que le daba ventaja a Horacio. Uno le decía con la mirada al otro que acelerara. Y el otro lo retaba, como en una batalla por la perfección. Los dos se sabían cómplices en el escenario, fueron contendientes y cómplices al mismo tiempo. Y el público, un fiel escudero que azuzaba con aplausos.
Y aunque la música evocaba sensualidad y retozo, la fila de las cervezas por momentos cedía. Los cláxones de los carros y los chirridos de los camiones se colaron por las rendijas de un foro de techo volado, donde el ligero olor a chocolate se transporta desde una fábrica situada a una cuadra. Aquello no fue pensado así, pero igual resultó. La música siguió fluyendo. A veces rápida, a veces no tanto. Los invitados se daban un breve respiro.
Adrián Iaies y Horacio Fumero dieron una muestra de su talento, con un piano y un contrabajo que acogieron a los cerca de 300 invitados que alcanzaron silla. Y a pesar del clima festivo, siguen estando presentes las 43 sillas vacías que representan a cada uno de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, Guerrero.
En la más cálida de las noches desde que inició el festival, el público ovacionó el talento de dos argentinos que igual tocaron tangos como Vida mía, de los hermanos Frasedo; como música en honor al yucateco Armando Manzanero.
Adrián, con su piano de cola y de un negro reluciente, marcaba el ritmo que le daba ventaja a Horacio. Uno le decía con la mirada al otro que acelerara. Y el otro lo retaba, como en una batalla por la perfección. Los dos se sabían cómplices en el escenario, fueron contendientes y cómplices al mismo tiempo. Y el público, un fiel escudero que azuzaba con aplausos.
Y aunque la música evocaba sensualidad y retozo, la fila de las cervezas por momentos cedía. Los cláxones de los carros y los chirridos de los camiones se colaron por las rendijas de un foro de techo volado, donde el ligero olor a chocolate se transporta desde una fábrica situada a una cuadra. Aquello no fue pensado así, pero igual resultó. La música siguió fluyendo. A veces rápida, a veces no tanto. Los invitados se daban un breve respiro.
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