Cultura
Juan Carlos Onetti, autor que escribía 'para su propio placer'
El novelista uruguayo es considerado pieza clave de la narrativa en español del siglo XX
Juan Carlos Onetti fue un novelista considerado no sólo el escritor más importante que ha dado su país, sino un autor clave, una de las máximas figuras creativas de la narrativa en lengua española del siglo XX.
''Escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio. Para mi propia condenación'', decía el autor nacido un 1 de julio de 1909 en Montevideo, Uruguay, quien dejó una profunda huella en la literatura latinoamericana del siglo pasado, además de ser influencia importante para literatos en otros idiomas.
Descendiente de emigrados irlandeses y de una brasileña, deja los estudios de derecho a la mitad de la carrera. Señalan sus biógrafos que desde temprana edad solía frecuentar las salas de redacción de periódicos y revistas, actividad en la que terminaría desenvolviéndose algún tiempo después.
Inicia sus trabajos literarios en Buenos Aires a través de la colaboración en diferentes rotativos de la ciudad, por mencionar algunos, La Prensa y La Nación. En el año de 1935 escribe un cuento titulado ''Los niños en el bosque'' y ''Tiempo de abrazar'', obras que vieron la luz cuatro décadas después. Para 1939 da a conocer su primer libro, ''El pozo'', novela corta de tinte existencialista, y en ese mismo año, es designado secretario de redacción del semanario Marcha, donde firma sus escritos bajo desiguales pseudónimos, como ''Periquito el Aguador''. Así, toma un nombre diferente, dependiendo el tipo de creación, fuera humorística o política.
Durante muchos años deambuló su vida entre ambas capitales, la de Argentina y la de Uruguay, y con ello, consigue una síntesis urbana, génesis de la mítica ciudad de ''Santa María'', lugar fiticio donde transcurren sus principales relatos.
En 1940 edita su primer relato importante bajo el título de ''Un sueño realizado'', al que sigue una vasta lista de publicaciones. A mediados de la década de 1950 ayuda en otro diario y ahí emite su primera novela corta, ''Los Adioses''.
Por veinte años, en el periodo de 1955 a 1975, fue director de bibliotecas municipales, pero en el último año es acusado de actividades subversivas a la dictadura uruguaya y por ello, elige salir del país. Se exilia en España, país que no abandona hasta su muerte.
Ganador de algunos premios con sus relatos, mostró siempre una madurez en la creación de su propio universo. Los personajes suyos pasaban de una historia a otra, de un libro a otro, que enriquecían más su de por sí complicada y extensa obra. Es reconocido por su trilogía de ''Santa María'' con las novelas ''La vida breve'' (1950), ''El astillero'' (1961) y ''Juntacadáveres'' (1964); en estas, sus actantes intercambian el protagonismo, las historias se complejizan cada vez más, y lo maravilloso es que pueden leerse como obras autónomas, independientes una de las otras.
Entre sus temas se encuentran situaciones poco convencionales para la escritura de la época: la prostitución, la economía, la soledad, la rutina. Con maestría, consigue plasmar un realismo que hace pensar al lector en una especie de ''desdoblamientos'' presentados por Onetti, en una especie de queja, de denuncia ante el mundo en que vivía. Ante este efecto, autores reconocidos posteriores a él lo han aclamado.
En 1980 es condecorado con el máximo premio de la literatura en castellano. Recibe el Premio Cervantes y agradece a la audiencia, sobre todo a España por la forma tan cordial en que él y su trabajo fueron acogidos tras llegar ahí. En su discurso se auto define como ''permanente segundón'', pero acepta la ''tan insigne distinción''.
Intentó siempre llevar el antagonismo de su personajes en los textos que redactaba, contradiciendo las tendencias retóricas de la generación; muestra influencias románticas y modernistas, unidas a su temperamento escéptico, desencantado, que produce un estilo que no tiene predecesores y que inaugura una brecha fructífera para los denominados autores del ''Boom Latinoamericano''.
Juan Carlos Onetti falleció el 30 de mayo de 1994, en un hospital de Madrid, lugar donde vivió los últimos años de su vida, condenado a una cama. Estudiosos señalan que su última voluntad fue que sus restos fueran incinerados y que las cenizas no fueran trasladadas a su país natal.
Años después se publican textos relevantes donde habría recuperado situaciones plasmadas en textos anteriores y cierra así la propuesta, su ''círculo poético''. El escritor uruguayo deja, de ese modo, un legado que nutre a muchos de los autores que han surgido con el avance del tiempo en América Latina.
EL INFORMADOR/ORALIA FLORES
GUADALAJARA, JALISCO (30/JUN/2016).- ''Escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio. Para mi propia condenación'', decía el autor nacido un 1 de julio de 1909 en Montevideo, Uruguay, quien dejó una profunda huella en la literatura latinoamericana del siglo pasado, además de ser influencia importante para literatos en otros idiomas.
Descendiente de emigrados irlandeses y de una brasileña, deja los estudios de derecho a la mitad de la carrera. Señalan sus biógrafos que desde temprana edad solía frecuentar las salas de redacción de periódicos y revistas, actividad en la que terminaría desenvolviéndose algún tiempo después.
Inicia sus trabajos literarios en Buenos Aires a través de la colaboración en diferentes rotativos de la ciudad, por mencionar algunos, La Prensa y La Nación. En el año de 1935 escribe un cuento titulado ''Los niños en el bosque'' y ''Tiempo de abrazar'', obras que vieron la luz cuatro décadas después. Para 1939 da a conocer su primer libro, ''El pozo'', novela corta de tinte existencialista, y en ese mismo año, es designado secretario de redacción del semanario Marcha, donde firma sus escritos bajo desiguales pseudónimos, como ''Periquito el Aguador''. Así, toma un nombre diferente, dependiendo el tipo de creación, fuera humorística o política.
Durante muchos años deambuló su vida entre ambas capitales, la de Argentina y la de Uruguay, y con ello, consigue una síntesis urbana, génesis de la mítica ciudad de ''Santa María'', lugar fiticio donde transcurren sus principales relatos.
En 1940 edita su primer relato importante bajo el título de ''Un sueño realizado'', al que sigue una vasta lista de publicaciones. A mediados de la década de 1950 ayuda en otro diario y ahí emite su primera novela corta, ''Los Adioses''.
Por veinte años, en el periodo de 1955 a 1975, fue director de bibliotecas municipales, pero en el último año es acusado de actividades subversivas a la dictadura uruguaya y por ello, elige salir del país. Se exilia en España, país que no abandona hasta su muerte.
Ganador de algunos premios con sus relatos, mostró siempre una madurez en la creación de su propio universo. Los personajes suyos pasaban de una historia a otra, de un libro a otro, que enriquecían más su de por sí complicada y extensa obra. Es reconocido por su trilogía de ''Santa María'' con las novelas ''La vida breve'' (1950), ''El astillero'' (1961) y ''Juntacadáveres'' (1964); en estas, sus actantes intercambian el protagonismo, las historias se complejizan cada vez más, y lo maravilloso es que pueden leerse como obras autónomas, independientes una de las otras.
Entre sus temas se encuentran situaciones poco convencionales para la escritura de la época: la prostitución, la economía, la soledad, la rutina. Con maestría, consigue plasmar un realismo que hace pensar al lector en una especie de ''desdoblamientos'' presentados por Onetti, en una especie de queja, de denuncia ante el mundo en que vivía. Ante este efecto, autores reconocidos posteriores a él lo han aclamado.
En 1980 es condecorado con el máximo premio de la literatura en castellano. Recibe el Premio Cervantes y agradece a la audiencia, sobre todo a España por la forma tan cordial en que él y su trabajo fueron acogidos tras llegar ahí. En su discurso se auto define como ''permanente segundón'', pero acepta la ''tan insigne distinción''.
Intentó siempre llevar el antagonismo de su personajes en los textos que redactaba, contradiciendo las tendencias retóricas de la generación; muestra influencias románticas y modernistas, unidas a su temperamento escéptico, desencantado, que produce un estilo que no tiene predecesores y que inaugura una brecha fructífera para los denominados autores del ''Boom Latinoamericano''.
Juan Carlos Onetti falleció el 30 de mayo de 1994, en un hospital de Madrid, lugar donde vivió los últimos años de su vida, condenado a una cama. Estudiosos señalan que su última voluntad fue que sus restos fueran incinerados y que las cenizas no fueran trasladadas a su país natal.
Años después se publican textos relevantes donde habría recuperado situaciones plasmadas en textos anteriores y cierra así la propuesta, su ''círculo poético''. El escritor uruguayo deja, de ese modo, un legado que nutre a muchos de los autores que han surgido con el avance del tiempo en América Latina.
EL INFORMADOR/ORALIA FLORES
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