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Otro desaguisado ya tradicional

GUADALAJARA, JALISCO (16/MAY/2011).- La comunicación sigue siendo el factor que determina el éxito o el fracaso de cualquier objetivo en común o personal.

Las líneas de comunicación ya sea en las esferas pública o privada son la parte central de cualquier estrategia.
En el sector público la comunicación retoma doble importancia si se le considera que no solo lleva como destinatario al receptor de su comunicado sino a una ciudadanía que con voluntad o sin ella, responde a los actos que emprende.

Y pese a que lo anterior no se desconoce, es frecuente que en las dependencias gubernamentales se presenten casos y conflictos originados en una falta de comunicación precisa e inobjetable.

Quizá a esto se deba el hecho de que parte de la comunidad cultural en los últimos días se sienta agraviada a partir de la convocatoria de la Compañía Estatal de Teatro, por citar un ejemplo de los más recientes.

El mensaje que se hace llegar a los interesados en participar se da a través de un documento que establece las bases, requerimientos y tramitología y es ahí donde se debiera exagerar en la claridad de lo dicho con miras a evitar una mala interpretación o los bien socorridos “malosentendidos”.

Por otra parte, el o los funcionarios dedicados a la difusión de la convocatoria debieran limitarse a repetir lo que el desplegado estipula y no erigirse como salvadores presupuestales o únicos autorizados para incluso, tomar decisiones que contradigan lo que la convocatoria expresa.

El destinatario inmediato, en este caso los interesados de la comunidad teatral, con argumentos o sin ellos, pero conminados por el propio texto convocante, exigen lo que el propio documento permite que se pueda exigir. Y desde luego, con base en las promesas ligeras y sin reflexión que algún burócrata pudo esgrimir en su momento de lucidez equívoca.

La aplicación de políticas públicas a partir de programas culturales y la consolidación de instrumentos de desarrollo artístico son tarea complicada para quienes guardan la obligación de ejecutarlas. Pero lo hacen por convicción. Nadie los obligó a tomar esa responsabilidad. Y Por ese hecho es que recae en ellos mismos la falta de una comunicación clara, precisa y concisa en todos los mensajes enviados a la comunidad cultural que es su destinatario.

A este desaguisado, donde la administración pública anuncia un acto y la comunidad cultural lejos de percibirlo como un bien lo mide con el peso de la realidad y lo percibe como un error,  (ya es casi tradicional) se suma el hecho de la falta de ética de quienes toman decisiones estéticas y económicas.
Para cualquiera que guarde un compromiso auténticamente ciudadano, ajeno a los intereses personales y sea celoso de su honorabilidad en su actuar público, le parece normal, natural y hasta necesario que sus decisiones no sean objetadas bajo el argumento de faltas de ética. Pero ese tenor ya está en otro desaguisado difícil de erradicar pero muy fácil de conocer a quienes lo toman como un acto casi sagrado que lo convierten en su propia personalidad.
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