Cultura
Itinerario
Nos venden culto por cultura
Existe un malentendido (casi siempre voluntario) respecto a la función que el Estado debe guardar con la cultura. Las posibles políticas culturales que presumiblemente son legitimadas con estudios y diagnósticos, quedan en los cajones de los funcionarios, cuando éstos, incapaces de aplicar su criterio propio y dar cumplimiento al compromiso adquirido con su sector, ceden a las exigencias del jefe superior o peor aún, doblegan todo un programa que responde a tiempos y presupuestos, al capricho de los poderes fácticos.
En Jalisco esta realidad nos es común. ¿Qué importa que nuestro Estado sí tenga legislada la administración de la cultura, si lo que en letra dice en letra se queda? ¿Qué importa que como sociedad nos invistamos de laicos, si toda legislación por más respetable que sea, cede al canto del púlpito? ¿O no hemos confundido cultura con culto, al invertir la mayor parte del presupuesto en la restauración de templos católicos y en convertir museos en capillas?
Los signos más representativos que definen a un gobierno sin duda saltan en su política cultural. Y es ahí donde podemos apreciar sus bases y anhelos, así como la proyección de sus actos. ¿Tenemos entonces en Jalisco una política cultural apegada a las necesidades y exigencias de la población actual?
Los extremos han querido ver en el arte una epifanía y en el artista al hierofante. Paul Bénichou, en El tiempo de los profetas describe cómo las doctrinas de fuente dogmática ya sea católica o cientificista, como el sansimonismo o el positivismo “tienden a confundir, en sus opiniones sobre el poder espiritual, el sacerdote y el artista”.
Es a partir del siglo XIX cuando al hacedor de arte se le ve como poseedor del encanto desde un ángulo social y religioso. No podía ser de otra forma en las entrañas del romanticismo. Sin embargo, el pensamiento liberal siempre ha sido sanamente distante de esta confusión, y pese a que no reconoce en el arte una forma de conocimiento “verdadero”, tampoco le atribuye elementos contrarios a su naturaleza: la explica bajo una teoría de lo bello y a lo mucho la considera una “revelación sensible de Dios”.
El confundir el acto de gobernar con cualquiera de las misiones que el hombre de poder se autoimpone, conlleva grandes consecuencias. Y en el desarrollo de la cultura eso es tajante. El inminente desencanto del artista es proporcional al estancamiento de la expresión creativa.
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