Cultura
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Celebremos con misa nuestro Estado laico
Entonces surgieron los fenómenos retro: se rendía homenaje al tiempo ido como quien se despide -en la tumba- de un ser querido: la música, la arquitectura, el diseño, la industria automotriz y demás formas de vida se circunscribieron a un estado definido ya pasado, conocido, y ahora regresado a la vida.
Se abanderaron las causas de las minorías como vanguardia en política pública. El interés de las mayorías significaron totalitarismo y lo políticamente correcto fue alejarse de eso. Ahora las mayorías se construirían con base en la suma de las minorías. Y se volvió afable la mirada antes represiva de las autoridades hacia las comunidades de color, a los grupos indígenas, a los homosexuales, a los minusválidos, a los ancianos, a las mujeres, con la integración de leyes que los protegieran y distinguieran del resto de la sociedad. Se crearon entonces las comisiones de los derechos humanos y los consejos ciudadanos, los comités vecinales y las procuradurías de lo social, los institutos electorales y los de justicia alternativa. En defensa de la no discriminación, se creó una nomenclatura de la diferenciación. Se abogó en el mundo por una multiculturalidad, por una interracialidad, por una multietnicidad, por las garantías individuales. Incluso en algunas geografías se rompieron fronteras y se unificaron monedas.
Luego vendría el discurso –ya sabido desde siglos atrás- de que la Historia (ya moribunda)la hacen los vencedores. Y para sembrar la duda a lo establecido y cuestionar lo dado como norma y conocimiento, se utilizó la palabra “revisitar”. Lo que no es revisitado es como si no estuviera pasteurizado: contiene impurezas, está contaminado de microorganismos dañinos para la salud, en este caso dañinos para la verdad. Y la Historia se revisitó. Y nuestras vidas se revisitaron. Y nuestra realidad, revisitada, cambió.
Sólo bajo los argumentos de la postmodernidad –pongámoslo elegantemente dicho por el bien de la vergüenza que nos toca- podemos entender que previa revisitación de la historia local, se celebre hoy desde el máximo poder en el Estado, la máxima derrota que el máximo insurgente sufrió en el Puente de Calderón.
¿En qué momento de nuestra historia llegamos a confundir los hechos que son dignos de recordar con dolor y pena en busca de no repetirlos, con aquellos que nos enorgullecen por su gloriosa herencia?
Y no sólo es esa la confusión, quiero decir, la revisitación de la historia, porque si atendemos al programa que se tiene para este día en el que se cumplen 200 años de esa vergüenza nacional, el punto de celebración mayor está centrado en la misa que oficiará el cardenal de Guadalajara. Celebremos pues una derrota con una misa en un Estado constitucionalmente laico.
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