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La herencia de Cabañas
La cercanía geográfica y fuerza de convocatoria que ejercía el cura de Dolores, Miguel Hidalgo, sobre los habitantes de Guadalajara, pero sobre todo con no pocos clérigos de la Diócesis de Guadalajara, tenía en constante preocupación a la máxima autoridad eclesiástica de la comarca, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas.
El visor de Cabañas para salvaguardar “la tranquilidad” estaba estructurado con base en la más elemental estrategia del espionaje, tal y como se originaron las acusaciones de la Santa Inquisición y de cualquiera de los sistemas totalitarios: confiaba plenamente en la información que los más cercanos a su investidura le compartían.
Los hechos, difíciles de comprobar bajo un sistema acusatorio basado en las opiniones de los demás, nunca fueron motivo de discriminación, acusación y sentencia; sin embargo, para el obispo era suficiente con la observancia de los comportamientos y actitudes de aquellos que habían sido puestos ante sus ojos como desconfiables por simpatizar con los ideales de la insurgencia y por ende en contra de la corona, a la que Cabañas, como representante de la Iglesia Católica, insiste en ser su deudor.
El discurso de Cabañas del que nos hace testigos Olveda, no es el de un obispo preocupado por las cuitas del espíritu, ni por las continuas necesidades de la pobreza y demás precariedades presumiblemente importantes para la Iglesia; el catedrático de El Colegio de Jalisco desvela a un obispo más cercano al perfil ideal de la Gestapo, que a la imagen que se ha procurado promocionar en los últimos años.
En las cuentas que rinde Cabañas a alguna autoridad española, describe su “agitación y convulsión” que le provoca estar atento a lo sucedido a causa de la insurgencia que arrastra a una “muchedumbre de perversos, ignorantes y sencillos”. Pero aclara que en Guadalajara todo está bajo control gracias a su perseverante labor de vigilancia ejecutada “con haber distribuido en sus barrios y calles veinticuatro eclesiásticos que de dos en dos, con moderación y silencio las recorren y observan, predicando y hablando de paz y unión, de religión y buenas costumbres, nunca se ha visto más quieta que en los actuales días”. Pese a este panorama tan felizmente descrito, Cabañas, en un análisis regional de la insurgencia concluye en su informe: “nos hallamos en la dura y triste necesidad de temer…”.
Estos son quizá los elementos que llevaron al obispo de Guadalajara a dejar el discurso y las acciones de su responsabilidad religiosa para optar por las de un operador y acusador cuando ordena epistolarmente a subordinados de su Diócesis cosas como: “Sé también que el 19 del corriente salió otro presbítero a Colima (…) para que en llegando a ella le aprendiere y examinase sus papeles. (…) Si así fuere y lo verificase en adelante, me dará aviso con oportunidad, poniendo al apresado algunos días en parte muy segura, y no perdiéndolo de vista, procediendo en todo sus acuerdos con el juez”. O el caso dirigido al señor cura de Colima: “Estoy informado por un conducto muy seguro de las expresiones seductoras falsas y subversivas de la tranquilidad pública que predica en honor al cura de Dolores, don Miguel Hidalgo, el presbítero don José Antonio Valdovinos, vecino de esta villa. En atención a esta, cuidará (Usted) de tener muy a la vista a Valdovinos y observarle de cerca sus expresiones y conducta, para darme cuenta de todo ello con oportunidad, procediendo, en caso necesario, a su captura, poniéndolo en lugar seguro y avisándome luego, para las ulteriores providencias…”.
La estrategia de Cabañas desvelada por Olveda y sin necesidad de Insurgencia, con seguridad es hoy una insoslayable herencia viva.
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