Cultura
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¿Qué le mira a Temaca tanto el Cristo?
En Jalisco, en nuestra historia local, solemos ser innovadores y por lo mismo pioneros.
Lo hemos registrado en materia legislativa, en dependencias ciudadanas, en reformas presupuestales y claro, en el tema que nos convoca: en la destrucción de pueblos enteros.
El caso de Temacapulín, Palmarejo y Acasico son muestra de la necedad y autoritarismo a los que el poder orilla a los gobernantes.
Vecinos de esas comunidades, organizaciones civiles, locales, nacionales e internacionales han expuesto las razones que obligan a la conservación de estos pueblos por sus valores culturales y su resignificación en el contexto patrimonial del Estado y del país.
Ninguna voz, ningún argumento ha sido –a la fecha- lo suficientemente convincente para el Gobierno, que lejos de atender el reclamo ciudadano, se empeña en la construcción de la Presa El Zapotillo a costa de la destrucción de estas tres comunidades dignas de la más auténtica idiosincrasia de los Altos de Jalisco, misma zona del Estado de origen del titular del poder Ejecutivo.
Quien gobierna se obliga a escuchar al gobernado. Pero para Temacapulín y su patrimonio cultural no ha habido oídos.
La Iglesia católica, en voz y cuerpo del sacerdote Gabriel Espinosa ha enarbolado una lucha social constante que llama al sentido común y a la sensibilidad hacia las comunidades que defienden su identidad; el diputado federal Salvador Caro ha emprendido una labor eficiente en la suma de fuerzas y voluntades desde la Cámara de Diputados para enfrentar la necedad que no parece cesar.
Los tapatíos y jaliscienses tomamos conciencia de que entre lo más defendible está lo que somos, aquello que nos construye y nos forja. Y ante la amenaza de perderlo, la defensa es por la sobrevivencia. Los ciudadanos y los pueblos deben sobrevivir a sus gobiernos.
Si al norte de la peña está Temaca,
¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?
Para que así se turbe o se conmueva,
¿verá, acaso, algún crimen no llorado
con que Temaca lleva
tibia la fe y el corazón cansado?
¿O será el poco pan de sus cabañas
o el llanto y el dolor con que lo moja
lo que así le conturba las entrañas
y le sacude el alma de congoja?...
Quién sabe, yo no sé. Lo que sí he visto,
y hasta jurarlo con mi sangre puedo
es que Dios mismo, con su propio dedo,
pintó su amor por dibujar su Cristo.
(Fragmentos del poema El Cristo de Temaca, del padre Alfredo R. Placencia).
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