Cultura
Guadalupe Nettel, una sobreviviente del reino de los trilobites
Los antepasados de las cucarachas representan un símbolo para la escritora
Son los antepasados de las cucarachas que soportaron cambios de clima, sequías y explosiones nucleares, mutaron para no perecer y representan un símbolo para la escritora que, según su desgarradora novela "El cuerpo en que nací" (2011), tuvo una dura infancia en la cual nació su querencia a la soledad.
"Vivo en un mundo imaginario y la conozco bien, pero no me enorgullece mi tendencia a la evasión; quisiera estar más presente, disfrutar la vida. Me da nostalgia lo que me estoy perdiendo", confiesa en una entrevista la ganadora del Premio Herralde 2014 con la novela "Después del invierno".
Este libro cuenta la historia de Claudio, un cubano residente en Nueva York, y Cecilia, una mexicana estudiante en París, cuyos destinos se cruzan en un momento en el que el caribeño tiene una complicada relación con una mujer mayor, y ella está involucrada con un vecino de salud delicada.
"Esta novela habla de esa dificultad para levantarnos cada mañana con nuestras heridas, nuestras llagas y esas ganas de tirar la toalla que tenemos a menudo; los dos personajes tienen una fuerza de voluntad admirable", asegura la autora de 41 años.
Si bien Cecilia tiene mucho de la escritora en sus tiempos de residente en Francia, el carácter autobiográfico de la obra está relacionado más con la perseverancia de Nettel, a quien le rechazaron en casi todas las editoriales su primera novela, "El huésped" (2006), pero no se dio por vencida, se la publicaron, y con ella se metió en la final del Premio Herralde.
Sentada en un lugar con cierta intimidad, Nettel bebe a pequeños sorbos una limonada; al principio le cuesta trabajo socializar, pero pronto se acomoda, aunque mantiene un aire de lejanía.
"Escribo en mi casa o en un café, primero tomo notas a mano, así fluyen las ideas más fácilmente, y ya que tengo certeza de a dónde voy, me paso a la computadora. No tengo horarios; a veces me siento a trabajar a las nueve de la mañana, hago una pausa para comer y termino a las nueve de la noche", revela.
En un mundillo de envidias, el de la literatura, Guadalupe es querida por muchos colegas como el escritor mexicano Jorge Volpi, quien califica como única su sensibilidad y su mirada al tratar los personajes, y el colombiano Juan Gabriel Vázquez, emocionado con el mundo personal e intransferible de la narradora, según ha confesado.
Si bien posee un talento casi prístino para manejar la prosa, su mejor virtud es quizás su capacidad animal para trabajar concentrada en los detalles como demostró en "Después del invierno", con el vocabulario de Claudio, que maneja con una maestría que hace pensar al lector en una escritora residente en La Habana Vieja.
"En eso me ayudó Alejandro Robles, un novelista cubano; no me inspiré en él para escribir la novela, pero sí en otros amigos y amigas de la isla. Los cubanos que conozco son 'luchones', gente con capacidad para mantenerse de pie y así es Claudio", comenta.
Hoy su editorial la trata como a una niña linda y a cada rato la detienen en la calle para pedirle autógrafos, sin embargo no siempre se sintió amada. De niña se identificaba con Gregorio Samsa, el personaje de Franz Kafka convertido en insecto y repudiado por su familia y, si cambió eso, fue por su instinto de trilobite.
"¿Si soy feliz? En este momento de mi vida no mucho", dice en un tono que permite imaginarla como un ser escapado de una de sus novelas, pero no suena a lamento.
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