Cultura

Georg Rauch, el austriaco más mexicano

A ocho años de su muerte, el talento del artista sigue bajo la mirada y el aprecio de los críticos

GUADALAJARA, JALISCO (11/DIC/2014).- “Hoy es otro bonito día en el que tengo la esperanza de regresar a mi estudio y ver lo que pinté ayer”. Esa frase era de Georg Rauch, el pintor austriaco que llegó a México a mediados de los años 70 para explotar al máximo su habilidad para manipular las brochas y los óleos a la orilla del Lago de Chapala.

A ocho años de la muerte de Rauch (Salzburgo, Austria —1924), la obra de artista que hizo de Jocotepec su última morada, será expuesta no solo para recordar su pasión por las artes plásticas, sino para recordar su vida que fue marcada por la Segunda Guerra Mundial, sus orígenes judíos, su amor a México y su esposa Phyllis Rauch.

Será en la sala Giroleta, en el Palacio de Gobierno del Estado de Jalisco, a las 19:00 horas, donde se revele la obra completa de Rauch con piezas inéditas que realizó antes de embarcarse a la guerra, durante su dolorosa recuperación de tuberculosis, y aquellas que pintó antes de fallecer en noviembre de 2006. La exposición permanecerá abierta al público durante dos meses.

Su compañera de vida, Phyllis Rauch, destaca que en el trabajo de su marido predominó el movimiento del expresionismo, pues fue en esta rama donde el austriaco encontró los elementos perfectos para manifestar esos sentimientos que se generaron durante su niñez, cuando la guerra alcanzó al mundo y la tranquilidad que México le ofreció por más de 30 años.

“Georg no era una persona a la que le gustara filosofar, habar mucho o explicar su obra. Hay pintores que hablan más de lo que pintan, pero a lo que mi esposo le encantaba era pintar y lo hizo a diario”, recuerda Phyllis al puntualizar que fue durante su enfermedad de tuberculosis cuando Georg retomó con fuerza la pintura tras dos años de estar dependiente de cuidados médicos.

La señora de Rauch reconoce que la obra de Georg no despuntó por su equilibrado colorido y perfeccionismo, sino por la enorme carga emocional que logró trasmitir a cada uno de los protagonistas de sus cuadros, casi siempre hombres que, según él afirmaba, eran simples desconocidos que reflejaban el horror de la guerra y la añoranza de regresar a la paz y la familia.

Aunque durante sus 10 primeros años de entregado a la pintura Georg Rauch negó rotundamente que aquellas pinturas fueran un vivo manifiesto de sus recuerdos, su esposa confiesa que antes de morir el austriaco reconoció que su entrega a la pintura fungió como una terapia que lo ayudó a procesar las tristezas y encontrar la tranquilidad que desde joven le fue arrebatada.

Un tapatío de corazón

Tanta es la relevancia que la obra pictórica de Georg Rauch tiene en Guadalajara, que fue adoptado por la ciudad desde su primera visita, justo cuando él fue responsable de realizar el arte para la promoción de los eventos culturales en la Perla de Occidente con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968.

Desde aquí la crítica especializada rindió honores al pintor austriaco por su claro apego al expresionismo alemán, el surrealismo, donde las pinceladas de realismo fantástico y Art Nouveau también eran evidentes en los arlequines, máscaras de payasos y hombres reflexivos que cautivaban desde el primer vistazo.

Jalisco significó mucho para Georg Rauch, añade Phyllis, pues en Jocotepec también se inició en el oficio de la serigrafía, y es decidió que este municipio era el lugar perfecto para llenarse de inspiración para su pintura, teniendo al Lago de Chapala y al Cerro de García como principales escenarios.

Progresivamente, Rauch se transformó en un hijo más del Estado, a tal grado, que fue incluido en la antología Cuatro siglos de pintura jalisciense, de la Cámara del Comercio de Guadalajara.

SABER MÁS

Por partida doble

Además de la exposición que se inaugura hoy en Palacio de Gobierno a las 19:00 horas, durante este fin de semana, en el Centro Cultural González Gallo, en Chapala, se estrena otra exposición de Georg Rauch, en la que se exhibirán sus trabajos realizados para el programa cultural de los Juegos Olímpicos de 1968.

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