Cultura
Escocia y Madrid colaboran para montar la exposición ‘Jardines Impresionistas’
El museo Thyssen-Bornemisza y la National Gallery of Scotland han trabajado juntos reuniendo obras públicas y privadas de todo el mundo
museo Thyssen-Bornemisza, de Madrid, y la
National Gallery of Scotland colaboran en una exposición dedicada a los Jardines Impresionistas, que coincide con el festival internacional de Edimburgo y viajará en noviembre a la capital española.
La exposición madrileña será una versión ampliada de la que acaba de inaugurarse aquí y tendrá aproximadamente medio centenar de obras más que las 97 reunidas en Edimburgo, procedentes de colecciones públicas y privadas de todo el mundo, según explicó el director de la galería escocesa, Michael Clarke, que ha comisariado la muestra junto a Clare A.P. Willsdon.
La idea fue una propuesta inicial de Willsdon, que la discutió con Clarke, quien a su vez trató de una posible colaboración con el director artístico del museo madrileño, Guillermo Solana, el cual aceptó gustoso, dijo Clarke, que destacó el hecho de que haya varias obras del Thyssen en la exposición.
"Hemos buscado expandir la exposición más allá del impresionismo en el sentido más estricto incluyendo a algunos predecesores que cultivaron el paisaje para llegar hasta la Primera Guerra Mundial y, en algún caso, incluso un poco más tarde", explicó Clarke.
También se ha incluido a figuras menos conocidas de ese movimiento como Fréderic Bazille, un amigo de Renoir que murió en la guerra franco-prusiana, o como el italiano Federico Zandomeneghi, que fue a su vez amigo de Degas.
Según el director del museo, se intenta siempre aprovechar el gran tirón de público de los distintos festivales que se celebran en Edimburgo para organizar las grandes exposiciones, como la del año pasado, que estuvo dedicada a la pintura española en las colecciones británicas y que visitaron una 75.000 personas, cifra que se espera superar este año, gracias no sólo a los aficionados a la pintura, sino también a la afición a la jardinería de muchos británicos.
Una pasión compartida por muchos de los impresionistas, sobre todo por Monet, Gustave Caillebotte o Pissarro, pero también por otros, desde el español Joaquín Sorolla, del que se exhiben aquí algunos cuadros de una alberca del Alcázar de Sevilla, su propio jardín de Madrid y La Granja de San Ildefonso, hasta el alemán Max Liebermann.
El tema del jardín impresionista puede resultar en principio monótono para toda una exposición -por cierto, que la próxima que prepara para dentro de dos años Edimburgo estará dedicada al "jardín simbolista"-, pero, si uno tiene suficiente paciencia, descubrirá en esta exposición auténticas obras maestras junto a otras de calidad inferior, aunque todas ellas interesantes a su modo.
Una de las más curiosas es la titulada "Lotus lillies", del norteamericano Charles Courtney Curran, pintada en 1888, que muestra a dos jóvenes protegidas por un parasol en medio de un lago recogiendo desde una barca flores de loto que forman un tapiz tan espeso que no dejan ver siquiera el agua.
También llama la atención por su rareza en la obra del artista una vista de un huerto del belga James Ensor, más conocido por sus escenas de carnaval, que muestra en un primer plano una carretilla con dos grandes coles.
Pero uno de los mayores atractivos está en apreciar cómo el tema del jardín privado o público, o el utilitario -el huerto- es abordado por cada pintor con su especial sensibilidad y estilo, y cómo se distingue, aun de lejos, un Cézanne de un Bonnard, un Vuillard, un Manet, un Singer Sargent y por supuesto un Van Gogh o un Klimt.
Hay salas especialmente fuertes, como la que presenta varios cuadros de la famosa serie de nenúfares de Claude Monet junto a obras de Van Gogh, una de ellas claramente influida por el pointillismo de Seurat, o un paisaje casi abstracto de Cézanne, y dos del simbolista austríaco Gustav Klimt.
Entre los cuadros más deliciosos está uno de Monet titulado "La casa del artista en Argenteuil" (1873), que muestra al hijo pequeño del artista con un vestido blanco atado con un lazo azul y sombrero, jugando con un aro mientras su madre le observa desde la puerta que da al jardín.
Mención aparte merecen también el titulado "El balcón azul", de Bonnard, que viola las reglas de la perspectiva tradicional, o "La partida de croquet", de Manet, con sus valientes pinceladas que confieren a la escena una gran espontaneidad.
EDIMBURGO, REINO UNIDO (17/AGO/2010).- El
La exposición madrileña será una versión ampliada de la que acaba de inaugurarse aquí y tendrá aproximadamente medio centenar de obras más que las 97 reunidas en Edimburgo, procedentes de colecciones públicas y privadas de todo el mundo, según explicó el director de la galería escocesa, Michael Clarke, que ha comisariado la muestra junto a Clare A.P. Willsdon.
La idea fue una propuesta inicial de Willsdon, que la discutió con Clarke, quien a su vez trató de una posible colaboración con el director artístico del museo madrileño, Guillermo Solana, el cual aceptó gustoso, dijo Clarke, que destacó el hecho de que haya varias obras del Thyssen en la exposición.
"Hemos buscado expandir la exposición más allá del impresionismo en el sentido más estricto incluyendo a algunos predecesores que cultivaron el paisaje para llegar hasta la Primera Guerra Mundial y, en algún caso, incluso un poco más tarde", explicó Clarke.
También se ha incluido a figuras menos conocidas de ese movimiento como Fréderic Bazille, un amigo de Renoir que murió en la guerra franco-prusiana, o como el italiano Federico Zandomeneghi, que fue a su vez amigo de Degas.
Según el director del museo, se intenta siempre aprovechar el gran tirón de público de los distintos festivales que se celebran en Edimburgo para organizar las grandes exposiciones, como la del año pasado, que estuvo dedicada a la pintura española en las colecciones británicas y que visitaron una 75.000 personas, cifra que se espera superar este año, gracias no sólo a los aficionados a la pintura, sino también a la afición a la jardinería de muchos británicos.
Una pasión compartida por muchos de los impresionistas, sobre todo por Monet, Gustave Caillebotte o Pissarro, pero también por otros, desde el español Joaquín Sorolla, del que se exhiben aquí algunos cuadros de una alberca del Alcázar de Sevilla, su propio jardín de Madrid y La Granja de San Ildefonso, hasta el alemán Max Liebermann.
El tema del jardín impresionista puede resultar en principio monótono para toda una exposición -por cierto, que la próxima que prepara para dentro de dos años Edimburgo estará dedicada al "jardín simbolista"-, pero, si uno tiene suficiente paciencia, descubrirá en esta exposición auténticas obras maestras junto a otras de calidad inferior, aunque todas ellas interesantes a su modo.
Una de las más curiosas es la titulada "Lotus lillies", del norteamericano Charles Courtney Curran, pintada en 1888, que muestra a dos jóvenes protegidas por un parasol en medio de un lago recogiendo desde una barca flores de loto que forman un tapiz tan espeso que no dejan ver siquiera el agua.
También llama la atención por su rareza en la obra del artista una vista de un huerto del belga James Ensor, más conocido por sus escenas de carnaval, que muestra en un primer plano una carretilla con dos grandes coles.
Pero uno de los mayores atractivos está en apreciar cómo el tema del jardín privado o público, o el utilitario -el huerto- es abordado por cada pintor con su especial sensibilidad y estilo, y cómo se distingue, aun de lejos, un Cézanne de un Bonnard, un Vuillard, un Manet, un Singer Sargent y por supuesto un Van Gogh o un Klimt.
Hay salas especialmente fuertes, como la que presenta varios cuadros de la famosa serie de nenúfares de Claude Monet junto a obras de Van Gogh, una de ellas claramente influida por el pointillismo de Seurat, o un paisaje casi abstracto de Cézanne, y dos del simbolista austríaco Gustav Klimt.
Entre los cuadros más deliciosos está uno de Monet titulado "La casa del artista en Argenteuil" (1873), que muestra al hijo pequeño del artista con un vestido blanco atado con un lazo azul y sombrero, jugando con un aro mientras su madre le observa desde la puerta que da al jardín.
Mención aparte merecen también el titulado "El balcón azul", de Bonnard, que viola las reglas de la perspectiva tradicional, o "La partida de croquet", de Manet, con sus valientes pinceladas que confieren a la escena una gran espontaneidad.
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