Cultura

En los museos…que la suerte te acompañe

¿Quiere conocer del arte y la cultura? En un museo de la ciudad le ayudarán poco. La atención a los visitantes en estos espacios peca de deficiente

GUADALAJARA, JALISCO (19/AGO/2013).- El Museo Raúl Anguiano (MURA) es un buen lugar para disfrutar la buena vida sin tener ojos de nadie encima. Si usted tiene mucho calor y ganas de un apapacho, por sólo 16 pesos puede tener ambas cosas. Aire acondicionado: frescura total. Luz tenue: para que los ojos descansen de los destellos del sol en los vidrios de los autos por la calle. Y una cobijita para abrazarse por un momento, aunque sea de pie. Todo esto y más, incluso quizá menos, en el MURA.

En las tres salas que comprenden este espacio museográfico se puede disfrutar de la calma; a las 13:30 horas, tal vez un poco después, tan sólo una mujer se encuentra al ingreso del lugar. Con buena disposición cobra los 16 pesos de ingreso y pide al visitante que anote su nombre en el libro de registro —si usted quiere llamarse Miley Cyrus o Pablo Picasso por un momento, puede hacerlo con total libertad, tan sólo hay que idear un correo electrónico y anotarlo en el renglón—, entonces la chica le hará entrega de la información de la muestra en exhibición, en este caso Trama y Urdimbre, en memoria de Fritz Riedl. Gobelinos contemporáneos en Guadalajara que, por cierto, estará en el Mura hasta el 8 de septiembre.

Algunos párrafos del texto de más de una cuartilla apenas pueden verse; señal de que el tóner de la copiadora está a punto de terminarse. Pero eso no importa si lo que busca es la paz del lugar. El problema está, en todo caso, para aquellas personas que sí quieren ver y entender la exposición curada por Carlos Ashida; y si usted padece de vista corta tendrá que adivinarlo todo, pues aunque en algunos muros se encuentra la explicación de la muestra, en las salas no hay nadie que le pueda apoyar con información adicional. Por eso lo mejor será pensar en el Museo Raúl Anguiano como un paraíso para librarse del sofocante calor que azota la ciudad.

Sin cámaras en las salas y también sin un alma —entiéndase vigilante, guía o custodio—, podrá, si quiere, tocar cada una de las piezas: ni abajo ni arriba encontrará a alguien que se lo prohíba.

Y si ya estando ahí le da por ver algo de Raúl Anguiano, asómese a la sala “Niño Anguiano”, donde se imparten los talleres infantiles; si la puerta está cerrada, puede abrirla; si no tiene idea de dónde se encuentra, pregunté en recepción, ahí con gusto le darán un norte, tal vez hasta lo acompañarán para ver los cinco grabados e incluso le dejarán disfrutar en soledad de la mini muestra.

La atención, sin duda, es estimulante en el Museo Raúl Anguiano. La vigilancia y la seguridad son mínimas, tal vez porque al parecer los visitantes son escasísimos en estos tiempos: según el libro de visitas, alrededor de cinco personas en un buen día. Eso sí, cuando el reloj está por marcar las 14:00 horas, en la recepción ya hay al menos cuatro personas, quizá esperando que se dé la hora para tomar sus tarjetas de empleados y marcar su salida.

Dejarlo al azar


Antes de entrar al Museo de la Ciudad hay que echar una moneda al aire; de ello dependerá la atención que reciba en el lugar.

A las 14:30 horas dos personas se encuentran en la entrada: una de ellas solicita el dinero para ingresar al lugar: 16 pesos, cuota marcada por el Ayuntamiento de Guadalajara que hace unos años resultó polémica. No hay marcha atrás. El pago se hace.

De nueva cuenta, el registro: nombre, motivo de la visita y hora deben anotarse. “A la izquierda comienza el recorrido”, dice la mujer. Y hacia allá va uno.

La primera sala da cuenta de la llegada de los españoles a esta zona del mundo. Varias mamparas y vitrinas se encuentran en el sitio. Arriba en el techo una cámara que parece un poco vieja. No hay luz roja que advierta que está encendida. En caso de que sí lo estuviera, por su posición es obvio que no cubre todos los ángulos de la sala: bajo ella podría hacer sus mejores pasos de baile sin que nadie lo perciba.

El lugar tiene una silla donde debería estar un vigilante o custodio; a esa hora no hay nadie, quizá esté comiendo, pero por los horarios del museo tendría que haber alguien ahí. Ante esta situación, dan ganas de tocar todos y cada uno de los objetos que se encuentran en la sala, al menos los que no tienen una vitrina que los proteja. La misión es ésa: para empezar, un cuadro que está en una de las mamparas; la pintura (un poco carcomida por el paso del tiempo) está sobre madera. Ahora los otros. Cuando el dedo está a punto de acercarse al cuadro… “Buenas tardes señorita”. La voz resuena con eco en la sala. Un brinco, por el susto y la sorpresa.

Es Gerardo, uno de los vigilantes del lugar. Su sala está en la planta alta del museo, pero pasaba por ahí y se detuvo para ver si había alguien. “En esta sala…”, comienza su relato. Cambia el tono de su voz para representar a personajes de diversas edades y narrar los cómos y porqués de la fundación de la ciudad.

A partir de ahí no se despega del visitante. En cada una de las áreas del museo narra una historia: que si las organizaciones que participan en la exposición Toma-la-ciudad, que si los coches que muestran el tráfico actual, que si la pared que cada día se pinta de blanco, que si los baúles que se usaban antes cuando no existían los clósets, que si la gente confunde este museo con el Regional, que si esto, que si lo otro.

Esta vez la moneda se lanzó y hubo suerte. Pero Patricia Méndez, procedente de Oaxaca, no la tuvo el día de su visita hace casi un mes. En aquella ocasión, aseguró que los vigilantes-guías-custodios no pudieron resolver sus dudas al 100 por ciento.

“Me pareció que hizo falta atención de los guías que están en las salas, se supone que para eso están. Resolvían algunas cuestiones, pero sin profundizar información. Además, hubo algunas piezas que no tenían descripción y se me complicó entenderlas”, comentó.

Deficiencias con conciencia

Que los vigilantes-custodios-guías de algunos museos —la mayoría— de la Zona Metropolitana de Guadalajara no estén preparados lo suficiente no es novedad ni siquiera para los titulares de los espacios museográficos. Tampoco lo es que no cuenten con personal especializado en seguridad y mucho menos con elementos que porten armas.

Hace más de una década un par de jóvenes ingresó a una de las salas del Museo del Periodismo y las Artes Gráficas (MUPAG); rasgaron con una navaja una obra —La patrona, de Manuel Ahumada— que formaba parte de la exhibición Homenaje al lápiz que prestó el Museo José Luis Cuevas; cuando estaban a punto de rociarle ácido fueron aprehendidos.

Entraron tranquilos. No pasaron por ningún aparato, como los que hay en el Museo Regional, para cerciorarse de que no trajeran algún tipo de armas; subieron a la sala y la polémica que ya se había generado por esa pieza (un Juan Diego que mostraba en su manto a una mujer desnuda) se hizo más grande.

La situación en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas no ha cambiado al paso de los años, aunque hoy se puede constatar la presencia de un uniformado al ingreso del lugar. El personal, como guías, es limitado. El visitante se queda con más preguntas que respuestas al salir de las salas museográficas, y para algunos es inconcebible que se exhiban desnudos, lo que muestra también la falta de personal que sea capaz de explicar a los fuereños que para el arte a veces no hay vestimenta.

Víctor Ortiz Partida, director del MUPAG, indica que sólo dos personas están especializadas en orientar a los visitantes y a futuro pretenden que los custodios, que son cuatro (aunque no siempre se vean), también puedan atender al público en caso de cualquier duda. Pero ojalá no llegue alguien que no hable español, pues entonces no habrá manera de entablar comunicación alguna.

En el caso del Museo de la Ciudad, Mónica del Arenal, su directora, acepta que la situación no es la mejor: la formación y experiencia de los guías “no está profesionalizada”.

TOME NOTA
Una y otra y otra vez...

La falta de personal especializado es una constante en los museos. Las historias se repiten hasta el infinito.

En el Museo de Paleontología de Guadalajara (ingreso por 16 pesos) no hay recorridos fijos; la atención a grupos se otorga sólo con previa cita. De las siete personas capacitadas para atender a los usuarios únicamente dos son bilingües, una de éstas, es la directora, Isabel Orendáin.

La Casa Museo López Portillo carece de guías que orienten a los visitantes, así como de señalética.

En el Museo Nacional de la Cerámica en Tonalá es nula la atención, aunque Miguel Ángel Jarero Melchor, coordinador de museos de dicho Ayuntamiento, afirma que cinco personas ofrecen las visitas guiadas, sin tener conocimiento de su escolaridad y preparación, aunque sí recibieron capacitación para dar los recorridos.

En el Museo Pantaleón Panduro sólo hay una persona a cargo de las visitas; la titular de Cultura en Tlaquepaque, Elisa Noemí Macedo Martínez, asegura que hay ocho guías, de los cuales dos son exclusivas para recorridos y de éstos sólo uno es bilingüe.

El Museo Regional Tonallán, de la misma localidad, recibe con agrado a los visitantes, pero en las salas no hay atención.

El Museo de Antropología de Occidente carece de apoyo en las salas.

En el museo de Arte Huichol “Wixarika” no hay quien guie y sólo con previa cita pueden ser atendidos extranjeros, aunque no tienen sistema de traductores.

El Museo de Artes Populares carece de señalética y algunas piezas permanecen aisladas y sin explicación. No había guías cuando se visitó, aunque su directora, Laura Peregrino, asegura que sí los tienen.

El Museo Sitio de Palacio de Gobierno, es interactivo y de “fácil entendimiento”, según Héctor Hernández Lamas, administrativo del lugar, por ello no hay ninguna persona que los explique.

En el Museo de Arqueología de San Agustín en Tlajomulco de Zúñiga no hay quién ofrezca un recorrido a pesar de ser muy reducido el lugar, con apenas una sala.

En el Museo Regional, donde su director recién confirmó que el supuesto intento de robo no fue más que “una broma de mal gusto”, cuenta con un nutrido número de colaboradores. Hay custodios-vigilantes-guías en las salas que poco interactúan con los visitantes. Al ingreso, las mochilas o bolsas deben ser resguardadas y cuenta con arcos de detección de metales.

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