Cultura

Elías Trabulse, eterno protector de letras

Su trabajo como historiador de la ciencia mexicana lo llevó por los caminos del amor por los libros

GUADALAJARA, JALISCO.- Sólo un bibliófilo es capaz de simplemente observar —de piso a techo— una colección que se entraña, se cuida y valora como la vida misma.

Más que hojas de papel entintado que las manos pueden recorrer con calma, que las miradas pueden penetrar a profundidad y la mente recordar para siempre, los libros son para Elías Trabulse una verdadera pasión que lo envuelve en cada momento de su vida, un placer que le permite sentir las letras y oler las páginas, algunas veces envejecidas, amarillentas y hasta desprendidas.

Para este apasionado incansable y protector amoroso, “el bibliófilo es quien se acerca a los libros —antiguos y modernos— con el interés no sólo de leerlos y conocerlos, sino también de conservarlos, rescatarlos y releerlos una y otra vez”.

Este guardián también afirma que el valor a un ejemplar lo otorga cada persona una vez que ha recorrido los misterios de sus páginas.

Entre ciencia y palabras

Mexicano, capitalino, llegó al mundo en 1942. Cursó la licenciatura en Química en la Universidad Nacional Autónoma de México de 1960 a 1964. Más tarde, en 1965, fungió como becario en el Instituto de Química y realizó estudios de Cinética química.

En algún momento, por aquellas fechas, su curiosidad incansable y el desarrollo de su tesina de licenciatura (Cinética de oxidación de olefinas esteroidales con ácido perbenzoico) despertaron también el deseo por escribir y concentrarse —con una serie de ensayos, artículos y libros— en lo que él mismo denomina como “un periodo fundamental de la formación de la ciencia moderna en México”. Quizá fue en ese punto cuando comenzó su recorrido imparable a través de la vorágine de letras, ahora como autor.

Más tarde, hacia 1970, dirigió sus pasos a El Colegio de México, institución en la que se doctoró en Historia. Combinando sus aprendizajes y profesiones, de historiador y científico, y aplicándolas de manera concreta, siguió con su extensa producción literaria: diversa y amplia en el tiempo.

En la actualidad, la obra de Elías Trabulse destaca como una de las más señaladas en el panorama de la historia de la ciencia, principalmente, de la ciencia iberoamericana. Esa fusión entre su gusto por la lectura y el conocimiento, así como la curiosidad para ahondar en los temas de su profundo interés, lo llevaron a desarrollar lo que hoy es un compilado de investigaciones que sitúan críticamente las aportaciones de la ciencia mexicana en la ciencia internacional.

Recopiló sucesos de la historia de la ciencia nacional y dedicó profundos momentos de estudio a los manuscritos perdidos de Carlos de Singüenza y Góngora. Su interés por los personajes se extendió a Sor Juana Inés de la Cruz, a quien atendió con notorio rendimiento y describe “no como una mujer de ciencia, sino como alguien que manejó los conceptos científicos de acuerdo con un ideario de percibir el mundo que es científico”.

Su sed de conocimiento y análisis alcanzó también a la ilustración novohispana del siglo XVIII, y lo hizo enfocarse principalmente en la figura de Francisco Xavier Gamboa.

Así, con sus continuos clavados en archivos, bibliotecas, hemerotecas y fototecas, ha logrado despejar paradigmas, ha posicionado a personajes y sucesos mexicanos en el mundo, y ha planteado nuevos puntos de investigación científica.

Sus estudios historiográficos de la ciencia han repercutido favorablemente en las investigaciones en torno al desarrollo científico de México, principalmente, aunque también abordó con suma dedicación a Latinoamérica, ya que para él resultaba prioritario “incluir la ciencia latinoamericana, desde los tiempos prehispánicos hasta la actualidad, en las síntesis historiográficas sobre la ciencia universal”.

Este protector y difusor combina los saltos a los sucesos del pasado con la ardua labor de un científico “que puede pasar muchas horas en la mesa del laboratorio analizando y reproduciendo un proceso o una reacción química o, incluso, intentando comprender el funcionamiento de un antiguo aparato de medición o una vieja máquina industrial. Muchas veces, más que historiadores, somos arqueólogos de la ciencia que excavamos sitios insólitos buscando rastros de documentos, técnicas, aparatos, para de ahí pasar a las bibliotecas de esos mal llamados ‘libros muertos’, que son los libros de la ciencia del pasado”, tal y como destacó en sus palabras de agradecimiento cuando recibió el I Premio Internacional de Geocrítica, en 2002.

Lo que, nuevamente, remonta a su pasión por el cúmulo de información, su detenimiento al analizar, razonar y transmitir lo que ha encontrado en el correr de las páginas.

Actualmente, sin dejar de lado las investigaciones, los escritos analíticos y el pensamiento profundo en el cual enmarca a la ciencia, Trabulse funge también como codirector y asesor de la Historia cultural y científica de la humanidad de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura); es miembro de la History of Science Society desde 1968, de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias desde 1978, de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y Tecnología desde 1979, y de la Sociedad Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología desde 1983. Además, ingresó como miembro de número a la Academia Mexicana de la Historia; también es catedrático e investigador en El Colegio de México, la UNAM y otras universidades.

Lector, amante y defensor de títulos


Más allá de ser un  historiador empedernido y un amante de la ciencia, Trabulse destaca como un hombre sediento no sólo de conocer más y de continuar con nuevos regímenes que lo sumerjan en otra investigación: también se distingue por ser un lector ávido, un celoso amante de las letras, un cuidadoso defensor de títulos y, más que cualquier cosa, un difusor de la sabiduría que abriga cada ejemplar.

Vive, en la cotidianidad, ese gusto que no cualquiera siente de manera tan arraigada y profunda: el de tener entre las manos un título que, silencioso, se comunica tanto como uno le permita, que platica, narra y afirma, que descansa en el regazo mientras el poseedor viaja a otras dimensiones.

¿Cuánto valen esas experiencias? ¿Cuánto vale un libro? Eso, según Trabulse, depende de las manos que lo soporten, pues “un libro antiguo puede ser un trasto sin interés para algunos, pero para otros puede ser una fuente importantísima de conocimiento”. Un bibliófilo se caracteriza por el amor que le despiertan esas hojas que cuentan y callan, Trabulse afirma que “cada quien ama de una forma distinta” y, por eso, “la bibliofilia es un arte eminentemente subjetivo, es una cosa que crece en forma casi geométrica. Uno no se da cuenta hasta que ya está abrumado por los libros, los intereses y la curiosidad casi insaciable para conocer muchos temas al mismo tiempo”.

Una de las características principales de un bibliófilo es quizá la de poseer un espacio que crece de manera vital en el correr de los días. Una biblioteca o un santuario del conocimiento, un rincón lejano o un palacio donde descansan los personajes, los escenarios, las historias e investigaciones, los poetas y las experiencias. Protegidos por su tapa, se encierran en una suma de hojas apiladas los más de 40 mil ejemplares que el protector de letras custodia en su biblioteca personal, aquellos que lo atraparán continuamente mientras Trabulse sienta ese amor sincero por los enigmas y respuestas que se encierran, para el mundo, en los libros.

De su producción literaria


l Ciencia y religión en el siglo XVII. El Colegio de México, 1974.

l
Florilegio: poesía, teatro y prosa de Juana Inés de la Cruz, 1979.

l
Historia de la ciencia en México. Estudios y textos, 1983.

l La ciencia perdida. Fray Diego Rodríguez, un sabio del siglo XVII, 1985.

l
La ciencia del siglo XIX, 1987.

l
La ciencia y la tecnología en México, 1990.

l
Los eclipses en el desarrollo científico e histórico de México, 1991.

l
José María Velasco. Un paisaje de la ciencia en México, 1992.

l
Ciencia mexicana. Estudios históricos, 1993.

l Ciencia y tecnología en el nuevo mundo, 1994.

l
Los orígenes de la ciencia moderna en México, 1994.

l
Los años finales de Sor Juana: una interpretación, 1995.

l
En busca de la historia perdida: la ciencia y la tecnología en el pasado de México. Ensayo bibliográfico, 2001.

Cronología de premios

1964

Recibió el Premio Internacional de la American Society for Testing and Materials, por su estudio sobre la cinética de las reacciones químicas a base de peróxidos orgánicos.

1984
La Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana lo reconoció con la entrega del Premio Juan Pablos al Mérito Editorial.

2002
En 2002 recibió el I Premio Internacional de Geocrítica, otorgado por el Comité Organizador del IV Coloquio Internacional de Geocrítica y miembros de los Comités de Redacción de las revistas científicas Scripta Nova y Biblio 3W.

2010
Este 2010, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Elías Trabulse será distinguido con el Homenaje al Bibliófilo, que este año llega a su décima edición.

LA FRASE
“No es el número de libros el que hace a un bibliófilo, es el amor que el propietario siente por ellos”,
Elias Trabulse, escritor, investigador y bibliófilo.


EL INFORMADOR/ ALEJANDRA JIMÉNEZ
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