GUADALAJARA, JALISCO (05/ENE/2012).- Las grandes valoraciones de lo pequeño son necesarias en estos tiempos donde la realidad se ha superado a sí misma y es menester crear otras pertinencias. Eugenio Barba llamó a los esfuerzos profundos hacia una elaboración compleja del teatro: “islas flotantes”. En un mar de calamidades, la valoración del tejido artístico para un bien común parece más una utopía que una realidad. Pero es importante hoy mencionar la importancia de las pequeñas salas en las grandes ciudades, salas alternativas, salas laboratorio, salas que provocan la reflexión y la elaboración. Nicolás Núñez -autor de libros como El Teatro Antropocósmico- trabajó muchos años en un salón con espejos en la Casa del Lago de la UNAM, generando un espacio particular con un perfil ritual pertinente de su tiempo. Así también el Distrito Federal cuenta con foros como el Shakespeare, que ubicado en la calle de Zamora en la colonia Condesa y con una acertada dirección artística (que ha tenido sus contratiempos) ha logrado hacer permear ese aire de bienestar que emerge de las cosas que se mueven y que tienen claro su sentido. Incluyo también a El Vicio de Coyoacán, un lugar que tiene una marcada postura política, pero que sin embargo se consolida como un espacio autónomo de la expresión pura y dura. Las grandes ciudades son trasatlánticos que contienen ideas que emergen, que se dialogan y se complementan y se concretan. En Guadalajara existió El Venero, pequeño teatro que en la zona centro logró construir y enarbolar un Festival de Teatro Latinoamericano de lo más digno, también se llevaban a cabo cursos y otros eventos; la comunidad se congregaba, dialogaba, sucedían cosas. Hoy en día en Guadalajara, hay intentos importantes, decentes, dignos, solamente hay que empujar hacia la consolidación para poder cantar victoria. Una ciudad necesita de sus “islas”. Y esas “islas” necesitan de su comunidad. Siempre me ha llamado la atención cómo la comunidad reunida entorno al arte flamenco en Madrid, defiende como pocos sus sitios. Para cerrar esta columna me parece importante destacar el espacio de arte de nombre Cardamomo, que podríamos tomar como ejemplo. Surgido en 1994 como un punto de encuentro para un arte que se sigue catalogando de minorías, ahora, después de años de ir y venir y ser testigo personal de ello, el Cardamomo se ha consolidado como un pequeño tablao que difunde y defiende y cobija lo que se hace con calidad. Hoy además tiene una Fundación y piensa en sí mismo como punto de referencia para otros y en los años que quedan por venir. Pongo el acento, porque siempre es bueno el aprendizaje que dejan las comunidad unidades.