Cultura
El mundo alucinante
El 2012 y la bola de cristal
La principal de ellas, me parece, es el cambio generacional en las letras mexicanas que, pese a que cierto sector de la crítica se haya mostrado poco afecto a registrar, resulta ya inocultable. En oposición a ello, las nuevas voces que promueven un cambio de guardia en la crítica misma han crecido. Es por ello que los listados de “lo mejor de 2011” (un juego en el que participaron, querámoslo o no, la inmensa mayoría de los medios dedicados a informar sobre cuestiones literarias en el país, tanto del “establishment” como provenientes de la relativa independencia de la web) fueron ampliamente dominados por libros escritos por autores nacidos en los años setenta. Guadalupe Nettel, Carlos Velázquez, Valeria Luiselli, Antonio Ramos, Diego Osorno, Daniel Espartaco (vaya, hasta un servidor tuvo sus mencioncitas) publicaron obras maduras, que fueron leídas y comentadas virtualmente en todas partes. Sin que vaya esto en menoscabo de autores de una generación o varias anteriores (hubo novedades muy aplaudidas de Enrigue, Rivera Garza, Beltrán, Fadanelli, etcétera), existen motivos para pensar que la consolidación de este grupo disímbolo pero amplio de voces proseguirá. Así, pues, en 2012 leeremos títulos notables de autores como David Miklos, Nicolás Cabral o los ya mencionados Espartaco y Velázquez; tendremos disponibles los segundos o terceros rounds narrativos de autores que hicieron su aparición en los años recientes (Jaime Mesa, Brenda Lozano, Rogelio Guedea, Emiliano Monge, Martín Solares, Tryno Maldonado y, en una de esas, Yuri Herrera y Juan Pablo Villalobos) y se producirán lanzamientos que valdrá la pena seguir (Fernanda Melchor).
A la vez, es de destacarse el hecho de que las propuestas editoriales contemporáneas de esta misma generación se sigan robusteciendo. Sellos como Sexto Piso, Almadía, Tumbona, Arlequín, Textofilia, Sur+, y el virtual renacimiento que ha tenido Tierra Adentro bajo la conducción de Mónica Nepote, entre otros más. A ellos habría que sumar, claro, las tentativas de crear sellos especializados en ebooks.
Vaya: si el mundo no se termina, tendremos bastante de dónde elegir.
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