Cultura

El mundo alucinante

Los libros del 2011 (I)

GUADALAJARA, JALISCO (18/DIC/2011).- De entre la maraña, a veces casi indiscernible, de novedades editoriales aparecidas durante este año que torna a su final, algunos títulos de narrativa y ensayo de autores mexicanos me parecen particularmente destacables.

1. Cosmonauta, de Daniel Espartaco (Tierra Adentro), colección de relatos bien tramada y ejecutada, elegancia en la prosa y un acercamiento, casi insólito en nuestras letras jóvenes, con la tradición narrativa rusa y la estética del caído bloque soviético. Un hallazgo que habrá de ratificarse el año próximo, cuando Espartaco publique una novela que tiene en astilleros.

2. Blasfemias ilustradas, de Ari Volovich y Jis (Tusquets). A medio camino entre el aforismo moralista (que no moralino) de La Rochefoucauld, Lec o Cioran, la boutade instantánea del Facebook y el mono de baño de cantina, esta colaboración incatalogable es el escupitajo más divertido del año. Una agudeza implacable que consigue que todos, de uno u otro modo, consigamos ponernos el saco y nos demos por insultados.

3. Las reediciones de dos libros de cuentos: La Biblia  vaquera, de Carlos Velázquez (Sexto Piso), y Vietnam, de Mariño González (Arlequín). Los punks de nuestras letras. El primero, además de ser el más interesante enfant terrible del mundillo literario nacional, es un hábil tramador de lenguajes a la vez norteños, antinorteños y postnorteños. El segundo, un fabulador dadá y grafitero con un talante que combina el humor negro, el absurdo y la poesía. Hay que leerlos.

Otros han sido mucho más comentados (y en algunos casos, hasta controvertidos) y no me extenderé en ellos: Diles que son cadáveres, de Jordi Soler (Mondadori); Imbéciles anónimos, de José Mariano Leyva (Mondadori); El cuerpo en que nací, de Guadalupe Nettel (Anagrama); Decencia, de Álvaro Enrigue (Anagrama); La Fábrica del Lenguaje SA, de Pablo Raphael (Anagrama); Disecado, de Mario Bellatin (Sexto Piso); El cantante de muertos, de Antonio Ramos (Almadía) y Efectos secundarios, de Rosa Beltrán (Mondadori).

Y al margen de lo estrictamente literario, hay que hacer notar el pequeño libro de crónica periodística Un vaquero cruza la frontera en silencio, de Diego Enrique Osorno (Conapred), que pone en juego recursos narrativos (imágenes, documentos, memorias, entrevistas) que ya quisieran muchos escritores de ficción domeñar; y el terrorífico volumen de entrevista/crónica Confesiones de un sicario, de Juan Carlos Reyna (Grijalbo), un estudio de la mentalidad de un matón y, a la vez, una radiografía de la crisis de violencia que ha arrebatado al país.

Cabe notar que la mayoría de estos textos fueron escritos por autores nacidos en los años sesenta y setenta del siglo pasado, es decir, por autores que ahora mismo son cuarentones y treintañeros. Vaya: pese a la eterna resistencia de ciertos sectores a reconocerlo y pese las inevitables aves de mal agüero, el relevo generacional en las letras mexicanas ya ocurrió. ¿Y los libros del resto del mundo? Eso será tema de otra entrega.
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