Cultura

El mundo alucinante

La novela como piñata

GUADALAJARA, JALISCO (13/NOV/2011).- No es infrecuente —es, de hecho, lugar común de la crítica literaria— poner en duda la novela, sus  procedimientos narrativos y verbales, sus alcances y estrategias públicas, su pertinencia misma como arte en el presente. Se le acusa de reaccionaria y comercial, de facilista. Se le da por muerta cada lunes y cada jueves. Ningún género parece convocar de tal modo la ira de los entendidos.

Ahora bien, ¿es la novela una isla de atraso en mitad de un océano de avances? ¿El ensayo, la poesía y los crucigramas gozan de un auge pasmoso mientras la novela se hunde? ¿Vivimos la edad de oro de la crítica? ¿Las revistas y suplementos, y esos hijos suyos devenidos blogs y “entradas” en redes sociales, han impulsado cambios insospechados en el lenguaje y la manera de concebir la literatura de los que la novela ha quedado al margen? Lo cierto es que no.

La crítica literaria se ejerce y medra, sí, pero en su mayoría con un espíritu faccioso y especulador, ya sea como insolente y acomodaticia promoción de amigos y figurones, ya en forma de tarascada a la yugular de rivales o enemigos de los amigos. Apenas ciertos críticos, provenientes en su mayoría de círculos académicos y, por lo general, ajenos al lector de a pie, proponen lecturas con una perspectiva más amplia y ajena a la mesa de novedades y el codazo o halago de ocasión (lo mismo que existen novelistas contemporáneos con una estética y visión agudas y singulares).

La poesía se encuentra, desde la irrupción de las vanguardias, a principios del siglo XX, de tal modo alejada de la experiencia y posibilidades de entendimiento del común de los mortales (dicho sea desde una perspectiva sociológica y no argüido como condena: hay extraordinaria poesía a todo lo largo del siglo pasado y en la actualidad) que la discusión a su respecto es, fatalmente, poco más que charla hermética entre iniciados. El ensayo goza de mayor éxito, en cierto sentido, si entendemos como “ensayo” los libros de especulación política o moral y de pseudofilosofía (léase autosuperación) que circulan en las mesas de novedades. Pero basta conocer la tradición, por un lado, de Montaigne y el ensayo literario, y por otro, del ensayo “duro”, proveniente de las ciencias humanas, para percatarse de que la profundidad en la discusión de ideas de tales obras no es muy distinta a las “excelencias” narrativas de la novela rosa o el costumbrismo más ramplón.  

Hay, desde que el mundo es mundo, una crisis fundamental asociada al hecho literario: una obra, del género que sea, vale cuando  consigue, mediante el lenguaje, conmover nuestra inteligencia y orillarnos a razonar nuestras emociones. De otro modo, todo texto será mímesis intrascendente, y, por tanto, palabrería reaccionaria y facilista. Sea su recipiente una novela, una reseña, un versito o un aviso de ocasión.
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