Cultura
El mundo alucinante
La novela como piñata
Ahora bien, ¿es la novela una isla de atraso en mitad de un océano de avances? ¿El ensayo, la poesía y los crucigramas gozan de un auge pasmoso mientras la novela se hunde? ¿Vivimos la edad de oro de la crítica? ¿Las revistas y suplementos, y esos hijos suyos devenidos blogs y “entradas” en redes sociales, han impulsado cambios insospechados en el lenguaje y la manera de concebir la literatura de los que la novela ha quedado al margen? Lo cierto es que no.
La crítica literaria se ejerce y medra, sí, pero en su mayoría con un espíritu faccioso y especulador, ya sea como insolente y acomodaticia promoción de amigos y figurones, ya en forma de tarascada a la yugular de rivales o enemigos de los amigos. Apenas ciertos críticos, provenientes en su mayoría de círculos académicos y, por lo general, ajenos al lector de a pie, proponen lecturas con una perspectiva más amplia y ajena a la mesa de novedades y el codazo o halago de ocasión (lo mismo que existen novelistas contemporáneos con una estética y visión agudas y singulares).
La poesía se encuentra, desde la irrupción de las vanguardias, a principios del siglo XX, de tal modo alejada de la experiencia y posibilidades de entendimiento del común de los mortales (dicho sea desde una perspectiva sociológica y no argüido como condena: hay extraordinaria poesía a todo lo largo del siglo pasado y en la actualidad) que la discusión a su respecto es, fatalmente, poco más que charla hermética entre iniciados. El ensayo goza de mayor éxito, en cierto sentido, si entendemos como “ensayo” los libros de especulación política o moral y de pseudofilosofía (léase autosuperación) que circulan en las mesas de novedades. Pero basta conocer la tradición, por un lado, de Montaigne y el ensayo literario, y por otro, del ensayo “duro”, proveniente de las ciencias humanas, para percatarse de que la profundidad en la discusión de ideas de tales obras no es muy distinta a las “excelencias” narrativas de la novela rosa o el costumbrismo más ramplón.
Hay, desde que el mundo es mundo, una crisis fundamental asociada al hecho literario: una obra, del género que sea, vale cuando consigue, mediante el lenguaje, conmover nuestra inteligencia y orillarnos a razonar nuestras emociones. De otro modo, todo texto será mímesis intrascendente, y, por tanto, palabrería reaccionaria y facilista. Sea su recipiente una novela, una reseña, un versito o un aviso de ocasión.
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