Cultura
El mundo alucinante
Con V de Vian
La película en cuestión se llama V como Vian, dirigida y producida por el francés Phillipe Le Guay en 2010 y aborda, de un modo fantasioso y, por ello, apropiado, la divertida y a la vez infortunada vida de Boris Vian, el narrador, dramaturgo, poeta, cantante, actor, trompetista de jazz, sátrapa de la patafísica e ingeniero mecánico más entrañable del siglo XX.
Además de sus principales hechos biográficos, aderezados buenamente por dibujos animados y delirios muy acordes con el imaginario del autor, asoman por allí, en persona o nombre, varios de los principales literatos franceses de la época: Raymond Queneau, fiel lector de Vian (y, a la postre, uno de los padres del Oulipo), como promotor entusiasta de sus obras; el bizco (y viscoso) Jean-Paul Sartre, papa cultural del momento, quien primero lo protegió y exaltó y luego sedujo a su esposa Michelle; el envarado pero digno Gaston Gallimard, el más significativo editor francés del siglo; el irritante Jean Paulhan, de quien Vian se burlaba mostrándole una cortesía a todas luces absurda; el altanero André Malraux, quien detestaba al autor de La espuma de los días y obligó a Gallimard a no concederle el premio literario de La Pléiade, para el que había sido votado por mayoría, y otorgárselo a un tal Jean Grosjan, a quien, hace poco, un atinado reseñista argentino describía como un pobre tipo “olvidado hasta para Google”.
Más que para inyectar en el espectador la fascinación por la inventiva y encanto de Vian, misión que ni ésta ni ninguna película podrían hurtarle a la lectura de sus obras, la contemplación de la cinta sirve para calibrar la importancia que las filias y fobias tienen en el campo literario: privado del laurel que le habría dado un baño de prestigio incuestionable entre sus contemporáneos, enfrentado por diversos motivos (del adulterio a la decepción) con quienes lo apoyaban, Vian se refugió en la burla íntima pero descarada del medio literario y terminó su vida como un apestado, multado por la “obscenidad” de sus novelas, abucheado por el antimilitarismo de sus canciones, olvidado por un público voluble e hipócrita.
El futuro de Francia y de las artes le reservó, eso sí, una venganza sensacional: su humor negro, su sátira a las cegueras del patriotismo, el racismo y la religión, su lirismo onírico, su virulencia en el retrato de las debilidades humanas, fueron reivindicados a partir de los años sesenta por legiones de lectores. Pocas de las figuras literarias de la actual Francia dejan de rendirle pleitesía y las puertas de la consagratoria colección La Pléiade finalmente se le abrieron en 2010.
Todo aquello sirvió de muy poco a Vian, muerto de un infarto en 1959; conocerlo y meditarlo, sin embargo, puede no resultar inútil para un cualquiera que aspire a escribir hoy mismo.
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