Cultura
El mundo alucinante
Pierre Menard, sentenciado
Pero resulta que la única que no entendió el chiste (aparte de mí, desde luego, que no pienso leerlo),
es la viuda.
Lo sorprendente,
en realidad, es que la indignación judicial de la señora Kodama ignore
que el asunto de las “reelaboraciones” resulta tan borgiano como
los (mucho menos interesantes) tigres, laberintos y bastones
de ciego.
Leo en twitter (servicio que ha pasado a sustituir, en velocidad e imprecisión, a los “cables” de AP, UPI, EFE, etcétera) que María Kodama, viuda y heredera de Borges, ha conseguido la retirada de las librerías de El hacedor (de Borges). Remake, del gallego Agustín Fernández Mallo. El libro en sí, que a decir de las reseñas es una colección de experimentos a partir del original borgiano, no me ha interesado lo suficiente como para buscarlo (o reconocerlo) en alguna mesa de novedades. No es este el espacio para abordar las capacidades literarias de su autor. Lo sorprendente, en realidad, es que la indignación judicial de la señora Kodama ignore que el asunto de las “reelaboraciones” resulta tan borgiano como los (mucho menos interesantes) tigres, laberintos y bastones de ciego.
Uno de los clásicos de Borges, el relato camuflado de ensayo Pierre Menard, autor de El Quijote, aborda específicamente el intento de reescritura de la novela cardinal del castellano por un francés de mostacho alacranado quien, tras varias tentativas delirantes, consigue reproducir, siendo quien es y sin el original a la vista, unos fragmentos literales de Cervantes.
Años después, bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq que gastaba en compañía de su amigo Bioy Casares, Borges publicó unas Crónicas en las que asoma un tal César Paladión, quien lleva su particular “angustia de las influencias” al grado de publicar bajo su nombre libros ya conocidos que se sentía anímica e intelectualmente capaz de perpetrar (modesto, renuncia a La Eneida y se limita a las Geórgicas y La cabaña del Tío Tom…). Aparece, también, un Lambkin Formento, a quien su implacable vocación crítica convence de que la más fiel reseña de un texto es su reproducción palabra por palabra (juicioso, Bustos Domecq se escandaliza ante quienes han confundido a Formento con Paladión y a ambos con vulgares plagiarios…).
Menos ambicioso, en forma y fondo, Agustín Fernández Mallo se ha limitado a apoderarse del cascarón de El hacedor, una miscelánea de relatos, poemas y citas más o menos apócrifas, y a montarle encima sus obsesiones y bromas particulares, que no excluyen el servicio geográfico Google Maps, las fórmulas científicas, los códigos de ISBN y los jingles publicitarios.
Francamente, a como marchan las cosas en la bolsa de valores de la estima literaria, en la que la inmensa mayoría de los autores jóvenes dan por sentado que Homero es el patriarca de Los Simpson, María Kodama debería darle un abrazo y una beca al gallego por escribir un libro que parece concebido por los amigos de Bustos Domecq y que, explícitamente, homenajea a su marido, así sea mediante la ironía. Pero resulta que la única que no entendió el chiste (aparte de mí, desde luego, que no pienso leerlo), es la viuda.
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