Cultura
El Diablo en la FIL
Crónica: Mil jóvenes con Xavier Velasco
La mayoría de los jóvenes asistentes al evento “Mil jóvenes con el diablo” ignoraban por completo cualquier apreciación ajena sobre Velasco. En la fila, distribuida en forma de serpiente, como si fueran a asistir a un concierto de rock, se apilaban grupos de jóvenes provenientes de distintas preparatorias e incluso estudiantes de Letras.
Algunos, como suele pasar en nuestra ciudad, no tenían idea siquiera de quién iba a hablar ante ellos; otros habían leído ya a Paulo Coelho, Mario Benedetti, Dan Brown, Stephen King y algunos clásicos como ''Mujercitas'' o ''Cien años de soledad''. Si Velasco les agradaba y tenían dinero, chance y compraban el libro en su versión de bolsillo.
Una vez aplacado el barullo del público, lo presentó la directora general de la FIL, Marisol Schulz, quien compartió que como editora había leído en pruebas el libro, antes de que fuera dado a conocer.
Entusiasmado, un Xavier Velasco vestido con camisa en tonos tierra de garigoles, pantalón y lentes oscuros color turquesa alzados por encima de su cabeza, irrumpió desde atrás del pasillo central del salón Enrique González Martínez como si jugara a ser el vocalista de los Rolling Stones, mientras los celulares lo congelaban en instantáneas.
Sin más, leyó de pie y deambulando sobre el escenario, un fragmento de ''Diablo guardián'', mostrando su gran capacidad histriónica.
Violetta, la protagonista de la novela, compartió la atención del público con Xavier. No hubo ninguna adolescente, de las que habían leído esta novela y participaron en la sesión de preguntas, que no le declarara su amor al autor, quien sonreía ampliamente y soltaba frases como “amamos de la única manera soportable, como si jamás fuéramos a morirnos”.
Xavier dio cuenta de sus demonios, de los sucesivos fracasos a los que estaba acostumbrado, pero también, mediante numerosas anécdotas, de su gran capacidad de resistencia, al igual que Violetta, dotada de una “férrea y cínica vocación de supervivencia”.
Y como entró, se despidió: cantando y bailando un rap de Diablo guardián, entre vítores de quienes habían leído sus novelas –los menos– y muchos otros que no, pero a partir de esta tarde quizá contagiados de la enfermedad de la literatura.
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