Cultura
Eco publica sus confesiones
Confesiones de un joven novelista es una reflexión sobre los entretelones de la actividad creativa, del autor de ''El nombre de la rosa''
Publicado por Lumen, Confesiones de un joven novelista está este mes en la calle para deleite de los muchos incondicionales del viejo profesor italiano, que, a punto de cumplir los 80 años, se considera “un novelista muy joven, ciertamente prometedor, que hasta el momento ha publicado unas cuantas novelas y que publicará muchas más en los próximos cincuenta años”.
Así lo expresa en este libro, donde reflexiona sobre su forma de escribir. “Prestaré más atención a la ficción que a los ensayos -dice-, porque, aunque me considero académico de profesión, como novelista no soy más que un aficionado”, subraya Eco, quien debutó como novelista con El nombre de la rosa, en 1980.
Una novela que abrió su fama al gran público; un éxito internacional, que luego crearía escuela en otros autores al mezclar hechos históricos con la intriga y el misterio.
Escritor joven
Entre algunas de sus reflexiones, el autor de El péndulo de Foucault sostiene que, cuando llegó a la cincuentena, no se sintió, “como les pasa a muchos alumnos”, escribe, frustrado por el hecho de que su escritura no fuera “creativa”.
“Nunca he entendido por qué a Homero se le considera un escritor creativo y a Platón no. ¿Por qué un mal poeta es un escritor creativo y un buen ensayista creativo no lo es?”, precisa.
Según el semiólogo, “los escritores creativos piden a sus lectores que traten de encontrar una solución”. Por ese motivo, Eco cuenta que, en las charlas que ofreció tras la publicación de El nombre de la rosa, explicaba que un novelista puede decir cosas que no puede decir un filósofo.
Una mala palabra
Umberto Eco explica también que “inspiración” es una mala palabra que los autores tramposos utilizan para parecer intelectualmente respetables. “Como dice el viejo refrán, el genio es un diez por ciento inspiración y en un noventa por ciento transpiración”, recalca.
Y, como Kapuscinski cuando afirma que para escribir una página hay que haber devorado una biblioteca, Eco asegura que, por ejemplo, para contar en El péndulo de Foucault que las editoriales Manuzio y Garamond están en dos edificios adyacentes entre los cuales se ha construido pasaje, se pasó mucho tiempo dibujando varios planos e imaginándose el aspecto de ese pasaje.
“En la novela menciono brevemente los escalones, y el lector pasa por ellos con paso largo, sin, creo, fijarse demasiado en ellos, pero para mí eran cruciales y, de no haberlos dibujado, hubiera sido incapaz de continuar con mi historia”, advierte.
Llorando por Ana Karenina es otro de los muchos y ricos apartados del libro y, en él, Eco habla de la diferencia que existe entre llorar por la muerte de un ser querido y llorar por la muerte de Ana Karenina.
Otra de las preguntas y reflexiones que se hace el pensador está relacionada con la verdad que existe en la ficción. “Y por qué cuando Goethe publicó en el siglo XIX Las tribulaciones del joven Werther, donde su héroe homónimo se suicida por amor, muchos jóvenes románticos de la época hicieron los mismo?”, se plantea.
Las cábalas y reflexiones de este “joven novelista” acaban con una larga lista (“como tuve una educación católica, me acostumbré a recitar y a escuchar letanías”, dice) sobre otros autores que también analiza.
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