Cultura

Debemos vivir en indignación permanente: Dresser

El nuevo libro de la politóloga busca inspirar la construcción de una ciudadanía crítica y propositiva

GUADALAJARA, JALISCO (25/NOV/2011).- Existen palabras que marcan épocas. Conceptos cuyo significado se erige como símbolo de una coyuntura histórica, de un pensamiento político y de una movilización social. Indignación es, sin lugar a dudas, uno de los motores del cambio social en los últimos años: desde la Primavera Árabe hasta las protestas sociales presentes en distintas urbes del mundo, el sentimiento que impregna la movilización ciudadana es la indignación. La puesta en práctica de la máxima de Stephane Hessel en su ya célebre obra titulada ¡Indignaos!, una pieza inspiradora dirigida a las masas excluidas a nivel global. O, tal vez, sería mejor descrito en voz del filósofo político Slajov Zizek: “El violento silencio de un nuevo comienzo”.

Denise Dresser rehúye a la etiqueta de intelectual, la considera desproporcionada y nobiliaria. La politóloga, formada en las mejores universidades de Estados Unidos, fiel a su tradición, se concibe como una ciudadana activa que busca a través de su pluma infundir un sentido de responsabilidad ciudadana compartida. “La clase política no va a cambiar, ya lo hemos visto, están cómodos en su situación. El motor del cambio se encuentra en la movilización social; el comportamiento rapaz de los monopolistas que dominan este país, no cambiará sin la presión de la ciudadanía”.

La inmersión en El país de uno es un constante enfrentamiento con los impulsos sistémicos que empujan al ciudadano hacia la pasividad. Una autoexploración crítica del lector que se sumerge en los laberintos de un país presa de los intereses de sector, los monopolistas y la ausencia de una visión que coloque a los ciudadanos en el centro de la transformación nacional. “Me parece que este libro va dirigido a una parte de la sociedad aletargada, dormida, que ha hecho de la ‘fracasomanía’ un modo de operar, una idea de que el país está mal porque así es, porque somos culturalmente corruptos y esto no va a cambiar”.

La formación política de Dresser y su vocación por el activismo social son el sustento de la obra. La trama que construye la periodista es una mezcla sutil entre un enfoque clásicamente institucional con pronunciamientos emocionales que trascienden los postulados teóricos. Es decir, un texto con amplias referencias a pensadores clave, de la ciencia política y de la filosofía, aderezado con “una clara militancia ciudadana”.

Asimismo, Dresser no esconde sus afinidades teóricas con la escuela de la acción social de Estados Unidos. La idea que enarbola el texto es que las acciones cotidianas y las personas pueden ser el motor del cambio de rumbo de una nación entera. La autora se aleja de los “macroprocesos” políticos, económicos y sociales, para abrazar la idea del reformismo continuo, de la revolución de las pequeñas cosas.

De la misma manera, la académica del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), considera que las clases medias son el sujeto revolucionario por el que apuesta. La misma narrativa del texto sugiere este acercamiento a los estratos medios, a un tipo de ciudadano, aquel que logra niveles aceptables de educación y que posee los incentivos sociales para la acción. “No escondo que las clases medias son mi destinatario principal, todos aquellos que sólo necesitan tuitear para lograr auténtica participación social, aquellos que ven en una computadora una forma de ejercer ciudadanía”.

En la narrativa clara y amena de  Dresser, el sentimiento colectivo encuentra un lugar privilegiado. En contra de la supuesta objetividad que domina el estudio de los acontecimientos políticos y sociales, la autora opone la construcción de los imaginarios sociales como clave par entender a profundidad el destino de la sociedad. La forma en que ésta se piensa y retrata, la manera en que pinta su futuro, trasciende sus limitaciones y se concibe en el tiempo, es parte fundamental de su anhelo transformacional. No es una vuelta a la temperatura de los pueblos de Montesquieu o la categorización de las sociedades en Hegel, por el contrario es la fotografía de un momento, la captura de un instante anímico en el plano social.

“No creas que un grupo pequeño y decidido no puede cambiar la realidad, considero que la única forma de cambiarla es a través de pequeñas microacciones. Creo que todo comienza dejando de lado esa sumisión ciudadana que está presente cotidianamente; como cuando doy mis conferencias y llega el gobernador, la sumisión es indescriptible”.

En México, ser un ciudadano crítico no es un papel socialmente reconocido. La idea de que la protesta social está vinculada a la holgazanería y a aquella tradición de dependencia estatal, sigue arraigada en la población. “Lamentablemente, en México se ha adoctrinado a la población a pensar que la protesta social sólo provoca movilización social, provoca desorden y desorganización”.

A pesar del estigma, Dresser señala que es una obligación ciudadana “vivir con la boca abierta”,  hacer de la crítica y de la supervisión cotidiana, una forma de entender nuestro papel como ciudadanos. Asimismo, para la académica y escritora, la labor ciudadana no se agota en la crítica pura y llana, sino que es un paso para la generación de alternativas que provoquen reformas de calado y consoliden los incentivos para una clase política más responsable.

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