Cultura

De lecturas varias

El texto es notable por la candidez y desinhibición con que los declarantes muestran desconocer el significado de las palabras ''contención'', ''pudor'' o ''ridículo''

Sobre libros y bibliotecas sin duda se han dicho y seguirán diciéndose cosas importantes, inteligentes y divertidas, como en la conversación entre Eco y Carrière (Nadie acabará con los libros) o en la estupenda Bibliofilia de José Luis Martínez. Por supuesto que eso no quita que cualquiera pueda tener opiniones (lo que sí quita es que valga la pena enterarse de ellas). Lo malo es cuando, como acostumbran los medios progres en su destanteo democrático, sueltan el micrófono al primer transeúnte que pase  con criterios tales como que cualquier persona nacida en Tingüindín es experta en su historia, economía y tradiciones, y cualquier viejo, por el hecho de serlo, es una autoridad acerca de los sucesos ocurridos a lo largo de su vida. Exactamente eso hace Babelia (El País, 8.I.2011) en un rollo titulado “La huella de los libros”, que transcribe los decires de una serie de individuos/as que, dado que han escrito algún libro, compiten por proferir netas tan profundas / luminosas / descarnadas / shocking! / tiernas / reveladoras como la vida misma acerca de sus libros y bibliotecas. Estando de ánimos, vale la pena leer casi todo en esta vida.

El texto es notable por la candidez y desinhibición con que los declarantes muestran desconocer el significado de las palabras “contención”, “pudor” o “ridículo”. En loor y recuerdo del inmortal Nikito Nipongo, algunas perlas de esta memorable sarta:
-“No tengo una relación de posesión con mis libros. Están hechos para circular”.

-“Somos muy felices juntos. Y seguimos creciendo. En la salud y en la enfermedad y hasta que la muerte nos separe”.

-“Quiero devorarlos, consumirlos y luego, como un pollo rostizado que se enfría en la mesa, los abandono”.

-La mudanza de la biblioteca es “el lento pero constante relleno de una pirámide: los tesoros de un faraón doméstico acumulados a lo largo de una vida”.

-“No heredó libros. Todos los que tiene son adquiridos –o  robados– por él... Ha transportado de una ciudad a otra más de mil kilos de papel”.

-“He llegado a tener un baño con paredes tapizadas de estanterías, lo que imposibilitaba el uso de la ducha y obligaba a bañarse con la ventana abierta para evitar la condensación”.

-“Robó una novela de Cortázar a unas monjas que lo salvaron de unos trabajos voluntarios de ultraizquierda. No subraya porque no lo necesita: es disléxico y lee tan lento que las frases se le quedan pegadas”.

 -“Solía clasificar (los libros) por amistades y enemistades: Céline cerca de Proust porque Céline odiaba a Proust y era una forma póstuma de propiciar un encuentro”.

-“Argentinos, latinoamericanos, psicogeografía, gótico sureño, japoneses...”

-“He regalado una hija mía a un mercader árabe y vendido dos nietos a familias estériles europeas, pero sólo un cirujano hábil o un escuadrón del Mosad podrían lograr que me desprendiera de un libro, aunque sepa que nunca lo leeré”.
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