Cultura
Crónicas FILosas
Delitos menores
Hemos comido ya algo que nos salió cuatro veces más barato de lo que hubiéramos pagado dentro de la Expo y quisiera decir que está no cuatro, sino tres veces más bueno, pero no —digamos, como todos seguramente lo saben— que se trata de un asunto meramente alimenticio y no de gusto.
Ahora vamos adentro de nuevo y Alma me dice que me ponga mi “escarapela”, pero ahora le digo que no, que éste es gafete, porque, para que sea “escarapela”, debe venir la foto (Jaime García Márquez me dijo que se llama así porque sale “la cara pelá”).
Ya estando adentro se lo devuelvo y le pido que me cuente algo interesante porque tengo que escribir ya. Alma es investigadora de la Universidad de Guadalajara y ésta es una de las primeras ocasiones en que viene a la FIL sin tener a qué venir, es decir, por puro placer. Me cuenta que le tocó hacer su servicio social cuidando un stand, hace ya casi 20 años. Ella no quiere que diga 20 años, que por no revelar su edad, pero, si también estoy usando un nombre falso, no veo por qué ocultar ese dato. Tampoco quiere que cuente que era muy común que en ese entonces ella y sus amigos, que también hacían su servicio de cuidastands, se hicieran de la vista gorda cuando veían que alguien se “guardaba” un libro bajo la chamarra o simplemente apresuraban el paso por el pasillo, con el libro en las manos.
¿Cómo denunciar a alguien que se estaba robando un libro de poemas?, me dice con vehemencia, como si quisiera convencerme de que no la delate. Casi me convence cuando me argumenta que es como denunciar a un niño hambriento que ha tomado un pan en un supermercado. En eso, pasa junto a nosotros una señora copetona que lleva, orgullosa entre sus brazos, un libro de J.J. Benítez, y Alma me dice: “En cambio, a ésa, aunque lo haya comprado, sí que la metería al bote”.
No lo creo, pero no se lo digo.
Síguenos en