Cultura
Carlos Saura, el fotógrafo que nació con un desengaño amoroso
''Ni un día'' dejó de hacer fotos y de sentirse más seguro de tener mayor habilidad para el retrato que para rodar una película
"Me enamoré de una niña a los ocho años y como era muy tímido le cogí la cámara a mi padre, le hice una foto a escondidas y luego se la mandé con un corazón", explica el realizador oscense en Lisboa, donde ha presentado su exposición "Carlos Saura. Fotógrafo".
El romántico mensaje nunca fue correspondido, pero la fotografía prendió en el corazón del joven Saura, que antes de cumplir los 18 años, expuso ya sus instantáneas en la Sociedad Fotográfica de Madrid e, incluso, llegó a recibir una invitación para colaborar con la revista "Paris Match".
Sin embargo, en una decisión que entonces sorprendió a todos sus conocidos, Carlos Saura (Huesca, 1932) se decidió a estudiar dirección cinematográfica y estrenó su primera cinta "Cuenca", unos años después, en 1958.
"Fue un proceso bastante lógico: fotógrafo, documentalista y, luego, cine de ficción", razona el realizador sobre su relación con la imagen.
Aunque escogió otro camino estético, "ni un día" dejó de hacer fotos y de sentirse más seguro de tener mayor habilidad para el retrato que para rodar una película, comenta Saura.
A pocos centímetros la prueba de su pasión descansa sobre la mesa, al alcance de la mano, una cámara digital que siempre le acompaña.
"Como cineasta no sé cómo soy, pero sí soy muy buen fotógrafo", afirma, orgulloso de lo que para muchos sería una afición, uno de los realizadores españoles que más destacados premios del séptimo arte atesora, desde el Goya de su propio país a los de Cannes o Berlín.
En materia de premios, a pesar de los reconocimientos recibidos en el mundo del cine, Saura se confiesa "frustrado" por no haber sido profesional de la música y el baile.
"Mi madre era pianista y se negó a que sus hijos tocarán algún instrumento; era muy aragonesa", rememora Saura.
"Nos dijo: hijos míos, me he pasado toda la juventud, dieciséis, catorce, quince, doce horas diarias, tocando el piano y no quiero que mis hijos se sacrifiquen por ningún instrumento".
Pero si fueron las reticencias de su madre las que impidieron a Saura dominar algún instrumento, no fue otra cosa -admite- que la falta de habilidad lo que le apartó del baile flamenco.
El director de "Cría cuervos" cuenta que se probó a sí mismo, con 18 años, en la pequeña escuela de "La Quica", la cual, al terminar la audición le dijo simplemente: "Mira, Saura, mejor es que te dediques a otra cosa".
Así lo hizo, recuerda, y compensó aquella frustración con la inclusión de música y danza en su trilogía del flamenco ("Bodas de sangre" de 1981, "Carmen" de 1983 y "El amor brujo" de 1986), o en "Fados" (2007), cinta por la que le fue concedido el último Premio Luso-Español.
Este galardón es precisamente el que celebra la exposición abierta hasta el 28 de junio en el Instituto Cervantes de Lisboa sobre el Saura fotógrafo.
De los rodajes de aquellas cintas, junto a los de "Salomé" (2002), "Flamenco" (1995) y el espectáculo "Flamenco Hoy", salieron las cincuenta instantáneas que muestran a un Saura muy exigente con su obra.
"Si no me gustan, las rompo o dibujo sobre ellas", revela el director, que llena con las imágenes sus "fotosauros" y un archivo de "miles y miles" de fotografías en las que se resume el amor quizá más antiguo de su vida.
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