Cultura
Caldillo de Pollo para el melómano
con dos tercios de entrada en el Teatro Degollado, y para abrir la tercera temporada del año, denominada ´El canto, la ópera y la zarzuela´
Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ), con dos tercios de entrada en el Teatro Degollado, y para abrir la tercera temporada del año, denominada “El canto, la ópera y la zarzuela”.
De los solistas convocados para el caso, la soprano mexicana María Alejandres y la mezzosoprano yugoslava Katarina Nikolic fueron, con mucho, las figuras sobresalientes. Jóvenes ambas, es probable que tengan más futuro que presente. Ahí están las facultades: la vocación, la disciplina, el timbre, la musicalidad…; falta el pulimento; falta la pátina que dan los años y, por supuesto, la perseverancia.
La carta de presentación de la Nikolic fue la bellísima aria Mon coer s’ouvre a ta voix, de Sansón y Dalila, de Saint Saëns; la de la Alejandres, la consabida O mio babbino caro, de Gianni Schicchi, de Puccini. Una y otra dejaron constancia de que aún están en la etapa en que la técnica predomina sobre el sentimiento; de que les preocupa más cómo se canta que lo que se canta.
Juntas, en la segunda parte de la velada, para efectos de la Barcarola de Los Cuentos de Hoffman, de Offenbach, Katarina Nikolic y María Alejandres efectuaron un dúo al que hizo falta la química de las voces para lograr la excelencia. Algo similar sucedió con sus versiones, ampliamente aprobatorias aunque aún descafeinadas de Voi lo sapete, o mamma, de Cavalleria Rusticana, de Mascagni, y la Habanera, de Carmen, a cargo de la mezzo, y con Je veux vivre, de Romeo y Julieta, de Gounod, con que la soprano bajó el telón.
El complemento vocal se quedó muy por debajo. El tenor Dante Alcalá cantó tras bambalinas el epílogo del aria inicial de Sansón y Dalila. Su voz allá se quedó toda la noche: ni en el incoloro E lucevan le Stelle, de Tosca, de Puccini, ni en el dúo Nuit d’Hymenée, de Romeo y Julieta, ni en el Cuarteto de Rigoletto, de Verdi, ni mucho menos en su lánguido Nessun Dorma, de Turandot, de Puccini, estuvo a la altura ni de las circunstancias ni de las exigencias. El barítono Héctor López, en el señalado Cuarteto, se limitó a cumplir.
La OFJ, con Héctor Guzmán en el podium, aceptable a secas en la orquestación. En la Obertura a Tannhauser, de Wagner, sonó opaca -poco wagneriana, pues- y acusó disonancias notables en la tuba; en su versión artesanal de Las Alegres Travesuras de Till Eulenspiegel, de Richard Strauss, salió mejor librada.
Jaime García Elías
GUADALAJARA, JALISCO.- Es un consuelo… A falta de ópera propiamente dicha -desde hace varios años, un manjar casi inaccesible para el público tapatío-, una ración de caldito de pollo para el melómano: una “Gala de ópera” para cerrar el largo paréntesis en los conciertos de la
De los solistas convocados para el caso, la soprano mexicana María Alejandres y la mezzosoprano yugoslava Katarina Nikolic fueron, con mucho, las figuras sobresalientes. Jóvenes ambas, es probable que tengan más futuro que presente. Ahí están las facultades: la vocación, la disciplina, el timbre, la musicalidad…; falta el pulimento; falta la pátina que dan los años y, por supuesto, la perseverancia.
La carta de presentación de la Nikolic fue la bellísima aria Mon coer s’ouvre a ta voix, de Sansón y Dalila, de Saint Saëns; la de la Alejandres, la consabida O mio babbino caro, de Gianni Schicchi, de Puccini. Una y otra dejaron constancia de que aún están en la etapa en que la técnica predomina sobre el sentimiento; de que les preocupa más cómo se canta que lo que se canta.
Juntas, en la segunda parte de la velada, para efectos de la Barcarola de Los Cuentos de Hoffman, de Offenbach, Katarina Nikolic y María Alejandres efectuaron un dúo al que hizo falta la química de las voces para lograr la excelencia. Algo similar sucedió con sus versiones, ampliamente aprobatorias aunque aún descafeinadas de Voi lo sapete, o mamma, de Cavalleria Rusticana, de Mascagni, y la Habanera, de Carmen, a cargo de la mezzo, y con Je veux vivre, de Romeo y Julieta, de Gounod, con que la soprano bajó el telón.
El complemento vocal se quedó muy por debajo. El tenor Dante Alcalá cantó tras bambalinas el epílogo del aria inicial de Sansón y Dalila. Su voz allá se quedó toda la noche: ni en el incoloro E lucevan le Stelle, de Tosca, de Puccini, ni en el dúo Nuit d’Hymenée, de Romeo y Julieta, ni en el Cuarteto de Rigoletto, de Verdi, ni mucho menos en su lánguido Nessun Dorma, de Turandot, de Puccini, estuvo a la altura ni de las circunstancias ni de las exigencias. El barítono Héctor López, en el señalado Cuarteto, se limitó a cumplir.
La OFJ, con Héctor Guzmán en el podium, aceptable a secas en la orquestación. En la Obertura a Tannhauser, de Wagner, sonó opaca -poco wagneriana, pues- y acusó disonancias notables en la tuba; en su versión artesanal de Las Alegres Travesuras de Till Eulenspiegel, de Richard Strauss, salió mejor librada.
Jaime García Elías
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