Falta de trabajo y comida son carencias ciclícas de los barrios pobres, pero esta vez la pandemia les arrebató las calles donde se ganan el pan. En La Pintana, zona obrera en Santiago, los vecinos se ayudan pero la reacción tardía del Estado alimenta una olla a presión.El coronavirus colmó los hospitales de la capital chilena, donde en una semana subieron 55% los nuevos casos hasta superar los 82 mil contagiados y rozar los 850 muertos en el país, la mayoría en el área metropolitana, donde viven siete de los casi 18 millones de habitantes.El sur de la ciudad, con barrios vulnerables como La Pintana, se convirtió en blanco de la pandemia."Si no salimos, ¿cómo nos ganamos la plata (dinero)?", afirma Sergio Aravena, conductor de un taxi.En los 32 kilómetros cuadrados de extensión de La Pintana, con poco más de 177 mil habitantes, se alza un reclamo por "hambre".En la segunda semana de cuarentena en Santiago, cientos de personas, entre ellas mujeres con niños, protestan con rabia por la falta de ayuda: "Tenemos más hambre que el Chavo"; "Ayuda para nosotros, no para las empresas", dicen algunas de las pancartas.Cerca de allí, en la población 6 de Mayo, se organiza una de las 40 "ollas comunes" que se multiplican en la comuna desde que emergió la pandemia.Es casi mediodía y una decena de voluntarios, todos vecinos, terminan de preparar las cajas en las que reparten un guiso de garbanzos y el pan casero hecho con donaciones de juntas vecinales, parroquias, empresas o de quien quiera dar.Este tipo de comedor popular tiene historia en Chile, sobre todo en la década de los 80, cuando en plena dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) el país sufrió una profunda crisis económica. Al final del régimen militar la pobreza llegaba al 40% y en 2017 se redujo al 8.6%, según datos oficiales."Tengo 55 años, mi familia es de aquí y nunca en mi vida había visto tantas ollas comunes. La semana pasada eran 20 y esta semana son 40", dice a la AFP Claudia Pizarro, la alcadesa de esta comuna, del partido opositor Demócrata Cristiano.En las calles hay poca gente, locales cerrados y la gran mayoría lleva mascarilla. Muchos saben dónde viven los enfermos y se coordinan para acercarles comida. Los une el lamento por un virus que hizo más evidente su fragilidad."Si no nos apoyamos entre nosotros, aquí no nos ayuda nadie", dice Gloria Reyes, una costurera de 62 años, dirigente del comedor de 6 de Mayo, que antes de la pandemia confeccionaba uniformes escolares junto a su hermana."Esto paró todo", afirma por su parte Claudia Gutiérrez, de 31, vendedora de ropa usada en la feria.Entre calles pavimentadas se erigen casas sociales y también viviendas más precarias de madera, donde en 40 metros cuadrados viven familias numerosas. No falta el agua, hay algunas plazas, pero afirman que lo que tienen es por caridad y no por la ayuda del estado."Si nos es así, nadie nos hace caso", se enoja Álvaro C, un obrero de la construcción de 37 años, en una barricada en una escena que se repite en otras zonas vulnerables de Santiago.Con los ojos desorbitados de ira Evelyn Corvalán, una madre soltera de 35 años, arrastra un neumático para encender otra barricada en el barrio Brisas del Sol, en la vecina comuna de Puente Alto."Llevo un mes sin poder salir a trabajar, pero aun así tuve que salir a la casa de mis vecinos para poderles hacer la comida (...), aquí nadie nos ayuda", se queja.La Pintana suma dos mil 118 contagiados desde marzo y "más de 50% de los exámenes PCR que estamos haciendo son positivos", indica la alcaldesa dando una tasa muy por encima del entre 12 a 16% de positividad a nivel nacional que arrojan estos test. Quince personas con COVID-19 fallecieron en la zona, según la alcaldía.Al entregar las cajas de comida anunciadas por el presidente Sebastián Piñera, Pizarro relata que vio muchos desempleados. "Sabemos que después de la cesantía comienzan a pasar hambre y todo esto del COVID quizás pase a un segundo o tercer plano", lamentó.El coronavirus empezó en Chile en marzo en tres de las comunas más ricas del país. El gobierno decidió una estrategia de cuarentenas selectivas y en ese primer tramo las zonas más pobladas y desfavorecidas de la capital siguieron su ritmo.Pero en abril el contagio pasó a lugares como La Pintana, Puente Alto, Maipú, San Bernardo, donde una mayoría depende del transporte público y debe salir a la calle a vender o trabajar."Si no salgo no como. Mi marido trabaja en la construcción, estamos sin nada", cuenta Claudia Gutiérrez, que con sus tres hijos de ocho, siete y tres años, recogía cinco raciones de comida caliente en la "olla común" de 6 de Mayo.Reyes afirma que en su comedor hace una semana servían para 150 personas y ahora casi 300.Piñera anunció que se repartirán 2.5 millones de cajas de alimentos en barrios como estos, lo cual conlleva una logística enorme.Escoltados por el Ejército, en La Pintana han repartido dos mil cajas de las 40 mil previstas, y la gente las recibe agradecida pero muchos todavía nos las ven llegar."No nos llega nada de todo lo que anuncian, ni caja ni bono COVID, ya no damos más", lamenta Patricio, vecino de otro sector. Según este cerrajero de 43 años, en la olla común que organizan cerca de su casa "han llegado donaciones de narcos del barrio ¿Y si no hay más ayuda, y ellos donan comida, quién se va a oponer?"JM