Sábado, 23 de Noviembre 2024
Tecnología | La antesala de la fotografía digital

Réquiem por el Kodachrome

La película Kodachrome que Kodak vendía en formato de 35 milímetros en 24 y 36 exposiciones tenía una característica que la hacía única

Por: EL INFORMADOR

El Kodachrome ofrecía imágenes nítidas, de bellos y saturados colores y bordes bien definidos. ESPECIAL  /

El Kodachrome ofrecía imágenes nítidas, de bellos y saturados colores y bordes bien definidos. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (22/JUL/2010).- He de confesar que el gran amor de mi juventud fue la cámara fotográfica. No me malinterpreten, chicas conocí y todas muy lindas, espero que toda esa generación de bellas damas hayan encontrado el buen partido marital que merecían.

Pero mi nostalgia juvenil encontró un desahogo en la fotografía. Horas y días completos planeando una fotografía, revelando en mi improvisado laboratorio, imprimiendo, volviendo a imprimir... Toda una etapa creativa y de descubrimiento.

La película Kodachrome que Kodak vendía en formato de 35 milímetros en 24 y 36 exposiciones tenía una característica que la hacía única. Hecha para dar como resultado “positivos directos” (transparencias, en nuestro lenguaje diario) no podía ser revelada por el fotógrafo aficionado o profesional por motivo de la endiablada complicación y exactitud que precisaba el proceso.

Kodak se limitaba a vender el rollo con revelado incluido y, en un principio, enviarlo a Rochester a su revelado, así que las bellas fotos del bebé recién nacido tal vez arribarían en un par de meses, tal vez cuando a ese bebé ya le había salido el primer diente o se había afeitado por primera vez.

Posteriormente, se instaló un laboratorio de revelado en la ciudad de México, con lo que el servicio se hizo más ágil, tomando entre ocho y 15 días para ver el resultado. Pero valía la pena.

Con índices de exposición de ASA 25 y 64, el Kodachrome ofrecía imágenes nítidas, de bellos y saturados colores y bordes bien definidos. Proyectar una fotografía correctamente tomada con esa película era para sentirse orgulloso. Un buen producto en verdad.

Pero hoy veo la noticia: El último rollo de Kodachrome en formato 35 milímetros, se ha entregado a Steve Mc Curry, aquel fotógrafo que tomó la foto de una chica afgana de impresionantes ojos verdes, para que con su arte cierre la historia de esta pieza de tecnología que atesora recuerdos de millones de familias.

Pienso en mi relación de amor - odio con la compañía que lo fabricaba.

Amor, es lógico, sus productos eran magníficos, bien ganado el puesto de líder mundial, si algún fabricante quería subirse al vagón de la aceptación de sus productos, hacía sus películas compatibles con los procesos de Kodak. Así, el proceso de negativo C-41 podía procesar Fuji, Ilford, Ferrania, Sakura y otras muchas marcas de negativo. El proceso de transparencias alternativo, que sí vendía Kodak y era compatible con transparencias de otras marcas era en un principio el E-4 y posteriormente E-6. Bellos tiempos en realidad.

Pero había de mostrar su rostro desagradable, por poner un calificativo civilizado, cuando el entonces presidente mexicano José López Portillo lanzó una ley proteccionista según la cual “lo que se fabricara en México ya no se importaría” la fábrica Kodak en México sirvió de punto de apoyo para cerrar la frontera a productos que competían con muy buena calidad y magnífico precio frente al gigante amarillo.

Todavía recuerdo cuando fui a la tienda de don Amancio Padilla, allá en la calle de Morelos en el centro de Guadalajara a comprar las últimas cajas de papel Negrapan y Ferrania, los últimos sobres de revelador R-U y algo de papel Ilford. Todos mis ahorros para un invierno que duraría muchos años, muchos más que mi reserva de material.

Pero faltaba lo peor.

Llegué a comprar a Cine, Foto y Materiales (allá por la avenida Juárez) un sobre del magnífico revelador de película blanco y negro “D-76” y resulta que lo habían descontinuado, sólo me venderían en lo sucesivo el odiado Microdol, que hacía velo al forzar el revelado, que no permitía un control correcto del contraste y que se caracterizaba por el grano fino. De papel de impresión recortaron el inventario casi exclusivamente al grado dos y desaparecieron el magnífico revelador Selectol, para dejarme sólo con el aburrido Dektol, que usaban los fotógrafos comerciales para ensopar sus negativos y sus impresiones, definitivamente, acciones de una empresa que desalentó al aficionado y alentó la mediocridad.

Peor todavía, los precios se dispararon hasta 200 y 300%, ante la segura bonanza del monopolio.

Para un joven que luchaba por abrirse paso en el mercado, apoyado con el entusiasmo de su juventud y lo materializable de sus sueños, una creatividad desbordada pero apenas orientándose y los blasones de algunos concursos fotográficos ganados o con menciones honoríficas, aquel mercado de fines de los 70 y principios de los 80 fue repentinamente hostil. El sueño de una mejor cámara que sustituyera a su fiel pero poco sólida Petri TTL con montura de rosca universal, tuvo que posponerse muchos años, cuando la fotografía ya había cedido su lugar como proyecto de vida al dibujo y la escritura.

No sólo eso. Recuerdo que ese decreto presidencial me atrapó con un cheque en el bolsillo. Había realizado un importante trabajo para un amigo, que me pidió de favor crédito, precio bajo y el mejor de mis esfuerzos. Cumplí a cabalidad; el trabajo aquel era a la vez amplio y prometedor y significaría el punto de apoyo para un proyecto mayor. Cuando al día siguiente fui a cobrar el cheque y a resurtir mi agotado inventario, descubrí que lo que pensé sería la ganancia invertida en una nueva pieza de equipo, se iría íntegramente a lo que llamé “fondo de voracidad”, porque precisamente ese día habían amanecido los precios por las nubes. De ahí mi visita con don Amancio Padilla y mi frustrante adiós a la mejor ampliadora que planeaba comprar. El golpe de timón en el mercado fue la puntilla de ese y muchos proyectos.

Cambiaron los tiempos.

No puedo decir que predije el florecimiento de la fotografía digital sobre la tumba de la imagen en haluros de plata. Desde mi perspectiva limitada y poco cosmopolita las cámaras digitales empezaron siendo juguetes que empleaban un disco flexible de 3.5” en lugar de rollo, pero hoy, he de confesarlo, estoy totalmente convencido de sus bondades.

La misma visión pueblerina parece haber tenido Kodak, no reaccionó al crecimiento del mercado digital sino hasta que era tarde, hasta que los gigantes asiáticos le habían faltado al respeto de forma apabullante al gran padre amarillo de Rochester.

En casa la antigua Pentax Spotmatic languidece, el preciado exposímetro requirió de sacarle la batería, la ampliadora está prestada y no espero que me la lleguen a regresar en mucho tiempo y un par de tanques de revelado están como piezas de museo sin uso y en sus empaques originales. La cámara digital hace de las suyas en las fiestas familiares y de graduación de mis hijos. El siglo XXI ha llegado.

Una respetuosa oración por la magnífica película sensible que plasmó durante años el fruto de mi esfuerzo, de mi inspiración, de mis emociones. De la mediocridad de la imagen fui responsable yo, de la magnificencia del colorido fue responsable Kodak.

Una mención a la insensibilidad de una empresa que con su pobre visión cerró la puerta a muchos aficionados que dedicábamos nuestros limitados recursos para tratar de ser respaldo de una corriente de expresión gráfica que se vio truncada por la mediocridad de sus responsables de mercadeo. Me duele por el producto, no me duele por la marca.

Adrián Castañeda

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