A ganar perdiendo con precisión al control, en Uncharted

GUADALAJARA, JALISCO (11/OCT/2014).- Recibo un disparo, pero nunca veo a quien detonó el arma homicida. El proyectil se incrusta en la espalda de Nathan Drake, mi personaje en el primer Uncharted, y éste se arquea hacia adelante mientras sus cuatro extremidades quedan atrás. La mueca de dolor en su rostro es contundente: el daño ha sido mortal.

La pantalla pierde el color y a ella acude una gama de grises que, en la inmediatez de su contraste, confirma el deceso del joven protagonista de la primera joya de Naughty Dog para el Playstation 3.

-- Una más: el juego da esa oportunidad.
-- Mismo destino.
-- Va de nuevo.
-- Escopetazo desde una parte alta.

Las repeticiones son constantes y la suerte del joven aventurero sigue quedando en una inerte gama de grises. No sé de dónde sale el maldito disparo, y la frustración comienza a apoderarse de la mente luego del décimo intento fallido por hacerle frente a un rival que hasta el momento reconozco como ubicuo.

Pero elegir la opción de reintentar ha dado tiempo de reconocer el terreno enemigo, y acercar la idea a la mente de que ya todos los que desean darle muerte a mi personaje están ubicados. Error.

Drake sigue pereciendo en el intento, cada vez más desesperado y torpe, por acercarse al rival que verdaderamente ha estado haciendo mofa de la estrategia: un individuo oculto detrás de una torreta blindada y al que, seguro estoy, le han programado para sonreir cada vez que acierta sus poderosas balas calibre alto a mi rostro.

Insisto. Que la perspicacia de cada "reanudar partida" sea muestra del interés porque el bastardo que ataca con cobardía vea su suerte.

Jugada maestra: ir primero por el de la escopeta, arma que a su vez ayudará a despacharse a dos más que vienen corriendo, fusiles de asalto en mano, dispuestos a dar caza al émulo de Lara Croft.

Cubre.

El tipo de la torreta aprieta los gatillos de su poderosa arma bélica, pero la solidez de una roca impide que ésta afecte la salud de Drake. Termina la ráfaga y el personaje abandona su escondite para insistir en el ataque contra las decenas de mercenarios que buscan los tonos grises. Cuatro más son despachados; dos de ellos por atinar a su rostro. "Recompensa: 50 muertes por tiro en la cabeza".

Cubre.

Un nuevo ataque ineludible. Mientras, la cámara se mueve de un lado a otro buscando con desesperación hallar un punto débil en el tipo que ya ha colmado la paciencia. Un grupo viene y el más rebelde de sus integrantes arroja una granada justo al sitio en que el protagonista estaba oculto.

A rodar para evadir el impacto. Recibir dos impactos de menor agravio y elegir un nuevo sitio desde el cual apuntar.

Cubre.

Nuevo ataque, pero desde una ubicación más cómoda. Una desde la cual se aprecia, finalmente, la debilidad en el escudo metálico que blinda a aquel: la parte baja.

Sus piernas son visibles y la lógica simple llama a pensar en que un tiro hecho a éstas difícilmente acabará con el martirio, pero es una oportunidad de oro que no debe ser desaprovechada.

Cubre. Empuña el arma y titubea por instantes. Finalmente detiene la mira en su pantorrilla y aprieta R1. El enemigo también recibe dolor y descubre su posición. Drake apunta nuevamente al rostro y acierta; el rival cae muerto. ¡Éxito!

Corre hacia el arma que está desprotegida. Es hora de hacer ver la misma suerte a los sicarios omniscientes que aún salen a montones desde algún lugar secreto. El armatoste se encuentra a escasos centímetros y Drake está a punto de alcanzarlo... Pero un nuevo disparo acierta en la espalda, y éste atrae nuevamente la pantalla en grises.

Sólo queda reintentar, pues ya hay una estrategia con más lógica y el incomparable incentivo de que en verdad se aprende a triunfar perdiendo con el gamepad.

EL INFORMADOR / ISAACK DE LOZA