Sábado, 23 de Noviembre 2024
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Unas cuadras, como metáfora de la ciudad

Hay personas y situaciones que parecen confundirse con el vaivén de la vida en la Calzada Independencia

Por: EL INFORMADOR

Ambulantes, puestos de comida china, venta de anteojos, de ropa, casi cualquier cosa se puede encontrar en Calzada de Independencia.  /

Ambulantes, puestos de comida china, venta de anteojos, de ropa, casi cualquier cosa se puede encontrar en Calzada de Independencia. /

GUADALAJARA, JALISCO (23/SEP/2012).- El gran hotel que se encuentra en la esquina de López Cotilla y la Calzada Independencia, al que ya sólo le queda el adjetivo, salen un hombre mayor, de cabello blanco que parece querer esconderlo bajo el sombrero de fieltro negro, y una mujer vestida con una minifalda azul, maquillada con la intención de que su cara relumbre a tres cuadras. Justo al llegar al umbral de la puerta, cruzan sus miradas. Son sólo segundos en los que él inclina levemente la cabeza y ella sonríe cómplice. Luego ella camina hacia el Sur y él hacia el Norte.

Si ellos creían que nadie los hacía en su pequeño mundo estaban equivocados: un bolero que hace su trabajo le comenta a su amigo, que, literalmente está tirado sobre la banqueta: “¡Uy, no tardaron ni media hora, así ni conviene rentar un cuarto tan caro!”. Al que le bolean los zapatos cafés, el comentario informativo que no iba para él lo hace deslizar la mirada del periódico que leía hacia la eventual pareja que ya parece confundirse con el vaivén de personas que caminan a estas horas de la mañana por la Calzada Independencia.

López Cotilla comienza (o termina, según se le quiera ver) en la Calzada Independencia y es aquí donde a las nueve y media de la mañana no sólo ya hay boleros dando grasa, sino un par de limpiabrisas que se quejan de que últimamente los “trampas” —centroamericanos que vienen trepados en el tren y van al Norte a intentar cruzar la frontera— les están quitando clientes.

Caminando sobre la Calzada se encuentra —entre López Cotilla y Madero—, una calle que sólo aquí existe: sólo aquí porque a Villa Gómez pocos la conocen, pues abarca apenas dos cuadras. Y en los pocos metros que van de la Calzada a la calle de Huerto caben varios puestos que antes no estaban bien puestos, pero que ahora ya han hecho suyo el piso: vendedores de teléfonos celulares chicos, medianos y grandes, nuevos o usados, “hay de todos los modelos y si no lo tenemos, se lo conseguimos”; de lentes “originales, mire, pruébeselos sin compromiso, no los va a encontrar más baras ni en san Juan de Dios”, y de algunas otras cosillas. Ha sido tan buena la clientela, aquí en esta callecita, que, como sucede en este tipo de casos, han aparecido de repente ya más puestos, que como no cabían ya sobre la minibanqueta de Villa Gómez, se han colocado sobre Huerto, en ese tramo que va de aquí a López Cotilla, cuadra por demás tétrica y sola, así sean ya las diez y media de la mañana.

Casi 20 puestos —también hay tacos y el carrito de la fruta picada— y alguno que otro que va de pasada y se queda y los viene-viene que vienen y van con sus cubetas y un tipo con pinta de indigente dice que ya se cansó de estar aquí y que mejor se va a trabajar y cruza la Calzada retando al Macrobús que no desacelera. Y su trabajo es estar en la puerta del Oxxo, abriendo y cerrando la puerta, acción por la que está convencido los transeúntes deben darle algunas monedas.

Sobre la Calzada, de nuevo, hay un puesto de revistas que ya cerca de las 11 de la mañana por fin abre. Y se ven ahí, aparte de periódicos, algunas revistas como La Maestra y el Libro Vaquero. Enfrente, a la entrada del hotel Vigo, la señora que salió hace rato del hotelote de más allá está ahora aquí, parada, buscando alguna mirada perdida que por lo pronto no aparece.

La siguiente esquina ya es la calle de Madero, huele a comida china y no es de gratis: hay un restaurante chino de los que proliferan en el Centro de la ciudad a últimas fechas. A la vueltita, como escondida, como regañada, paradita junto a la pared, hay una jovencita a la que difícilmente se le puede creer que tenga ya 18 años y que está todos los días, puntual como si fuera a la escuela, esperando a que alguien le de 250 pesos para caminar hacia el hotel La Fuente que está a unos pasos, sobre la calle Huerto. Ella y otras más, distribuidas a lo largo de la pequeña cuadra ofertan su cuerpo vistiendo con ropa diminuta y llamativa. “No vayas a comprar allá, papito, que son celulares robados, mejor vamos al cuarto”, dice una mujer que lucha con su falda porque al dar los pasos no se le trepe y enseñe más de lo que está dispuesta. Y pasa una patrulla y merodea no queriendo. Y la vida sigue. Todos los días igual, aunque diferente.

Tapatío

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