Martes, 26 de Noviembre 2024
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Una lágrima por Nepal

El terremoto que sufrió la nación asiática conmueve al mundo y despierta las plegarias de millones de personas

Por: EL INFORMADOR

Los ojos de Buda en la stupa de Swayambunath afortunadamente siguen vigilantes. EL INFORMADOR / P. Fernández

Los ojos de Buda en la stupa de Swayambunath afortunadamente siguen vigilantes. EL INFORMADOR / P. Fernández

GUADALAJARA, JALISCO (10/MAY/2015).- Con profunda pena nos hemos enterado de los terribles sucesos en las lejanas tierras de Nepal, al otro lado del mundo.

Hago votos por que la entrañable familia sherpa que me dio asilo en Namche Bazaar camino al Everest (El Informador, Pasaporte “Mi Familia Sherpa” Mayo 2011) durante la pulmonía que padecí, haya salido sin daño alguno: Nima y Nipen; su hijito Hola-Hola Sherpa (mi ahijado); la sonriente y redonda Ghanghie; sus papás y su pequeña casa de huéspedes, estén sanos y salvos en medio de la tragedia del reciente terremoto.

Lo mismo que mis amigos sherpas allá en las alturas: Dánima (Sirdar y jefe de sherpas); Buddi (el divertido cocinero); Dawa (mi ángel de la guardia); Lakpa, Chiang, Loben, Furba y desde luego mi inseparable y pequeño Kalumán que saltaba entre rocas y hielos cargando la mitad de mis mochilas. (El Informador, Pasaporte “Campo Base del Everest” Octubre 2011).
Ojala que todos ellos reciban un poco de la fuerza que desde aquí, desde el otro lado del mundo, les mando con profundo cariño y esperanza.        

Quizás en estos momentos valga la pena mencionar algunos datos sobre el entrañable país de Nepal, y ver algunas fotos de la plaza Durbar en Katmandú antes de la catástrofe, y del glaciar Khumbu en Campo Base.

Antiguamente, bajo el dominio de los Sha, el aislamiento al que Nepal estaba sometido —acentuado más tarde bajo el mando de los Rana— quizás fue lo que contribuyó a que las costumbres y las tradiciones del país se conservaran casi intactas al correr de los años. Sin embargo, en 1951 cuando los Sha recuperaron de nuevo el mando, el cruce de las fronteras se suavizó un poco, y se volvió muy atractiva la presencia de Nepal en los destinos de los viajeros.

 Poco después, con el memorable ascenso de Edmund Hillary y Tenzing Norgay en 1953 al pico más alto del mundo: el altísimo Sagarmata ó Chomo Lung Ma ó “Madre de todas las Nieves”, ahora llamado Everest, debido al avezado topógrafo George Everest quien averiguó su grandísima altura (8,850 m), el atractivo por dicha montaña, lo hizo aún más sugestivo.
Poco después (1960) cuando el movimiento hippie tomó casi por asalto la ciudad de Katmandú, convirtiéndola —junto con Pokhara— en su cuartel general de drogas y desenfreno, hicieron que el país, con ansias de libertad, se convirtiera en un extraño “paraíso” que, con gusto, susto y duda, era “tolerado” por la población. Afortunadamente todo esto no tuvo mayores secuelas en sus costumbres y modos de vida de los años posteriores.

Tres religiones son las que comparten en Nepal las promesas de diferentes cielos: el budismo, el hinduismo, y el Islam; quienes aportan por igual el colorido y las dimensiones costumbristas a la vida de la región. Las stupas budistas y los templos hindúes atiborrados de colores, de imágenes y de múltiples dioses de su intrincada cosmogonía, contrastan con los espacios de las mezquitas musulmanas, que siendo sumamente adornadas carecen de imágenes.

Casi en cada esquina de las estrechas calles se encuentra un templo atiborrado de coloridas efigies untadas con polvo rojo de “tika” y cubiertas por siglos de pintura, de tierra y de oraciones; de lienzos color mostaza y carmesí; de flores de cempasúchil y de hibiscos; de velas e inciensos que forman conjuntos sumamente extraños —a veces hasta repulsivos— son fervientes expresiones de agradecimiento y solicitudes de milagros a los dioses.

El humo con olor a sándalo de los sahumerios, y el aroma de la cera derretida de las velas encendidas en los altares, perfuman sofocantemente el aire. Los graves cánticos de los monjes, y las vibraciones de sus trompetas, mezcladas con la resonancia de los gongs y el repique a destiempo de las campanas de los templos, aportan una especie de misterioso placer, tan vago como extraño.

En el centro neurálgico de la ciudad, estrechas calles serpentean entre los edificios de ladrillos rojos empolvados; por algunas de sus ventanas inclinadas, mujeres de ojos pintados de “kohl” se asoman con timidez a contemplar el bullicio del atiborrado barrio de Thamel.

En la imponente “stupa” blanca y dorada de Swayambhunath, los impávidos, sempiternos y vigilantes ojos de Buda, muestran su penetrante mirada entre las decenas de banderas de oración.

Reciban pues, una lágrima y una esperanza todas esas tan queridas gentes.

pfs@telmexmail.com

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