Sábado, 30 de Noviembre 2024
Suplementos | El Rosario; un simple poblado sin más chiste que estar en medio del desierto

Una joya en el camino

El Rosario; un simple poblado sin más chiste que estar en medio del desierto entre cactus cardones, chamizos y llanuras pedregosas

Por: EL INFORMADOR

Aventura. Un saludo para iniciar la nueva etapa asoleada y polvosa. EL INFORMADOR / P. Fernández

Aventura. Un saludo para iniciar la nueva etapa asoleada y polvosa. EL INFORMADOR / P. Fernández

GUADALAJARA, JALISCO (11/DIC/2016).-Durante los viajes, quizás en el sitio menos esperado con un poco de inquietud y perspicacia, se podrán encontrar cosas, personas o historias que serán lo mejor de la excursión. Así nos sucedió al llegar a El Rosario; un simple poblado sin más chiste que estar en medio del desierto entre cactus cardones, chamizos y llanuras pedregosas entre Ensenada y Guerrero Negro.

Un discreto motelito carretero, con su mostrador de onix con inclusiones marinas enmarcaba, tanto las amabilidades como la modorra del recepcionista. Las camas, de rudo estilo y acabado, aunque parecían enormes para el tamaño del cuarto, eran más confortables de lo que lucían.

Los gruñidos de nuestras hambrientas panzas, nos hicieron preguntar al amable recepcionista, por algún lugar  donde pudiéramos encontrar “alguito”  para atender los reclamos de nuestra obstinada humanidad.

-Pos si quieren, ahí afuera está “Mamá Espinoza” que no está mal-, nos dijo en medio de un largo bostezo, mientras veía la televisión arrellanado en un sillón de terciopelo azul.

Caminando unos cuantos pasos, nos encontramos con una puerta rechinona en la esquina de una finca que, tras abrirla, una enorme langosta sobre un platón rebosante de hielo parecía ser la recepcionista del lugar.

Detrás de un mostrador repleto de souvenirs de la “Baja 1000”, una gran señora (muy guapa, por cierto) ya de cierta edad, que afanosamente sacaba cuentas, sabe dios de cuanta cosa, le agregaba un encanto al lugar lleno de historias y de recuerdos de clientes, visitantes, pilotos avezados, y viejos parroquianos que hacían del sitio el lugar para sus reuniones cotidianas. La historia de El Rosario -lo comprobamos más tarde- se veía que estaba escrita en ese pequeño restaurant de “Mamá Espinoza”, quien acumulaba 109 años de intensa y anecdótica vida. 

Sin decir palabra, la señorona aquella, apartándose de su lugar, se acercó a nosotros para saludarnos y darnos la bienvenida. Con curiosidad nos preguntaba santo y seña sobre nuestras personas y nuestras vidas, para luego explicarnos que ella era hija de Mamá Espinoza, y que todo mundo le decía Roli.

Después de una amena plática nos recomendó un delicioso caldito de frijoles con fideos. El sencillo menú resultó excelente; y la plática con Doña Roli, y con los parroquianos del lugar: ¡insuperable! Les platicaré.

Al ver que nos interesábamos por las historias y leyendas del lugar, Roli nos hizo el favor de regalarnos un libro en donde relata la historia de cómo, a partir de su abuelo, un italiano de apellido Grosso, se fue creando el pequeño asentamiento en lo más remoto del desierto, sin caminos ni comunicación alguna en aquellos tiempos. Interesantísima historia de este gambusino que, habiéndose enamorado de Tecla, una indígena Pima, abandonó novia y posesiones en la vieja Génova en Italia, para probar amores y fortuna en las inhóspitas tierras mexicanas de la California. Gracias Roli.

Los formidables fósiles que de reojo habíamos visto entre los empolvados exhibidores en el fondo del restaurante, llamaron nuestra atención. Al preguntar en voz alta sobre su origen y procedencia Manuel Ahumada, uno de los viejos parroquianos del diario, de un salto se incorporó a nuestra plática para darnos explicación de cada uno de ellos; invitándonos además a su casa -frente al restaurant- para mostrarnos su enorme colección. Todos, nos decía, habían sido encontrados ahí en las montañas de junto al mar donde abundan estos vestigios marinos.

Tuvimos la suerte de ser obsequiados por Don Manuel, con una rarísima y extraña amonite “macroscaphites” de caracol helicoidal, que actualmente tenemos atesorada entre las piezas más valiosas de nuestra pequeña colección.

Las palabras, buenos deseos y ¡hasta regalos! con que nos despidieron nuestros -ahora amigos- de la heterogénea comunidad de Mamá Espinoza, estaban siendo completados con la emoción y el ruidazo de las furiosas y empolvadas motos que llegaban a “hacer pits” afuera del restaurant, cargar gasolina y reponer los papeles de ruta de la siguiente etapa y…

¡Claro está que nos metimos en todo el bochinche! y ¡Claro que nos involucramos con los pilotos, y procuramos seguirlos hasta la siguiente etapa! y ¡Claro que fuimos invitados a comer con ellos al final de dicha etapa!

Y claro está que gozamos con las agradables sorpresas que parecían estarnos esperando en un humilde pueblito llamado el Rosario, a medio camino… del medio camino.   

pfs@telmexmail.com

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