Viernes, 29 de Noviembre 2024
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¿Un coliseo romano en Túnez?

El país africano guarda al interior de sus fronteras una rica historia, plasmada en monumentos

Por: EL INFORMADOR

El imponente coliseo romano de El Djem en Túnez. EL INFORMADOR / P. Fernández

El imponente coliseo romano de El Djem en Túnez. EL INFORMADOR / P. Fernández

GUADALAJARA, JALISCO (05/ABR/2015).- Casi todas las carreteras que van por el desierto del Sahara parecen ser para un solo coche y son para dos. Esto aunado al espeluznante modo de manejar de los saharauis… además de requerir nervios de acero para conducir, se deberá estar atento a dar el volantazo para bajar a la arena las ruedas del lado derecho al momento en que la colisión parece inevitable. ¡Vaya que si son intrépidos estos sujetos!

Envueltos de pies a cabeza en incontables lienzos de tela, con la babucha hincada en el acelerador y aferrados al volante, se lanzan obsesionados a defender —cual mandato divino fuera— cada centímetro por donde ellos creen que tienen el derecho de pasar. “Voy derecho y no me quito” parece ser el reglamento de tránsito en el Sahara.

 Como el constante bajar y subir a la carretera rozando contra sus bordes afilados constituía un serio riesgo para las llantas de nuestro camión… la inevitable ponchadura tuvo que suceder… y como si fuera una alucinación, una cosa insólita nos ocurrió.

La inmensidad del desierto se acentuaba con las ondulaciones infinitas de las dunas. El sentimiento de desamparo ante el suceso era patente. Un asoleado silencio dominaba nuestro ánimo. Nuestro camión, que era ciertamente monstruoso, contaba con unas herramientas que eran —por así decirlo— bastante primitivas. En un momento dado, tras del reverberante espejismo de las dunas, apareció junto a nosotros galopando en su camello un fantasmagórico beduino envuelto en su túnica azul.

Pensando que podría tratarse de un asalto, el susto no fue menor… Sin embargo aquel hombre con su piel teñida de azul al igual que la túnica que le cubría, haciéndonos caravanas y más caravanas y sin decir “agua va”, ante nuestros atónitos ojos, tomó las herramientas y … en medio de gran palabrería con la que parecía expresar un gran contento, procedió —él solito— a cambiar la llanta, dejando en brevísimos minutos nuestra casa rodante de nuevo parada en sus cuatro patas.

Aquel misterioso y amable personaje azul, después de hacer otras muchas caravanas tocándose el pecho a cada vez, negándose rotundamente a recibir cualquier clase de recompensa, desapareció nuevamente entre las dunas … (?)

Nuestro azoro —como comprenderán— fue mayúsculo. Desierto desolado. Llanta ponchada. Beduino aparece. Beduino cambia llanta. Beduino desaparece. Camión camina. ¿Desierto desolado? ¡Ni lo piensen! Entre expresiones de azoro y risas de alegría, inclinándonos sobre la arena en dirección a Meca agradecimos a Alá tan insólito suceso.

Kilómetros más tarde, caminando sobre la incipiente carretera… al remontar una pequeña y larga loma cercana a El Djem… ¡apareció frente a nosotros el Coliseo Romano completito…! En medio de las bastedades desérticas, rodeado de unas pequeñas casitas de adobe se alzaba imponente la perfecta y redonda construcción romana ordenada por Adriano bajo el mandato del procónsul Gordiano en el siglo III d.C.

¡Otra de las sorpresas que nos brindaba el asombroso desierto del Sahara! y ¡Otra oración a Alá por la nueva aparición! Debo aclarar que entre tanta oración, nariz y frente las traíamos ya como lija del doble cero (ya ven que entre los musulmanes, entre más te golpees la frente contra el suelo más santo eres) y nosotros, siguiendo las costumbres locales, pues duro y duro contra las dunas.

El estupendo Coliseo era realmente formidable, y su estado de conservación digno de admiración. Cuando la gran Thysdrus que además de ser una gran urbe era la confluencia de las  caravanas ávidas de “pan y circo”, se dice que hasta 35 mil espectadores podían ser recibidos en aquel gran anfiteatro.

Sus accesos eran fácilmente identificables, al coincidir la escultura que había en cada una de ellas con la figurita marcada en cada billete de entrada. Todo este ordenamiento coincidía con la sorprendente ingeniería utilizada en la distribución de los espacios bajo la plaza donde estaban los sitios en que se recluía a fieras y gladiadores, que más tarde serían conducidos a la palestra por callejones seguros en medio de una  tramoya admirable aún para nuestros tiempos. La acústica igualmente era envidiable, ya que una simple moneda que caía en el estrado, se podía escuchar (actualmente sucede) hasta en lo más alto de las galerías.

Este coliseo, otra belleza del país de Túnez, ya fue adoptado por la UNESCO como patrimonio de la humanidad.

 vya@informador.com.mx

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