Jueves, 10 de Octubre 2024
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Sueño truncado

(Fragmentado e Intenciones de la serie Cuadernos de Ayotzinapa)

Por: EL INFORMADOR

Los cuadernos refirieren los 43 estudiantes de Ayotzinapa, dan cuenta de tantos y tantos otros estudiantes asesinados. ESPECIAL / J. Buenaventura

Los cuadernos refirieren los 43 estudiantes de Ayotzinapa, dan cuenta de tantos y tantos otros estudiantes asesinados. ESPECIAL / J. Buenaventura

GUADALAJARA, JALISCO (20/SEP/2015).- Cualquier hilo es homogéneo y dúctil hasta que lo intentas pasar por el ojo de una aguja. Entonces, su condición sumisa se torna en un estado rebelde nato, tal como si te dijera: “Puedes hacer lo que se te de la gana, pero yo allí no me meto”. El primer paso consiste en acercar el hilo casi hasta tocar el ojo, para descubrir una multitud de fibras cada una jalando hacia propio su lado. El segundo paso radica en llevar tal multitud a la lengua con la esperanza de unificarla, lo que nunca funciona, de modo que se procede a ir por la tijera. Una vez realizado el corte, el hilo vuelve al ojo, nuevamente a la lengua y, más por compasión que por cualquier otra cosa, finalmente, decide seguir la dirección de tu dedo, describiendo una línea recta.

Un hilo, cuando libre, jamás trazará una recta. Si lo dejamos caer, va a describir las ondas que fue encontrando en el aire, si lo juntamos con otros o con su propia extensión, va a terminar en maraña. Conductor de energía, el hilo nunca está quieto, en pelea o en abrazo para luego pelear nuevamente. Al hilo hay que domesticarlo. El telar y la aguja son su escuela y su rienda.
 
Pienso en Ana de la Cueva y pienso en un hilo peleando. Debatiéndose. En movimiento constante. Los artistas son como los físicos, se obsesionan con algo y, a partir de allí, terminan por describir el mundo. Ana está obsesionada con el hilo, lo que la lleva a mostrarlo en sus diferentes aspectos. Como distancia, esto es como propiedad del espacio. Como lapso, esto es como propiedad del tiempo, o el tiempo en sí. Como puente, unión entre dos lados, o como frontera, división entre ellos. Muchos hilos conforman un área, lo que vemos claramente en un telar. Y un solo hilo es la línea que, escapando del plano al espacio tridimensional, acaba por mostrar su condición de cuerpo.

El bordado ha sido uno de los principales medios de Ana de la Cueva. Realizados con máquinas industriales, algunos de estos bordados están dispuestos en tambores artesanales, aquellos discos en que las mujeres trabajaban por las tardes para pasar el tiempo.

En la serie “Tráfico”, vemos un conjunto de mapas bordados. Algunas veces de México, otras del mundo, se trata de mapas en los que diferentes hilos atraviesan la superficie, armando los trayectos en que va la droga, el dinero y la sangre; no por casualidad, los hilos son blancos, dorados y rojos.

La línea también es frontera. Río y puente. Barrera y camino. En el video “Maquila”, Ana de la Cueva muestra en plena acción la bordadora industrial que acostumbra utilizar en sus obras. Entonces vemos una patica de metal que avanza sobre la tela. Es tan rápido su movimiento que no es posible advertir la aguja. La máquina va dibujando líneas, y una música festiva hace la contraparte. Parece como una fiesta, el “tacatacataca” de la máquina y el “tiquitiquitiqui” de la música se entrelazan. Poco a poco, el espectador va advirtiendo el dibujo: un mapa de México y un tanto del sur de los Estados Unidos (o dígase de aquello que antes de 1848, todavía era México). El video avanza de una manera alegre; hay un juego muy bien armado entre la música y el ir y venir de la máquina. La edición es impecable. De pronto, se advierte un corte sonoro, la música acaba, y sólo queda el ruido de la máquina que parece el de una ametralladora; en ese instante es dibujada —bordada— la frontera entre México y los Estados Unidos. El color rojo del hilo, lo dice todo. Una vez terminada la frontera, la obra llega a su fin.

El video no excede los cuatro minutos. Un lapso que deja entrever el tiempo. El tiempo del bordado que es, por excelencia, el arte de hacer tiempo, y el tiempo propio del video. En este caso, se trata de un tiempo acelerado por la máquina, llevado a la locura industrial, a esa ansiedad que ronda el mundo de hoy por producir y acumular; que obliga a atravesar la frontera para vender lo único que tenemos, nuestro pellejo, nuestro trabajo. El título de la obra apunta esto de forma directa, refiriendo el sinnúmero de mexicanas que va a trabajar en las maquilas del otro lado del borde, miles de las cuales han desaparecido en el camino.

La última serie realizada por la artista se titula “Cuadernos de Ayotzinapa”  y surge de la noticia del asesinato de los 43 estudiantes normalistas que iban a recaudar fondos a Iguala , asesinados por el cártel que dominaba la ciudad. La artista realiza esta serie de bordados, tomando un motivo básico: el cuaderno escolar rayado. Así, varias camadas de rectángulos de tela blanca son sobrepuestas y cosidas por un hilo que traza los límites de la hoja, las líneas horizontales y la margen vertical. Ese hilo es azul, el color clásico de ese tipo de cuaderno; vasta un vistazo para identificar el referente. Por su parte, las camadas de tela dan cuenta de las hojas.

Los cuadernos en vez de tener letras, están llenos de manchones, tales como gotas de café sobre la hoja, o las gotas de sangre sobre el asfalto. Las manchas son de varios colores, no necesitarían ser rojas para dar cuenta de lo sucedido, y hacen las veces de instantes detenidos.

Ahora bien, una  de las características que más me llama la atención de esta obra se encuentra en la finalización de las rayas del cuaderno. Rectas que, una vez acabada la margen, continúan, ya no como líneas, sino como hilos. Entonces el dibujo toma un carácter tridimensional. Esas horizontales, dejan de ser trazo para convertirse en el cuerpo del hilo que, como cualquier cuerpo, se vence ante la gravedad y cae. A esto se agrega algo básico: al caer, un hilo se va sumando a otro, desde la margen superior hasta la inferior, lo que las va tornando, poco a poco, en un conjunto; una mancha tridimensional, pues en Ana de la Cueva, la maraña hace las veces de aquello que en el grabado clásico conformaría la sombra. Mancha: sumatoria de líneas o de hilos.

Esa finalización de las laterales del cuaderno resulta extraordinaria, pues la artista decide liberar un hilo que ya había sido preso por el ojo de la aguja. Así, después de juiciosamente haber descrito la recta de un cuaderno escolar, el hilo en vez de ser cortado, es dejado en libertad, redimido.

Por otro lado, es necesario señalar que los “Cuadernos de Ayotzinapa” no son representaciones, no es el dibujo con perspectiva renacentista o realista o lo que sea, de un cuaderno, sino su construcción. La suma de telas que configuran las páginas, da cuenta de eso. En ese sentido, los cuadernos son construidos en la obra, no representados. Cuadernos profundamente simbólicos; de un lado, porque el cuaderno, en sí mismo, es el objeto por excelencia del estudiante; de otro, porque esos estudiantes ya no están allí para hacerlos suyos. Y ¿qué haces con los cuadernos de los muertos?

Cuadernos de páginas en blanco, en efecto, sólo tienen manchas de tinta, de una historia truncada. Una historia que repetimos una y otra vez en América Latina, el hecho de que esos estudiantes estuvieran intentando recaudar fondos en Iguala, para ir a rememorar las muertes de Tlatelolco, da escalofrío. Una masacre es espejo de la otra.

Anónimos, los cuadernos de Ana de la Cueva, refiriendo los 43 estudiantes de Ayotzinapa, dan cuenta de tantos y tantos otros estudiantes asesinados en nuestro continente, es por esto que no puedo pensar en esa obra sin traer las últimas líneas de Amuleto, tal vez la mejor novela de Roberto Bolaño, y que encuentra su tema en la tragedia anterior, cuando sacan a los estudiantes de la UNAM y Auxilio Lacouture se queda resistiendo en el baño de la Universidad por varios días:

Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.

Y ese canto es nuestro amuleto.

Tapatío

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