Viernes, 22 de Noviembre 2024
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Secretos, mentiras y culpas

El lugar donde todo termina, un perfecto melodrama con situaciones masculinas

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (16/JUN/2013).- El melodrama goza de mala reputación. Se le considera manipulador, condescendiente, almibarado, moralista, artificial y de poco mérito artístico. El sentimentalismo, las truculencias y los sufrimientos merodean sus historias. La fuerza del destino se impone como la norma máxima en la vida de sus personajes. El lugar donde todo termina se monta en la maquinaria del melodrama, y lo hace con tal convicción que permite al público contemporáneo entender por qué ese género fue el rey del siglo XIX.

Comencemos con todos los que sufren. El primero es un hombre callado. Fuma y mira, una fiera serenidad marca su rostro y su actitud. Su amargura proviene del padre que lo abandonó a su suerte. Él nada más sabe manejar la motocicleta a toda velocidad. La casualidad le regala un bebé y él quiere cambiar pero no sabe cómo. Hace una mala decisión y entra en escena el segundo desdichado. Es policía por llevar la contraria a papá, que es juez y prefería un hijo abogado. Sin quererlo se vuelve héroe y entonces se da cuenta de que pasan muchas cosas podridas a su alrededor. Luego la condición de infelicidad se manifiesta también en dos adolescentes. Uno es de familia rica y padres divorciados, y el otro, de clase baja y desconoce la identidad de su progenitor.

La narración organiza tanto problema de varón haciendo elipsis oportunas que cortan el desenlace de los momentos más tensos dando una sensación un tanto poética al desarrollo de la trama. A la vez se nota un segundo principio de orden que reparte en tres grandes secciones la historia. En la primera hay acción, persecuciones y disparos; en la segunda hay pinceladas de suspenso e intriga policíaca; y en la tercera florecen las emociones azotadas de la crisis juvenil. Dando por resultado un patrón temático violencia-ambición-liberación. Lo más llamativo es la manera en que los guionistas y el director lograron hacer verosímil las coincidencias para hilvanar personajes y surtir de dramatismo y simbolismo los hechos.

Así la película se torna un espectáculo en el que se pueden apreciar las coincidencias más caprichosas: el lugar para esconder el botín de un asalto; el paralelismo entre dos personajes ubicados en los lados opuestos de la ley; lo poco fortuito de los encuentros; y, en el punto culminante, cómo es que la solución depende, de acuerdo a las reglas no escritas del melodrama, de que alguien llore y suplique en el momento exacto y al otro  le tiemble la mano con la que empuña el arma. Todo artificial y todo fascinante.


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