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Sebastián Márquez, la forja de un destino

La obra musical de Sebastián Márquez fue reconocida por su elegancia, expresividad y cualidades melódicas. E. ESCOTO /
GUADALAJARA, JALISCO (08/ENE/2011).-
(primera de dos partes)
En ocasiones, el estudio de las personalidades del mundo cultural se realiza empleando un enfoque tan centrado en su obra que se pierde la posibilidad de apreciar al personaje en un sentido más amplio, lo cual se lograría prestando atención al conjunto de situaciones que conforman su contexto, pues éstas pueden llegar a desvelar interesantes entramados llenos de particularidades, causas y efectos, elementos importantes sobre todo para la música, por la constante interacción que mantiene este arte con su entorno.
Existe en Jalisco un caso que, amén del merecimiento que en sí mismo tiene para ser debidamente recuperado, ilustra lo anteriormente expuesto. Se trata del tenor, compositor, director y maestro Sebastián Márquez.
Márquez nació en el poblado de San Miguel el Alto en 1889, pero los hechos que determinarían el rumbo que tomaría su vida comenzaron a suscitarse mucho antes de aquel año.
Hacia los años cuarenta del siglo XIX, llegaba a Guadalajara el español Martín Gavica (1824-1896), originario de Vizcaya, hijo de acaudalados terratenientes con posesiones en el Estado de Jalisco, quien además era un cantante con una buena preparación musical e incluso incursionó en la composición. Crónicas de la época relatan cómo la catedral se llenaba cuando se anunciaba su participación en algún servicio religioso; se recuerda su actuación en el concierto de inauguración del órgano de la catedral en 1893.
Gavica fue mecenas de varios músicos, promotor de actividades musicales y era dueño de una amplia biblioteca musical traída de Europa. Se casó con la soprano Mercedes Adalid y al enviudar contrajo nuevas nupcias con Clementina Llano (o Del Llano) hacia 1880, quien provenía de una acomodada familia de hacendados también de origen español. La pareja tuvo un hijo: Simón, quien murió siendo aún niño. Ante este hecho nefasto, el matrimonio decide destinar su enorme fortuna a una gran obra benéfica. Martín Gavica muere al poco tiempo, pero doña Clementina realizó las gestiones y corrió con todos los gastos para erigir el Hospital de San Martín (llamado así en memoria de su esposo), edificio de una manzana ubicado en el actual cruce de Belisario Domínguez e Industria, el cual contaría con escuela e iglesia anexas.
La edificación comenzó en 1900 y para la atención del centro hospitalario fue solicitado el envío de una misión a los hermanos de la orden de San Juan de Dios establecidos en España. Así, en 1901 arribaron a Guadalajara ocho religiosos encabezados por San Benito Menni (canonizado en 1999, entonces provincial de la orden), quien vino a verificar las condiciones de la obra. Uno de aquellos frailes era Juan de la Cruz Sansegundo, nacido en Ávila, España, en 1842, músico de grandes dotes técnicas que de inmediato formó un coro y comenzó a enseñar música.
Por su parte, Sebastián Márquez había sufrido a su corta edad primero la pérdida de su padre, Matías Márquez, y después -a sus cinco años- la de su madre, Petra Robledo, quedando entonces en custodia de sus abuelos, quienes deciden posteriormente trasladarse con él a Guadalajara.
Es en este punto donde las diferentes historias comienzan a cruzarse, pues una vez en Guadalajara los abuelos de Sebastián se relacionan con doña Clementina, que recién había enviudado y decidió adoptar legalmente al niño.
Sebastián Márquez ingresó a la escuela de San Simón, perteneciente al conjunto de San Martín cuando éste inició sus actividades, y además de cursar su instrucción ordinaria se convirtió en alumno de Fray Juan de la Cruz, con quien estudió canto, piano, violín, viola, armonía, contrapunto y composición. Formó parte de un grupo al que pertenecieron también Jesús Niño Morones, Miguel Rosas y Jesús Camacho, entre otros, en una etapa que se cerró con la muerte de Fray Juan acaecida alrededor de 1915.
Paralelamente -y no obstante la acomodada posición de su madre adoptiva-, Márquez había empezado a trabajar a sus 15 años (1904) como dependiente en la tienda de abarrotes de Luis Morandini, ubicada en la calle Corona. Tras 12 años de trabajo y con lo allí ahorrado estableció un pequeño taller de medias que se convertiría después en la Fábrica de Tejidos de Punto “La Perfección”.
Sebastián Márquez completó su formación musical estudiando violín con el maestro Félix Peredo. Además, había heredado la biblioteca musical de Martín Gavica. En 1920 se casó con Carolina Arañó, con quien tuvo tres hijos. Por estas fechas se estrenó en el Teatro Degollado su zarzuela Viva mi barrio y desde entonces se fue haciendo común escuchar sus composiciones en veladas musicales (en las que participaba como tenor o pianista) y en las serenatas de la Banda del Estado.
En 1929, una romanza suya para soprano es presentada en la Feria Iberoamericana de Sevilla que tenía lugar ese año. Se trata de Canción otoñal, una obra inspirada, colorida y de carácter elegíaco realizada sobre un poema del español Francisco Villaespesa (1877-1936), quien era muy seguido en Guadalajara en aquella época, sobre todo a raíz de la visita que hizo a esta ciudad en 1918 para dictar un par de conferencias en el Teatro Degollado. Canción otoñal fue premiada en la exposición con medalla de oro.
Márquez participó en la reorganización de la entonces Orquesta Sinfónica de Guadalajara (OSG) junto a personalidades como Ramón Serratos, José Rolón y Enrique Díaz de León. Asimismo, estableció una editorial para la publicación de sus obras y continuó componiendo profusamente, de manera que en 1933, con motivo de la exposición industrial que se celebraba en Guadalajara, se realizó un concierto de la OSG donde se presentaron exclusivamente obras suyas, encargándose el mismo Márquez de la dirección orquestal.
El concierto fue patrocinado por su fábrica y se verificó en las instalaciones de la Escuela Normal para Señoritas (actual Palacio de Justicia). El programa se compuso por algunas piezas extraídas de las zarzuelas Viva mi barrio y A la orilla del torrente, los temas Golondrina y Canción otoñal para voz solista y orquesta, además de un quinteto para cuerdas, una serenata para violín, dos valses para orquesta, una marcha, un intermezzo y un preludio dedicado a Ángela Peralta.
La crítica destacó la elegancia, expresividad y cualidades melódicas de la música de Márquez y la buena respuesta del público. Fue así como el compositor terminó por darse a conocer ante el público local. Los resultados obtenidos hasta entonces le estimularían a continuar con una labor que además realizaba siempre sin desatender nunca las obligaciones de su negocio textil.
Continuará la próxima semana...
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