Domingo, 06 de Abril 2025
Suplementos | A sembrar bajó el Hijo de Dios hace veinte siglos

Salió el sembrador a sembrar

Tú cuidas la tierra, la riegas y la colmas de riqueza

Por: EL INFORMADOR

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     Con el temporal de lluvias, o tiempo de aguas, los campesinos afanados se han dispersado por todas las latitudes en su oficio ahora de sembrar. “Cuando iban, iban llorando, arrojando la semilla; al volver, vendrán cantando, abrazando la gavilla”, en la alegría de la cosecha.

     Mas primero es sembrar, y a sembrar bajó el Hijo de Dios hace veinte siglos, y desde entonces ininterrumpidamente Cristo sigue día a día dejando caer la buena semilla --la Buena Nueva-- en las tierras, es decir, en los hombres.

     Los corazones de los hombres son distintos, diversos, así como en el globo terráqueo hay montañas, desiertos y terreno fértil; y la semilla, la Palabra de Dios, al ser sembrada puede dar abundantes frutos, o pocos, o ninguno, según sean las disposiciones de las almas donde caiga esa buena semilla.

Tú cuidas la tierra, la riegas y la colmas de riqueza

     El Hijo de Dios no vino a condenar, sino a salvar, y se entregó; fue la primera semilla y cayó en tierra buena; muerto en la cruz, fue sembrado en esa tierra, fue sepultado y desde entonces las espigas de la cosecha son infinitas, incontables han sido los frutos de salvación, de santidad. El cristianismo de veinte siglos es la bella cosecha, la alegría del dueño de la mies.

     En seguimiento del Señor continuaron los apóstoles la misión de los doce, y desde entonces, sembrar la Palabra ha sido su misión, simiente muchas veces abonada con la sangre de los que han seguido y seguirán. Discípulos y misioneros han de ser el empeño de ahora, en este siglo XXI, en América Latina, en México y en la arquidiócesis de Guadalajara, fundada por el Papa Paulo III en el año 1548. Para sembrar en las almas la divina semilla, todo tiempo es bueno.

El Señor, gran Maestro,  enseña con parábolas    

     Para la gente sencilla, para los niños, es asequible la exposición de los misterios del Reino y de la infinita bondad, la misericordia del Señor, en el lenguaje simbólico de las parábolas.

     La parábola de este domingo es clara y es universal. La semilla es buena, excelente, es la Palabra que salva, es vida; pero para que dé fruto, depende de dónde caiga.

     El Maestro reduce a sólo cuatro las diferentes circunstancias de a dónde llegue esa semilla.

Unos granos cayeron a lo largo del camino...
...y vinieron las aves y se los comieron.


     Así como un pájaro se precipita sobre el grano fácil, así viene el maligno y arrebata lo que fue sembrado en el corazón.

     Estos son los insensibles a toda sugestión, a todo tema espiritual; son los que se preguntan insensibles: “¿Para qué sirve la religión? Eso no me da de comer. La religión no es buen negocio para mí. No me interesa. No siento necesidad de Dios ni de esas cosas de la religión”.

     Y no quieren oír de temas espirituales y trascendentes. Viven de lo inmediato, de lo sensible, de lo perceptible con los sentidos y de los sentidos, de lo captado por los ojos a través de los multiplicados transmisores de imágenes.

     Para Dios nada es difícil ni imposible, tiene múltiples caminos, por lo cual  puede hacer fructificar la Palabra en las almas de aquellos cuyo estilo de vida es tan vacío, tan superficial.

Otros granos cayeron en terreno pedregoso

     El pedregal simboliza las almas inconstantes. Basta un halago o una atracción y abandonan la alegría que les causó la Palabra.

     Hace un año un señor cura de un pueblo de la sierra dijo a sus feligreses, en la misa del domingo: “Qué contentos están todos aquí en la casa de Dios, y con cuánto gusto, con agrado, están escuchando mi predicación, aunque --bien lo sé-- no soy un buen orador, pero Dios me ilumina. Lástima que al rato ya van a estar en la serenata y la banda va a tocar ‘El Cubasco’, y estoy seguro de que ya mañana ni quien se acuerde de la Palabra de Dios”.

     Esa semilla germina, empieza a crecer, pero luego... nada. Muy fácil se marchitan esas plantitas, porque muchas piedras les impidieron crecer.

Otras cayeron entre espinos  

     Los espinos y las malas hierbas son las inmoderadas dizque ocupaciones, preocupaciones y despreocupaciones... esas absorbentes para muchos ciudadanos peregrinos de este siglo XXI.

     La vida antes, dicen los viejos, era más sencilla y se vivía con menos compromisos. Mas no es tiempo de volver atrás, la sabiduría está en saber el hoy, el ahora y el aquí, pero con tiento para no dejarse arrastrar por el torbellino de los excesivos cuidados, esos de los que brotan los infartos y los cánceres para el cuerpo, y las angustias, ansiedades e insatisfacciones para el alma.

     Dejan, en su huerto interior, crecer al mismo tiempo que la palabra de Dios, otras palabras, de esas tan abundantes en este siglo, y así no habrá fruto, porque “cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas”.

     Jesús emplea el verbo “sofocaron” muy elocuente, y da a entender cómo las otras plantas crecieron --los otros intereses-- y ésta no alcanzó ni a crecer y da fruto.

Otros granos cayeron en tierra buena

     Y dieron fruto: unos ciento por uno, otros sesenta y otros treinta.

     Dios, en su sabiduría infinita y con su inmutable bondad, conoce a cada hombre y sabe hasta dónde puede llegar cada uno a la hora de responder a la gracia de Dios.

     Un orador explicaba así el final de esta parábola: El Señor tiene su campo de cultivo, y en su huerto hay árboles corpulentos, como San Pablo Apóstol y San Agustín de Hipona; otros árboles más pequeños, de frutos maduros, como San Francisco de Asís, humilde, pobre; rosales azucenas y ocultas violetas. Pero han de dar frutos.

     Dios se complace en todo lo que ha creado, mas en lo más alto está el hombre, hecho a su imagen y semejanza. Del hombre espera fe, amor, fidelidad y los frutos: las obras del amor.

José R. Ramírez Mercado     

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