Orejones y trompudos… pero hermosos

GUADALAJARA, JALISCO (01/DIC/2013).- Con el perdón de mis queridísimos y admirados perros —que al contrario de los humanos tienen la sabiduría de mover la cola en lugar la lengua— les platicaré de estos adorables trompudos, que pese a su enormidad y apariencia de viejos y aburridos, son tan divertidos, juguetones, tiernos, sentimentales, inteligentes, forzudos, temerosos, amorosos, encantadores y admirables como el que más de todo el reino animal; con decirles que tienen el cerebro más grande que los delfines, las ballenas, los caballos, los perros, y claro… los humanos, quienes pese a nuestra “inteligencia” no podemos entender el verdadero sentido de la vida y lo efímero de ella, desperdiciándola en estúpidos pleitos, guerras, envidias y afanes por tener cosas, sin reparar que… las cosas importantes no son cosas…

Los elefantes, antes catalogados como paquidermos: “de piel gruesa” como los rhinos y los hipopótamos, ahora son clasificados en la exclusiva familia de los elefántidos-probocídeos: “de naríz grande”, a la que sólo pertenecen los loxodontes africanos y los elephas asiáticos, con sensibles diferencias entre ellos.

Los loxodontes son más altos y corpulentos, con una joroba que agranda su presencia; sus orejas son más grandes y lucen poderosos colmillos (que son dientes incisivos); su frente es más arrugada, y su poderosa trompa que puede ser un arma mortífera o una herramienta de demolición, termina en dos sensibles labios con los que son capaces tanto de hacer una caricia como coger cosas diminutas. Los elephas asiáticos son más fáciles de domesticar, y sus colmillos son menos ostentosos; su trompa no es tan arrugada, y aunque éstos tienen sólo un labio, sus habilidades son igualmente sorprendentes. Con ella pueden emitir una gran variedad de sonidos que usan tanto para expresar sus sentimientos como para comunicarse con sus semejantes, logrando hacer desde impresionantes barritos, hasta misteriosos infrasonidos que pueden percibir desde grandes distancias con la súper sensible planta de sus pies.

Después de casi dos años en el vientre de la madre, un elefantito nace pesando unos 120 kilos, y durante varios años se alimentará de los pechos de la madre, situados entre sus patas delanteras. Es de admirar la protección que la manada entera le brinda al nuevo bebé. Siendo la jefa una poderosa matriarca, tías, hermanas y demás parentela se encargarán de su cuidado, pudiendo incluso adoptarlos como suyos ante la desgraciada muerte de la madre.

En la selva del Terai al sur de Nepal, casi frontera con la India, tuvimos la suerte de convivir con los tharus regionales, compartiendo sus vidas y sus elefantes; y las experiencias no se hicieron esperar. La mañana era empleada en ir entre la maleza a cortar largos zacates (típicos de allá), para prepararles su comida de la tarde. Una caminata de todo el día por la selva revisando árboles y fauna silvestre, terminaba en un divertido baño en el río, en donde elefantes, mahuts tharus y un extraño amigo mexicano, jugábamos dando maromas y haciendo “busitos” en las fosas de la corriente. A renglón seguido una suculenta cena les era servida con unos sándwiches hechos con el zacate cosechado, combinado con arroz germinado, medicina y algunos misteriosos agregados. (Pueden devorar hasta casi 120 kilos de pastura al día).

NB: Perdón, pero se acabó el espacio que me tienen asignado. Si les parece bien, el próximo domingo seguiremos platicando de anécdotas y curiosidades de estos inteligentes y enormes narizones. Hasta entonces.