GUADALAJARA, JALISCO (12/MAR/2017).- El Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe, de Guadalupe Zacatecas, fue transformado en el fabuloso Museo de Guadalupe, toda una pinacoteca (el Colegio contó con 25 kilómetros cuadrados). En 1859, con las leyes de la Reforma, el gobernador González Ortega pidió a los franciscanos desalojar la mayor parte del Colegio, espacio que ocupó la Escuela de Artes y Oficios, destacando el taller de imprenta, después se estableció el Hospicio de Niños. Para 1917, se acondicionó como Museo de Antigüedades, dirigido por el pintor Manuel Pastrana.En 1930, el INAH se hizo cargo del inmueble y en 1939, fue considerado monumento nacional. A partir de 2004 se emprendió la reestructuración del Museo de Guadalupe. Conservando el setenta por ciento de las pinturas en su lugar original, los claustros, la escalera regia y el coro, se presentan como los habitaron los frailes.Del santuario fuimos al museo, un arco salpicado de flores nos dio la bienvenida a un bonito jardín, donde se asoma el insólito portal de peregrinos, de gran altura, delimitado por dobles columnas toscanas, que sostienen cinco arcos en medio punto, sus caras con finos relieves, de mascarones, ramas y volutas. La portería, arqueada, enmarcada por dos columnas a cada lado, sobre el friso, un frontón truncado con un medallón. Al entrar apreciamos el altar de San Buenaventura, animado por guirnaldas; a fray Pedro Concepción Urtiaga, quien se embarcó a Madrid para obtener el permiso para abrir el Colegio; Margil con bordón y su sayal amarrado por un cordón con los tres nudos franciscanos (cada nudo, un voto: castidad, pobreza y humildad); fray José Guerra y la Virgen del Refugio.En el Claustro de San Francisco, observamos grandes lienzos: Comprobación de las llagas; Muerte y tránsito de San francisco; Triunfo de San Francisco contra el mal; Los estigmatizados; Sermón de San Francisco y Los varones de Asís. Subimos pausadamente la espaciosa escalera regia, contemplando sus preciosas pinturas, como el Patrocinio de la Virgen y San Cristóbal. Enseguida vimos los mártires de Japón, entre ellos San Pedro Bautista y San Felipe de Jesús.Enseguida, admiramos la biblioteca, el acervo fue de treinta mil volúmenes. El Claustro de la Pasión nos mostró también grandes cuadros, como: El beso de Judas, de Ignacio Verben; El Lavatorio; Institución de la eucaristía; Jesús ante Anás; ante Caifás; Ecce Homo; Camino al calvario; La crucifixión y resurrección.La Celda de Guardián estaba cerrada, al igual que la Sala de Miguel Cabrera. Una escalera nos condujo al coro, en la puerta percibimos un fuerte chiflón, la sillería con magistrales tallas. Admiramos: el santuario, el órgano, la Virgen de Passavieneses, la capilla de Nápoles y un retrato de su arquitecto, fray Juan Méndez.Posteriormente miramos a la Virgen del Patrocinio, su vestido con brocados y pedrerías, a unos pasos apreciamos unas obras de Gabriel José de Ovalle y de Cristóbal Villalpando. Después vimos a Santa Rosa de Lima, de Nicolás Rodríguez Juárez; a Santo Domingo de Soriano, de Antonio López de Herrera; a la Virgen de Guadalupe, de José de Alcibar y a San Francisco de Asís en éxtasis, de Basilio de Salazar. Más adelante entramos a la Sala Antonio de Torres, que nos enseñó una serie de la vida de la Virgen María, como La natividad. Vimos un cuadro de San Juan Nepomuceno, de Pedro López Calderón; Santa Marina con su libro de oraciones y la Virgen Guadalupana con las cuatro apariciones, de Ovalle.La capilla de la enfermería con un maravilloso marco, embellecido por flores y ángeles, arriba un exquisito vano con ángeles, y más arriba el tambor de la cúpula. Luego nos adentramos a la Sala de Manuel Pastrana, un pincel zacatecano: Estudio de la piel pálida, retratos: fray Ángel Tiscarreño (quien redactó la historia del Colegio); Retrato de mujer, Guadalupe Pastrana Escobedo, su hija, con expresión natural, como queriendo sonreír. Finalmente, Trinidad García de la Cadena, de José Escudero.