Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | Por: Vicente García Remus

Museo Rafael Coronel

El ex-convento franciscano de Zacatecas cobija el extraordinario Museo Rafael Coronel

Por: EL INFORMADOR

Pieza exhibida en el museo. EL INFORMADOR /

Pieza exhibida en el museo. EL INFORMADOR /

GUADALAJARA, JALISCO (31/JUL/2016).- El ex-convento franciscano de Zacatecas, cobija el extraordinario Museo Rafael Coronel. De Malpaso, continuamos para Zacatecas, pasando Cieneguilla llegamos a la hechizante Zacatecas. Nos hospedamos en el agradable hotel “La Finca del Minero”.

Recorrimos un tramo de la romántica calle Tolosa y después cenamos en “La Bartola”, unos ricos tacos de arrachera con champiñones y queso. Por la mañana el desayuno consistió en un sabroso bufet en el restaurante del hotel, “Veta Grande”, en honor a la esplendida mina. Enseguida caminamos unas cuadras de Matamoros y súbitamente fuimos cautivados por una maravillosa construcción conventual.

Emilio Rodríguez Flores nos cuenta: “Zacatecas se fundó en el año de 1548 por cuatro conquistadores españoles; a uno de ellos lo acompañaban tres frailes, de los cuales uno se llamaba Fr. Gerónimo de Mendoza… Tres años después regresaron estos frailes a Guadalajara a solicitar licencia para fundar un convento en Zacatecas… El obispo de Guadalajara, Pedro de Ayala, dio licencia el 26 de julio de 1567… Su valor artístico es incalculable. Se conservan en la actualidad una iglesia en ruinas, de planta de una nave con testero plano, con arcos de medio punto y claves ricamente ornamentadas; cuatro contrafuertes al lado sur sostienen el edificio y al norte se recarga sobre el convento; tienen anexa una capilla que fue dedicada a San Antonio”. 

Nos sentamos en una banca, al pie de un añejo árbol, para admirar la referida iglesia y su portal de cinco arcos toscanos, con una ventana vertical arriba de cada arco. Entramos por aquel portal y un letrero dice: “El acervo de este Museo, se integra con las colecciones de objetos artísticos que han ofrecido generosamente al pueblo Zacatecano el distinguido pintor Rafael Coronel, recopilador de máscaras mexicanas, ollas y figuras prehispánicas y propietario de la colección de los antiguos títeres de Rosete Aranda y de la de terracotas de la época colonial…”.

Al adentrarnos vimos la cúpula del templo, de tambor octagonal con linterna, luego ingresamos a las salas de máscaras, de rica diversidad y de varias épocas. Máscaras de jaguares, de chivos, de hombres barbados y de rostros expresivos de alegría, tristeza y terror. “El origen de la máscara se encuentra en las ceremonias y danzas rituales”. “debemos admirar las máscaras mexicanas no sólo por su valor plástico intrínseco, sino por estar estrechamente ligadas al fervor, a la ética y al vigor con que un pueblo se engalana para autodefinirse, para mostrar en los miles de rostros de sus máscaras su capacidad expresiva y sus profundas raíces culturales” (Teresa Pomar).

Más adelante miramos una máscara conformada por la coraza de un armadillo, grandes orejas y cuernos de venado. A unos pasos, diablos rojos, con cuernos, piocha y orejas puntiagudas; unas caras dentro de las fauces de jaguares y otras dentro de los picos de águilas; unos reyes chapeados y unas caras rojas greñudas.

“Por la figura que representan pueden ser antropomorfas, en las que se repiten los rasgos humanos; zoomorfas, que aluden a la fisonomía de algún animal; fitomorfas, con diseños vegetales y mixtas, en las que se combinan algunos de ellos además de que pueden representar un aspecto realista o fantástico, de seres míticos, diablos y muertes.

Casi siempre las máscaras se realizan con un sentido imaginativo a través del cual los mascareros muestran su extraordinaria creatividad y afinada sensibilidad plástica”. Rostros bigotones y barbados, algunos narizones y unos orejones, varios con largas barbas y uno que otro con largas trenzas; chamucos en cabezas de chivos, toros y puercos, con cuernos, narices de serpiente, bocas con colmillos y unos con la lengua por fuera; muertes sonrientes, mostrando su dentadura y carentes de ojos; viejitos cejones, bigotones y barbados; rostros de gran nariz curveada y colorida; calaveras, blancas y con ojos saltones; caras de toros casi bramando; simpáticos burros y distintas aves: pericos, águilas y búhos; diablos con doble cornamenta, máscaras que danzaron a distintos ritmos, algunas con tastoanes y otras con huicholes.

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