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Motor de arranque

Para los enemigos del automóvil

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (28/AGO/2010).- En los años 70, un intelectual brasileño del que no puedo recordar el nombre, dijo algo así como: “Políticamente estoy con los pobres. Pero estéticamente, los odio”. Claro, no eran tiempos en que fuera necesario ser políticamente correcto, por esto la frase pudo no sólo ser dicha, sino que publicada. Ella refleja lo que muchos hacen hoy en día. Repiten ante todos un discurso que suena correcto, pero en la práctica, no quieren abrir mano de sus regalías, facilidades, comodidades y lujos. Esto es se percibe, casi sobre todas las cosas, con relación al automóvil.

Desde hace algunos años, el auto es visto como el malo de la película. El villano que hay que vencer. El culpable por el hecho de que haya un deshielo en el polo norte o una inundación en Honduras.

La mayoría de los grupos ecologistas estará de acuerdo en que los transportes en general, es decir, automóviles, camiones, autobuses, trenes, aviones y barcos, son responsables por cerca de 27% del monóxido de carbono que respiramos. Es un número muy elevado, cierto, pero la mayor parte de la contaminación mundial viene de la industria en general, como la que hace el acero para construir casas, edificios y puentes o la que produce químicos usados en casi todas las actividades humanas, entre otros ejemplos. Pero es que es más fácil ver la contaminación producida por los medios de transporte, sean colectivos o individuales, porque los vemos y usamos todos los dïas. Vemos el humo que sale de sus escapes, aunque no veamos el plástico que no se degrada nunca.

Por esto, el automóvil, más que cualquier otro medio, tiene a cada día más enemigos.

Son gente que defiende el uso del transporte colectivo, pero jamás se va a subir a un autobús urbano. Y menos a un interurbano, excepto, claro, si está de excursión a Europa, Japón o China. Son también personas que abogan, muchas veces con vehemencia, porque abandonemos los autos para subirnos a una bicicleta, pero que jamás hará los 11 kilómetros de trayecto entre su casa y su trabajo, pedaleando. Casi siempre son los mismos que reclaman de la corrupción, aunque usen con cierta frecuencia el recurso de la “mordida” para escapar de alguna infracción. Son, en una palabra, humanos.

Porque nadie de nosotros, al menos no de los que tenemos el privilegio de andar en coches, queremos abdicar de hacerlo. El auto es, para la inmensa mayoría de nosotros, el único lugar del planeta donde estamos realmente solos ante nosotros mismos. Es un espacio en el que, a diario, tenemos el pretexto para recluirnos, para pensar, o simplemente para alejarnos de los gritos de los niños; del ladrido del perro del vecino o de la visita de algún pariente desagradable. En el auto estamos nosotros, nuestra música o programa de radio favoritos y nadie más. Por esto, los carrilles especiales para que viajen dos o más personas por auto, existentes en Estados Unidos, casi siempre están abandonados.

El auto es, también, mucho más que ese espacio individual. Es un símbolo de posición social para la mayoría. Es un transportador de objetos varios, para otros. Es un aparato que permite disfrutar el camino en lugar del destino, para unos más. Para todos, empero, es un sinónimo de libertad. Es lo que nos deja siempre abierta la posibilidad de cambiar de rumbo e ir al súper, al restaurante, al bar, al peluquero, al gimnasio o a dónde queramos, antes de ir a casa. Intente ejercer esa libertad usando un metro, por ejemplo, y verá cuánto tiempo le sobra para hacer lo que necesita o quiere. Ni se diga usando los autobuses que tenemos en la zona metropolitana de Guadalajara.

La contaminación generada por los autos es, efectivamente, un problema. Un gran problema, de hecho. Pero la solución no es dejar de usarlos. Y no lo es, porque no queremos hacerlo. Amamos a nuestros autos, lo reconozcamos o no.
Hay alternativas para mejorar las cosas, mas no soluciones fáciles. Quitar de circulación los autos con más de 12 años es una de ellas, pero me parece complicado que los políticos la quieran adoptar. Vaya, si no ha sido posible ni siquiera frenar de una vez la entrada de autos “chatarra” desde Estados Unidos.

Otra posibilidad es obligar, por ley, que para cada auto que entre en circulación, se quite otro. Porque los autos deberían, como se hace con las medicinas y las actas de nacimiento, tener fecha de caducidad. Las armadoras venderían por renovación, no por acumulación.
Algunos países han ido más lejos en el intento por satanizar el auto. Dinamarca, por ejemplo, es el país que más impuestos cobra por el uso de los coches. Estimulan a más no poder, la utilización de bicicletas. Pero Copenhagen está tan congestionada y contaminada como cualquier ciudad de su tamaño y ubicación. Las bicicletas son un buen medio de transporte, sí, pero no sustituyen al automóvil. Una bicicleta más no significa un auto menos. ¿Por qué no? Porque amamos nuestros autos. Tan simple como esto. Lo duro, para muchos, es reconocerlo.

Entresacado

La contaminación generada por los autos es, efectivamente, un problema. Un gran problema, de hecho. Pero la solución no es dejar de usarlos. Y no lo es, porque no queremos hacerlo. Amamos a nuestros autos, lo reconozcamos o no.

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