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Motor de arranque

Todos por tu dinero

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (12/JUN/2010).- Todo empieza antes mismo que salgamos de casa en la mañana. Cuando oímos la campana que anuncia alegremente la llegada de la basura -si con esa euforia celebramos la basura, no quiero pensar qué haríamos si ganáramos el mundial- , metemos la mano en el monedero por primera vez en el día. Ahí, justo, comienza una sucesión de pedidos, unos más directos que otros, por nuestro dinero que tanto trabajo nos costó ganar. Guadalajara se ha transformado, como toda gran ciudad, en un área en que la juntos no formamos ya cerca de cinco millones de personas sino de consumidores y donadores.

Tomamos el coche y en el primer semáforo llega el que te lava el parabrisas. Bueno, él jura que lo lava, porque a veces agarra tu impecable auto para embarrarlo con una agua de dudosa procedencia y secarlo con un trapo que serviría de muestra de bacterias en cualquier laboratorio de la UdeG. Ya se van otros cinco pesos.

Cinco o seis cuadras más adelante, si nos tocó la suerte de andar tanto entre un semáforo y otro, llega la señora con una hija en los brazos y una receta médica que luce tan vieja que parece haber sido prescrita por Louis Pasteur en persona.

Llegamos al trabajo media hora más tarde, con el cristal medio “lavado” tres veces y la paciencia ya casi desapareciendo. Justo ahora cuando uno la necesita ante el jefe.

Ojalá y todo acabara ahí, pero no.

De regreso, en la primera esquina nos salta el señor ciego, que jura que somos los culpables de su invidencia y que ahora lo tenemos que mantener a… fuerzas.

Unos metros más adelante aparece el malabarista, todo pintado de plateado, con tres palos con llamas en la punta, quien, arriba de una escalera, para ser visto por más gente, colabora con su cuadro a este gran circo en el que vivimos los tapatíos.

Lo peor es que, aún admirando su destreza, no la podemos ver a gusto porque en nuestra ventana ya aparece el niño vendiendo chicles; el muchacho que quiere que compremos el último juguete de la moda para nuestros hijos -que puede ser una aberración como un pollo muerto, despellejado y raquítico-; el señor con las bolsitas de “lechugilla” y el de las tarjetas para el celular. Esto si bien nos va, porque el desfile de tipos exóticos puede ser interminable.

Si tenemos que pasar en el supermercado antes de llegar a la casa, el problema sigue. Dentro, nos intentan empujar garganta abajo muestras de los más variados “venenos” como el nuevo yogurt sin grasa, ni sal, ni azúcar, ni nada; o las galletas más dietéticas que el agua y el jamón fresco, hecho de un cerdo que murió no hace más de medio año.

Claro, tampoco faltan las vendedoras de tarjetas de crédito o del sorteo de una casa cuyo boleto es más caro que una mensualidad de una casa de verdad.

En la misma caja, la señorita nos pregunta tantas cosas, que el súper nos saldría mucho más barato si ganáramos un peso por cada vez que tenemos que decirle: “No, gracias”.

-¿Encontró lo que buscaba?

- “Sí gracias”, lo que decimos por haber perdido las esperanzas de que vuelvan a comprar aquellas galletas que nos encantaron y se vendieron como pan caliente, pero que el gerente jura que nadie las quiso y jamás las volveremos a ver.

-¿Necesita crédito para su celular?

No, gracias.

-¿Quiere llevar esa revistas con recetas que lo harán más famoso que el catálogo de Michelin?

-No, gracias.

-Tenemos en promoción los pañuelos desechables ¿Gusta llevarlos?

-No. gracias.

Les damos los cinco pesos al muchacho que puso nuestras compras en el carrito, pero aún no estamos libres.

En el estacionamiento, aparece el señor que, cojeando de una pierna apenas puede moverse, pero como nos da pena, permitimos que nos “ayude” a cambio de otros cinco pesos.

En la salida, bueno, hay que pagar otro tanto por el honor de habernos permitido estacionar para comprar en su tienda.

Llegamos en la casa hartos y al menos 50 pesos más pobres, sin contar con los gastos del supermercado, por supuesto. Respiramos hondo, vamos a dormir e intentar relajarnos, porque el día siguiente, todo se repetirá.

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