Domingo, 24 de Noviembre 2024
Suplementos | Cuando el auto se transforma en arma

Motor de arranque

Por: Sergio Oliveira

Por: EL INFORMADOR

Mauricio me contaba su historia aún un poco alterado: “Fueron dos veces en una sola semana”, decía sin contener totalmente el coraje que aún traía. “Dos veces me echaron el coche de una manera tan brusca, que estuve a punto de chocar.

En la primera, al menos vi que fue por distracción del otro conductor. Yo venía por el carril izquierdo de una avenida de tres carriles, ya que iba a dar vuelta a la izquierda. El otro conductor salió del carril derecho y cruzó toda la avenida en mi dirección, con la intención de tomar el retorno.

El problema es que lo hizo sin mirar, pensando que estaba solo. Yo lo vi venir pero no podía creer que fuera a poner su coche adelante del mío y seguí mi rumbo. Tuve que pisar el freno con toda la fuerza y al mismo tiempo girar el volante hacia al camellón y tocar el claxon. Por fortuna, el ruido del freno y del claxon pareció despertar el otro chofer, que venía en una Dodge Durango blanca.

Él aceleró fuerte, como para huir de la escena. Por instinto y prendido por el coraje, aceleré también yo para darle alcanza y descargar mi coraje.

Él hizo el retorno y cuando pasé por él, hice el común y poco educado toque de claxon, cinco veces, obvio. Por fortuna, él pareció reconocer su error y no contestó a mi llamado a la violencia”, explicó Mauricio, como recriminándose por su actitud. “La otra vez estuvo peor”, dijo mientras respiraba hondo y tomaba un trago de café antes de contra la otra historia.

“Venía por la avenida Clouthier, por el carril de en medio. Había el pesado tráfico de costumbre en ese lugar, pero no estaba atascado. Del lado derecho, muchos coches estacionados, robando un carril de una avenida muy importante, sin que nadie haga nada por prohibir esa infracción. De lado izquierdo, en algunos semáforos, hay vuelta con flecha, por lo que se hacen filas.

Claro que siempre hay el que se siente más listo y quiere estar ahí para ganar a los demás y luego echarle el coche a los que vienen en medio. No pensé que esto ocurriera en esa ocasión, por la distancia que yo tenía del auto de adelante era mínima.

Vamos, era de menos de dos metros. Aún así, un señor gordo y ya grande, de bigotes y lentes, conduciendo su Neón color plata, decidió que era espacio suficiente para entrar. Y me echó el coche”, exclamó Mauricio, visiblemente exaltado al recordar el hecho. “Fue un milagro que no chochara. No sólo contra su Neón —lo que casi me arrepiento de no haberlo hecho— pero con un auto estacionado, ya que tuve que maniobrar algo para evadirlo. En la siguiente cuadra emparejamos coches e improperios de un auto al otro.

Yo no podía creer. No sólo que hubiera hecho lo que hizo, sino que me atacara luego de haberlo hecho. Como si hubiera sido yo el autor de semejante muestra de estupidez. Estaba muy enojado, pero decidir seguir adelante e intentar olvidarlo lo más pronto posible. ¿Crees que todo acabó ahí? No.

El señor quería pelea. Venía detrás de mi auto gritando, haciendo señas y mostrándome cómo su dedo medio era mayor que los demás. Yo aceleré algo más, él no me acompañó, por fortuna. Pero en el siguiente semáforo le tocó de nuevo estar detrás de mi coche.

Ambos íbamos a dar la misma vuelta a la izquierda. Seguía el señor haciéndome señas y gritándome. Se puso el semáforo en verde y decidí seguir derecho e ignorarlo.

El hombre estaba fuera de sí. Me echaba las luces, gritaba y gesticulaba. Yo cambié de camino y él, por felicidad, dio su vuelta a la izquierda. Espero jamás volver a verlo y creo que, por su exceso de peso, edad y comportamiento, no tarda en morir de un infarto”, se desahogó Mauricio, que finalmente ya se notaba algo más tranquilo.

La indignación de Mauricio es legítima. Muchos pasamos, en una u otra ocasión, por situaciones similares, el problema es que Mauricio tal vez no sabe que él también tiene una parcela de culpa.

Claro que no es culpable por la mala conducción, agresiva o distraída, de los demás, pero sí por no prevenirse contra ellas. Porque si una defensa tenemos contra los malos conductores, es que éstos suelen ser malos todo el tiempo.

En otras palabras, suelen darnos claras indicaciones de que van a hacer alguna maniobra peligrosa. Esto debe ser la señal que necesitamos los que pensamos que somos más cuidadosos y menos agresivos, para dejarlos pasar. El problema resulta cuando queremos regalarnos a nosotros mismos una pequeña “victoria”, tipo “no lo voy a dejar pasar, para que aprenda”.

Es inútil, simplemente porque él no va a aprender o ya lo hubiera hecho. Por esto, nos cabe a los supuestos sensatos ejercer esta sensatez y no ponerlos en el papel de profesores de conducción o de estilo de vida.

Porque esto lo mínimo a que nos puede llevar es a sufrir por un coraje. Lo máximo, desafortunadamente, es que alguien como el conductor del Neón de que habla Mauricio, decida que la pelea debe ir más allá de lo verbal y use otras armas que no sean su voz, sus gestos o su mala conducción.

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