Suplementos | La fuerza y la sabiduría de Dios están en el Verbo de Dios clavado en la cruz, y todo se concentra en un concepto amor La plenitud de la ley es el amor La liturgia de este cuarto domingo ordinario del año ofrece en la segunda lectura, de la Primera Carta a los Corintios, capítulo trece, el bello himno al amor, verdadera obra maestra Por: EL INFORMADOR 30 de enero de 2010 - 09:33 hs La liturgia de este cuarto domingo ordinario del año ofrece en la segunda lectura, de la Primera Carta a los Corintios, capítulo trece, el bello himno al amor, verdadera obra maestra. Saulo de Tarso, el convertido en Pablo, el apóstol de los gentiles, se eleva en expresión a muy alta cumbre. Ha entendido, gustado y sentido el mensaje de Cristo. En el cristianismo, ese nuevo camino, después de haber dejado atrás el judaísmo, es Cristo, y Cristo es Dios y Dios es amor. Pablo se presentó en Corinto, puerto con mucho movimiento, dinero, corrupción. El fuego interior del apóstol lo llevó a anunciarles la Buena Nueva, el tesoro de la fe nueva que había cambiado su vida. Lo escuchaban judíos y griegos y al principio los desilusionó, porque los judíos le pedían milagros --estaban acostumbrados a los hechos prodigiosos-- y los griegos le pedían sabiduría; ellos eran el centro de la cultura occidental. Allí nació la filosofía, allí las letras clásicas, las artes y las ciencias. Pablo llegó a predicar, a darles el mensaje del amor. “Porque los judíos exigen milagros y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los griegos, pero para los llamados a Cristo --judíos o griegos-- fuerza de Dios, sabiduría de Dios”. La fuerza y la sabiduría de Dios están en el Verbo de Dios clavado en la cruz, y todo se concentra en un concepto amor. Por lo mismo, Pablo se goza al hablar de la caridad, del amor. “Nos es dada a comprender la largura, la anchura, la altura y la profundidad del amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3, 17). “El amor es el vínculo de perfección” (Colosenses 3, 14) San Pablo es culto, conoce y habla el idioma griego, y para el mensaje no toma la palabra eros (amor sensible), ni filha (la amistad), sino que con más profundidad emplea la palabra ágape, que es el amor de benevolencia. El ágape es el amor de Dios al hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que le entregó a su propio Hijo; y tanto amó el Hijo al mundo, que se entregó a la muerte y muerte de cruz”. Y predica a los de Corinto un amor tan grande, que intente compararse con el amor de Dios. Mas ante todo se le ha de considerar como una consonante respuesta: Si Dios me ama desde la eternidad, si me ama con amor infinito, si me ama desde antes que estuviera en el seno materno, si cuanto soy y tengo es regalo de ese amor, entonces la religión no debe ser sino la respuesta a ese divino amor. Es querer a quien te quiere, es corresponder; como se dice en el lenguaje coloquial, es pagar con la misma moneda. El apóstol y evangelista San Juan, el más joven de los doce, cercano y atento siempre al Mestro como nadie, captó el misterio del amor y así dijo: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios tiene por nosotros” (1a. Juan 4,16). Es continua la idea del amor en todos sus escritos: “Vean qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijo de Dios y lo seamos” (1a. Juan 3, 1). “El amor, la caridad, no es un Mandamiento más entre todos los Mandamientos” La caridad, el amor, está en todas y sobre todas las virtudes. San Pablo, con la inspiración divina, pretende que los cristianos de Corinto vivan unidos, sin judíos o griegos, esclavos o libres, y presenta la Iglesia como un cuerpo cuya cabeza es Cristo, y todos unidos los cristianos en un solo cuerpo, cada órgano según para lo que es. En el lenguaje del siglo XXI se podría decir: cada bautizado es una célula y todos para el bien común. Un ejemplo es la famosa escultura del niño de la espina. Presenta a un niño encorvado, con un pie vuelto hacia arriba y las manos, los ojos, todo el cuerpo concentrado en el dolor que causa la espina que pretende arrancar. Así la Iglesia es un solo cuerpo, y el vínculo que une a todos entre sí y con todos es Cristo, la cabeza. Así en la vida del cristiano el amor debe ser el principio o arranque de su pensamiento cristiano, y también el término de perfección. Quien en todo pone amor, se manifiesta en una vida sensible, sencilla, natural y profunda. Ya las nuevas generaciones ignoran la imagen, la figura del Papa Juan XXIII. Fue electo para ocupar la silla de Pedro, y en sus breves años de pontificado renovó y limpió a la Iglesia, y su rostro redondo, su inquebrantable sonrisa y sus palabras siempre cargadas de alegría, de buen humor, eran el reflejo de las aguas tranquilas de su amor a Dios y al prójimo. Cuando falta el amor (la caridad), falta todo Lo maravilloso del Evangelio está comprendido en suscitar en el alma del hombre la confianza de amar porque es amado. San Agustín tiene una frase: “Deus sitit sitive”, que se traduce: “Dios tiene sed de que estén sedientos de él”. Vino a traer el fuego del amor, y quien beba de esa agua salta hasta la vida eterna. El hombre vive frágil y turbado por el mundo externo y más por sus propias flaquezas y caídas. Va por caminos ásperos y fácilmente se detiene para curar, para consolar, para perdonar. El hijo pródigo, la mujer adúltera, la samaritana y María Magdalena son escenas de amor. Y la máxima lección es cuando brotan del corazón herido de Cristo las palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. El amor a los pobres, a los caídos, que son todos los hombres, es también el tema de la Iglesia orante en toda su liturgia. Siempre aceptando su condición de pecadores y siempre implorando misericordia y perdón. Y para superar las flquezas, para aspirar a la perfección, a la santidad, el mejor camino es el del amor de Dios. “Aspiren a los dones de Dios más excelentes” “Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles... aunque yo tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios... aunque yo poseyera en grado sublime el don de ciencia... aunque yo repartiera en limosna todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor nada soy”. Después de esa tremenda declaración, San Pablo, impregnado profundamente en el mensaje de Cristo, concluye que el amor está en el centro de todo. Esta página de la carta de San Pablo es leída en casi todas las misas de matrimonio, mas muy pocas veces se alcanza el profundo sentido del mensaje. Santa Teresa del Niño Jesús, conocida por Santa Teresita para distinguirla de la grande, la de Ávila, siempre deseó y esperó la vida de perfección, la santidad. Su paso por el tiempo fue breve, apenas 24 años. En su búsqueda de un camino seguro de santidad escribe su “Historia de un alma”: “Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a la carta de San Pablo. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios. “Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos; entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia. Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: “¡Oh , Jesús, amor mío! ¡Por fin he encontrado mi vocación; mi vocación es el amor!”. Amor sobrenatural, generoso, universal Este himno es la donación, es una chispa del amor divino para entregarse hacia el prójimo, el desterrado, el marginado, el huérfano, el esposo a la esposa; por ese motivo se proclama esta página de San Pablo en las bodas. Mas Pablo se anticipó a su tiempo y ya desde entonces prevenía que a la palabra amor se le dieran interpretaciones inexactas, inadecuadas y hasta falsas. Santo Tomás de Aquino distingue entre el “amor de concupiscencia” con el que alguien busca su propio interés, y el “amor de benevolencia”, cuando se sale del yo al tú, al ustedes y al ellos. para bien de los demás. ¿Se puede pensar que la otra Teresa, la de Calcuta, se buscaba sí misma cuando se entregaba a dar atención a los leprosos? Así como hay falsificación del oro e imitación del oro, para no falsificar la caridad San Pablo le pone dieciséis características: El amor es comprensivo, el amor es servicial, no tiene envidia, no es presumido, no se envanece, no es grosero ni egoísta, no se irrita ni guarda rencor, no se alegra con la injusticia, goza con la verdad; el amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites, el amor dura por siempre. Ese amor, don del Espíritu Santo, es oro de “16 kilates”. Es la caridad la más alta de todas las virtudes, es la luz, es el resplandor, es el sol que le da vida a la vida del cristiano. Nunca habrá santo sin caridad y sin humildad. Y concluye San Pablo: “Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres”. Y además la fe y la esperanza son para el peregrino, en tanto que la caridad es para el tiempo y para la eternidad. Pbro. José R. Ramírez Temas Religión Fe. 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